20 octubre 2022

Reflexión 23 de octubre SIEMPRE QUE EL SEÑOR HABLA DE FARISEOS…

 SIEMPRE QUE EL SEÑOR HABLA DE FARISEOS…

Por Ángel Gómez Escorial

1.- No nos engañemos, siempre que el Señor Jesús habla de fariseos, no está dando una lección de historia o un tratado de arqueología, no, claro que no. Está hablando de nosotros, de muchos de los creyentes católicos, frecuentadores de las Iglesias y los sacramentos, que acuden a tales cosas, sólo por sentirse mejores que los demás. Jesús de Nazaret no se opuso a los fariseos por razones políticas o sociales. Y podía haberlo hecho porque las dos grandes tendencias de la religión judía de entonces –fariseos y saduceos—estaban organizadas como partidos, como clanes de influencia y como usurpadores del poder sociopolítico en clara complicidad con el invasor romano. Y, realmente, en el caso de los fariseos esas amplias cotas de cumplimientos y obligaciones, unos mil preceptos obligatorios, eran una forma de explotación y de control de la gente. La imagen de Dios quedaba lejana y velada. Se ha dicho que los fariseos habían enjaulado a Dios en una jaula de oro.

2.- Y por eso los creyentes, y, sobre todo, aquellos que, gracias a Dios, lo tienen todo muy seguro, o bastante seguro, deberían, todas las tardes, examinarse de fariseísmo. ¿Y como se hace esa prueba? Es fácil. Basta con leer con atención suficiente las palabras del fariseo de la parábola que hoy nos relata Jesús en el Evangelio de San Lucas. Y la piedra de toque, el catalizador, de esa prueba no es tanto –aunque también—el repertorio de méritos narrados en la oración. Es la comparativa que se hace con el resto de los hermanos, y, sobre todo, con aquellos que parecen malos, o van mal vestidos, o son de otros países: emigrantes. Creerse mejor que los demás siempre será un camino que utilizará el tentador para aumentar el pecado de soberbia. La oración ha de ser humilde, siempre. Incluso la comunitaria, porque el solo hecho de ponerse en presencia de Dios produce ese efecto de poquedad frente a la grandeza multiforme del Señor Dios, Nuestro Señor. Pero, además, si estamos en ese momento íntimo, en lo oscuro de nuestra habitación, en que nos acercamos a Dios, es cuando no podemos tender a engañarle con unos méritos, que aunque fueran ciertos y objetivos, son donación de Él y no cosa nuestra. Merece la pena tomar como partida la parábola de la misa de este domingo treinta del Tiempo Ordinario para mejorar nuestro camino de oración. Los ejemplos del fariseo y del publicano nos ayudarán.

3.- El fragmento del Libro del Eclesiástico que acabamos de escuchar y el Salmo 33 guardan una especial relación. Es obvio que los gritos del pobre “atraviesan las nubes y llegan hasta Dios”. Nuestro Señor tiene especial ternura por aquellos que nada tienen y que invocan su justicia. Guarda una gran relación este texto con el evangelio que escuchábamos el domingo pasado con la parábola de la viuda y del juez inicuo. Es el ruego mantenido y repetido –y eso es la oración—lo que ejercita a Dios como juez justo y compasivo. Y el salmo 33 no otra cosa que una preciosa oración para que el creyente no desfallezca. El Señor escucha el grito necesitado de los hombres y mujeres en sus malos momentos. En la aflicción tremenda y dura, y hay muchas en la vida, Dios escucha a quien le invoca. Es un salmo muy bello que merece la pena ser leído íntegro y repetido en momentos de oración que se presentan como difíciles o de gran sequedad.

Hemos terminado la lectura sucesiva de la segunda carta de San Pablo a su discípulo Timoteo. Durante varios domingos ha sido nuestra segunda lectura y nos ha servido de catequesis para nuestra actitud de creyentes y de transmisores de la fe, que todos debemos serlo. San Pablo a punto de morir escribe a Timoteo una especie de breve testamento. Y en esos momentos finales no hay jactancia, ni soberbia, en la cercanía de Dios, Pablo de Tarso, el misionero incansable rinde cuentas de su misión y reconoce que todo lo que ha hecho ha sido por la gracia y fuerza dada por el Señor. Y, ciertamente, esas palabras de San Pablo contrastan y son el contrapunto del discurso ufano del fariseo de la parábola

En fin, mantengamos siempre la actitud humilde y reverente del publicano. Imitémosle en el templo, en la iglesia y en casa. Descubramos nuestra alma ante Dios y que jamás nos falte el amor, la esperanza y la fe para iniciar una nueva vida. El creyente sincero siempre descubre una vida nueva cada día que se acerca a la Eucaristía o se postra ante el Sagrario a narrar al Señor Jesús aquello que le ocurre. Y bien, todos, podemos terminar esta reflexión con las palabras del publicano: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador."


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