Faltando ya pocos días para la gran celebración de la Navidad, este cuarto Domingo de Adviento el Evangelio nos recuerda que el nacimiento de Cristo estuvo precedido por el “sí” libre y generoso de una Mujer. Ante el anuncio del Arcángel resuena fuerte y decidida la respuesta de aquella joven virgen, en cuyo corazón ardía intensísima la llama del amor a Dios: “¡Sí! ¡Hágase! (Lc 1,38) ¡Lo que más quiero es que tu Plan, Dios mío, se realice plenamente en mi vida! ¡Lo que tú me propones lo acojo libremente, renunciando a mis propios planes, a mis propias seguridades! Dios mío, te amo con todo mi ser, te he entregado la vida que Tú mismo me has regalado, soy tu sierva, quiero cooperar decididamente con tus designios reconciliadores porque sé que de lejos es lo mejor, para que al fin se realice en el mundo aquello que la creación entera aguardaba expectante: tu venida, la redención prometida a tu pueblo, el triunfo sobre el mal y la muerte, la llegada de tu Reino. ¡Aquí me tienes! Y aunque tenga que sufrir la incomprensión o el rechazo, aunque no sepa cómo será mi vida en adelante, aunque una espada tenga que atravesar mi propio corazón, yo confío plenamente en Ti: ¡Hágase en mí según tu palabra!”
Esta semana queremos acercarnos al Corazón de Aquella Mujer valiente que pronunció su “sí” a Dios, un “sí” fuerte, audaz, generoso, ejemplar, fecundo, consistente, fiel. En este itinerario espiritual queremos acompañar con ternura y amor de hijos a la Virgen Madre que se halla ya próxima al parto. Y mientras crece el júbilo por la celebración del nacimiento de su Hijo, el Salvador del mundo, crece también en nosotros la necesidad de expresarle desde lo más profundo de nuestros corazones una inmensa gratitud: ¡Gracias María! ¡Gracias por tu “hágase” fecundo, radical, tan pleno de amor a Dios y a todos los hombres, tan desprendido de todo egoísmo! ¡Gracias porque por tu “sí” Dios se ha acercado a nosotros de un modo inaudito! ¡Gracias por tu generosa cooperación con Dios y con sus designios reconciliadores! ¡Gracias, Madre y Virgen tierna, por traernos al Reconciliador!
Al mismo tiempo, al acercarnos a ti Madre, al contemplarte, queremos que seas el modelo y ejemplo que inspire nuestro propio proceder. De ti queremos aprender a decirle siempre “sí” al Señor, tanto en las circunstancias más sencillas y ordinarias de la vida cotidiana, como también en las circunstancias más exigentes, adversas o dolorosas, o en aquellas en las que Dios me pueda pedir incluso abandonar mis propios planes y proyectos para abrazar los suyos.
De ti, Madre tierna y Mujer fuerte, queremos aprender a jamás permitir que nuestros temores e inseguridades, nuestros apegos a propios planes o visión de las cosas, o incluso a nuestros vicios y pecados, sean más grandes que nuestro amor a Dios y nuestro deseo de cumplir su Plan.
De ti queremos aprender a decirle al Señor cada día y en cada momento de nuestra vida: “¡Hágase en mí según tu palabra!"
María, Sierva del Señor por excelencia, de ti queremos aprender a hacer lo que Él nos diga (ver Jn 2,5).
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