En este tercer domingo de adviento, el Evangelio nos muestra la alegría y las bendiciones que Jesús trajo a su hogar y a sus familiares, aún antes de nacer. La prima de María, Isabel, llena del Espíritu Santo, no puede contener su dicha ni la del bebé que trae dentro, y al ver llegar a María, la llena de bendiciones. María, humilde y consciente de que sus méritos provienen de Dios, recibe en silencio estas bendiciones.
Un ambiente de fe, amor, humildad y alegría, rodean la llegada de Jesús.
La llegada de un bebé siempre es motivo de alegría, porque en él se manifiesta el amor y la grandeza de Dios. Pero esa alegría rebasa todo límite posible, al pensar que el bebé que ahora esperamos, es el Hijo de Dios, el Mesías que cambiará la historia del mundo y nos guiará, con su mensaje de amor, a la salvación.
Si queremos recibir a Jesús con esta alegría, hemos de preparar un ambiente como el que se vivía en el hogar de Jesús antes de su nacimiento: lleno de amor, de humildad y de fe. Amor para buscar el bien de los que nos rodean; humildad para reconocer las bendiciones que Dios pone en nosotros, y la necesidad que tenemos de Él; y fe para ver tenemos de Él; y fe para ver en la llegada del niño Jesús a Dios mismo que nos invita a acercarnos a Él, a salvarnos.
¡Con humildad, fe y amor, busquemos que nuestro hogar siempre sea un lugar digno de Dios!
¿Ya me confesé para buscar con humildad a Dios en la comunión? ¿He estado cerca de quien me necesita? ¿Mi alegría en esta Navidad es por Jesús?
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