Hacía calor aquel día junto al encinar de Mambré. Abrahán estaba sentado fuera de la tienda. Y de pronto vio llegar a tres peregrinos. Le faltó tiempo para ofrecerles las muestras habituales de la hospitalidad.
Durante la comida que les preparó pudo descubrir que en aquellos visitantes Dios mismo habia llegado hasta él. Y había venido para manifestarle la mejor y la más inesperada de las promesas. Abrahán y Sará iban a tener un hijo (Gén 18,10).
El salmo parece dar la vuelta a aquel encuentro. Es verdad que Dios llega hasta nosotros, pero nosotros deseamos ser acogidos por él. Y le preguntamos con humildad: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” (Sal 14).
San Pablo se sabe elegido para anunciar el cumplimiento de las antiguas promesas, es decir, el misterio escondido desde siglos y revelado ahora a los santos (Col 1,2-28). Y exclama: “Cristo es para nosotros la esperanza de la gloria”.
HOSPEDAR AL SEÑOR
Solo el evangelio de Lucas, tan abierto al misterio de la gracia como a la vida y misión de la mujer, recuerda una de las visitas de Jesús a la aldea de Betania. El relato nos introduce en la intimidad de una familia amiga de Jesús (Lc 10,38-42).
Marta se afana en preparar los detalles de la hospitalidad. Su hermana, María, escucha a Jesús y mantiene la conversación. De pronto, la primera se inquieta, porque su hermana la ha dejado sola en los quehaceres de la casa. Jesús parece reprender la inquietud de Marta, recordándole que María ha elegido la mejor parte.
Con mucha frecuencia se ha pretendido contraponer el “valor” de la contemplación al “antivalor” de la acción. Menos mal que una contemplativa como Santa Teresa se ha atrevido a deshacer esa pretendida contraposición, escribiendo: “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor, y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara?”.
HACER Y ESCUCHAR
En la casa de Betania, Jesús pronunció una frase que es todo un programa de vida. También en nuestro tiempo hemos de prestarle atención.
• “María ha elegido la mejor parte”. Es esta una reflexión sobre la persona. El ser humano no puede ser reducido a lo que hace y menos aun a lo que produce. La persona vale mucho más que su rendimiento. Hay que apreciarla por lo que es, no por lo que tiene o rinde.
• “María ha elegido la mejor parte”. Esta frase es también una revelación sobre Cristo. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, que ha venido a visitarnos. Como las dos hermanas de Betania, el cristiano vive en la acogida y a la escucha de esa Palabra de Dios.
• “María ha elegido la mejor parte”. Además, esta frase resume la misión de la Iglesia. La comunidad cristiana ayuda a los necesitados de todo el mundo. Pero no es mejor por lo que hace y por lo que se mueve, sino por lo que escucha y recibe de su Señor.
- Señor Jesús, tú has querido llegar a nuestra tierra y compartir nuestra vida de cada día. Queremos vivir la alegría de recibirte en nuestra casa, de gozar de tu amistad y de acoger con sincera atención tu mensaje de vida y de esperanza. Amén.
HOSPITALIDAD
“Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”
(Lc 10,38)
Señor Jesús, al saludar a otras personas nuestros antepasados solían decir: “Esta es su casa”. Los parientes sabían que podían encontrar acogida en casa de sus familiares. Sabían que lo que ellos ofrecían, lo podrían necesitar algún día.
Hoy vivimos muy cerrados en nuestro pequeño ambiente. Hay más hoteles pero hay menos hogares abiertos a los demás. En una época marcada por el miedo y por la desconfianza, hemos convertido el individualismo en nuestra defensa.
Sin embargo la hospitalidad es una señal que manifiesta la confianza en nosotros mismos y el signo de una fraternidad compartida. Una casa abierta es una escuela en la que se aprende a compartir valores y esperanzas.
Señor Jesús, a tus seguidores la hospitalidad nos recuerda la iniciativa de Dios que se ha acercado y se acerca a nuestra humanidad. Es la revelación del misterio de tu encarnación.
Por eso mismo, la hospitalidad es una virtud que tiene mucho que ver con la fe con la esperanza y con la caridad. Al recibir al huésped, creemos acogerte a ti, esperamos tu venida y pretendemos agradecer tu amor con la pobreza del nuestro.
El evangelio nos dice que Marta te recibió en su casa. Su humanidad recibía tu divinidad. Y la amistad que te unía a aquella familia se convertía en un signo casi sacramental de tu entrega por nosotros.
Aquella casa de Betania debió de convertirse muchas veces en un santuario. En ella tú encontrabas la premura del servicio generoso de Marta y la atención de la escucha silenciosa de María.
Señor Jesús, tu visita realizaba con toda sencillez el milagro sorprendente del encuentro. Un anticipo y una profecía de ese encuentro que nosotros esperamos de la eucaristía.
Sabemos que nada perdemos al abrirte nuestra casa y nuestra alma. Creemos que si nosotros podemos recibirte es porque tú has querido buscar y aceptar nuestra hospitalidad. Bendito seas Señor. Amén.
J.R. Flecha
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