"Yo estaré contigo"
El relato de la vocación del que será juez Gedeón reproduce el mismo esquema de otras muchas llamadas del Señor para la Misión y es, sin duda, paradigma de la de cada uno de nosotros. Gedeón duda, pregunta con escepticismo, pide pruebas, se reconoce indigno, pequeño... Incluso echa en cara al Señor que no haya intervenido ya frente a los enemigos de su pueblo. Pero el Ángel o Dios mismo le replica: “¿No soy yo quien te envía? Yo estaré contigo” Luego vendrá la experiencia teofánica tras el sacrificio y su aceptación.
La historia de la vocación de Gedeón, como la de Moisés, los profetas... es, salvando las distancias, también la de cada uno de nosotros. Dios, que nos conoce bien, que sabe de nuestros “talentos” nos llama por nuestro nombre en el camino de la vida para una misión... Y será paciente con nuestras inseguridades y dudas, nos acompañará con su gracia, pero también vehemente en pedirnos una entrega generosa en la que va implícita nuestra propia Salvación y la de todos mis hermanos.
"¿Quién se podrá salvar entonces?"
Muy en relación con el texto del libro de los Jueces, el evangelio de San Mateo, tras el episodio del Joven Rico, nos plantea cuáles son las principales dificultades para el seguimiento de Jesús y alcanzar la Salvación. El problema de las riquezas va mucho más allá del dinero, de las ambiciones personales, de nuestras comodidades, de las legítimas preocupaciones familiares. Lo que está en juego es la elección entre el “ser” y el “tener”: ¿yo soy cristiano o tengo una religión?, ¿creo en el Evangelio o busco sus “seguridades”?... El Señor nos pide un sincero compromiso que implica no parte de mi vida, sino toda ella, un compromiso que es entrega generosa de Amor. Parafraseando al sacerdote italiano Pronzato en la respuesta al Joven Rico de Cristo: “vete a vender lo que eres e intenta llegar a ser... Si estás dispuesto, ven y sígueme”
La vocación a las riquezas es incompatible con la del Reino al que Jesús nos llama. Pero en la llamada está también la promesa, la garantía de la gracia. Él nos quiere, nos llama por ese nombre escrito en su corazón desde el principio de nuestra existencia y es fiel a la llamada. Se nos da en cada llamada, pero siempre desde el respeto a la libertad, como no puede ser de otra manera.
San Jacinto de Polonia, cuya memoria celebramos hoy, es un ejemplo paradigmático de esta llamada a vivir en la pobreza radical del Evangelio. Recibido en la Orden por el propio Santo Domingo, Jacinto renunció a las “riquezas” de una vida eclesiástica acomodada y vivió con radicalidad y heroísmo el seguimiento a Cristo. Los atributos con que se nos presenta: la custodia con el Santísimo Sacramento y la imagen de Nuestra Señora a las que salvó de una iglesia incendiada, constituye todo un ejemplo de las verdaderas “riquezas” a las que un cristiano merece aferrarse.
“El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser dones” (Papa Francisco. IV Jornada Mundial de los pobres).
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos (Sevilla)
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