18 agosto 2021

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (Ciclo B) (22 de agosto de 2021)

  (Jos 24,1-2ª,15-17.18b; Sal 33; Ef 5,21-32; Jn 6,60-69)

Terminamos hoy la lectura del capítulo sexto del evangelio de S. Juan y lo terminamos presenciando las distintas reacciones de los discípulos de Jesús ante el discurso del Pan de Vida. Muchos de los discípulos, nos dice el evangelista, abandonan a Jesús. El motivo del rechazo y alejamiento es porque Jesús ha declarado que él es el pan vivo bajado del cielo (v.41),porque dice que es el Hijo de Dios, porque dice que quien come y bebe su sangre tiene la vida eterna, siendo un paisano a quien todos conocían, así como a sus familiares (cfr.v.42). Nunca habían oído cosa semejante. Estas palabras no se correspondían con lo que pensaban sobre el Mesías que había de venir, y se escandalizan. Ellos esperaban no solo un mesías con un trono real, que liberara al pueblo judío del yugo romano, sino que los diera pan en abundancia y otras muchas prebendas materiales.

El problema no es que ellos no entendieran el significado de las palabras, el problema estaba en que Jesús dejó clara la necesidad de su muerte con las consecuencias que suponía para sus seguidores, y esta enseñanza no era aceptable, porque el reino que Jesús predicaba no coincidía con el que ellos esperaban y deseaban (v.15).

A partir de este momento, muchos de los discípulos dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? (v.60). Con esta expresión se refleja cómo muchos discípulos se volvieron atrás y ya no estaban dispuestos a recorrer el camino de Jesús.

Ciertamente la doctrina de Jesús es dura y más difícil de aceptar y comprender. Era dura la doctrina para los discípulos de entonces y los de hoy, si somos conscientes de lo que decimos y creemos. Ser cristiano hoy quiere decir que tenemos que vivir la fe a la intemperie, a contracorriente, proclamando unos valores que el mundo entiende como contravalores y podemos abrigar la tentación de pensar: esto es muy duro, ¿quién puede cargar con esto? Mejor marcharse. La decisión de quedarse o marcharse dependerá de que hayamos experimentado fuertemente su Pan de Vida y sus palabras de vida eterna. Y como los discípulos, no es que no entendamos, es que la palabra de Cristo pone en crisis nuestra mentalidad y valores. Elegid hoy a quién queréis servir (v.15), dice Josué al pueblo. Elegid. Escoged. Esta elección suele ser difícil, pues la opción por Dios supone y exige renunciar a nuestros ídolos, a nuestros apegos materiales.

Frente a las deserciones de muchos de los discípulos, Jesús no es un líder populista que acomoda su mensaje a los deseos de quienes le escuchan, no rebaja el listón de exigencias. Sus palabras son valientes y desafiantes. Pregunta a los apóstoles: ¿También vosotros queréis marcharos? (v.67). Es el momento de tomar una decisión. Escoged. Somos libres. Hasta aquí llego o sigo adelante con Jesús, hasta el final. Jesús no impone, pero la pregunta interpela. Pedro, en nombre propio y en nombre de cada uno de nosotros responde: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (v.68).

La elección es clara: o con Él o contra Él. Ciertamente la doctrina de Jesús es dura, pero ¿a quién vamos a ir?, ¿a dónde iremos?… ¿Es que las cosas del mundo el dinero, el sexo, la fama, el poder, las drogas, el bienestar nos sacian, nos llenan, nos bastan?

Pedro lo tiene claro. Es como si dijera: Señor, no tengo nada ni a nadie mejor que tú.

Sólo tú. No tengo en quién apoyar mi vida. Y excluye un mundo de ilusiones, de seducciones. Nadie más es el fundamento de mi vida. ¡Tú tienes palabras de vida eterna¿a quién vamos a acudir? (v.68). Podría haber vuelto a su vida de pescador, pero sería una simple vida de sobrevivencia, pero él había descubierto dónde estaba la verdadera vida.

Ante Jesús, me pongo como Pedro. ¿Qué respuesta le doy a Jesús que me pregunta?: ¿También tú quieres irte? La liturgia de hoy nos invita a pensar, a buscar, a hacernos creyentes adultos para evitar entretenernos con otros dioses que lo único que hacen es engañarnos. Seguir a Cristo es la consecuencia de una opción que yo he hecho desde mi libertad y he tenido que sopesar los pros y los contras de mi ser y vivir como cristiano. Permanecer en la fidelidad al Señor es demasiado duro y muchos ‘tiran la toalla’. Por eso Jesucristo te dice: ¿Tú también quieres marcharte?, a lo que cada uno de nosotros, con un corazón plenamente sincero, hemos de responderle. Yo me quedo con la respuesta de Simón Pedro: Solo tú tienes palabras de vida eterna.

Vicente Martín, OSA

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