(2S 7,1-5.8b-12, 14ª.16; Rm 16,25-27; Lc 2,26-38)
Lo atípico del año que terminamos, no ha sido óbice para que la publicidad nos acose diariamente con sus sugerentes ofertas, como el mejor modo de celebrar la Navidad. Importa comprar y gastar. Entre todos estos anuncios, el nombre de Jesucristo brilla por su ausencia. Pero si Jesucristo no está presente en la Navidad es como si en un concierto faltaran los cantores o instrumentistas, la fiesta queda vacía de sentido y de contenido. No hay Navidad sin Jesucristo, y solamente Él puede ser el centro de la Navidad y quien dé sentido a la fiesta. Por eso la Liturgia, en este último domingo de Adviento, nos invita a poner los ojos en la Virgen María, a tomarla como modelo y a prepararnos como ella… para salir al encuentro del Salvador que viene (Cf. Prefacio II de Adviento).
María es la figura central y el modelo por excelencia. En ella encontramos la actitud verdadera de cómo esperar y preparar la Navidad. El texto evangélico de S. Lucas, nos la muestra sirviendo a su prima Isabel, embarazada de tres meses (1,36). Al saludo de Isabel responde alabando y proclamando la grandeza del Señor (1,46-56). Este cántico será el programa de toda su vida, que consistirá en dejar todo su espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo. Dios será su centro. María será grande porque enaltece a Dios en lugar de ensalzarse a sí misma. Al proclamar el Magníficat -inspirado en textos del Antiguo Testamento- manifiesta que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios;
la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es también mujer de esperanza, porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel. Es una mujer de fe: ¡Dichosa tú, que has creído!, le dice Isabel (Lc 1, 45). (Cf. Deus caritas est, 41). María se sintió como instrumento ante Dios, obediente y humilde para llevar a cabo la obra de la redención. María, ante el misterio del Ángel, pregunta confundida. Y al no entenderlo, se declara sumisa y obediente: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (1,38). Y este sí de María va seguido de un hágase, en este momento y durante toda su vida.El Adviento es tiempo para prepararnos nosotros mismos a vivir el misterio de Dios hecho hombre, más que para preparar cosas. Dejemos que el anuncio del Ángel entre en nuestra vida y nos hable. El Evangelio no es algo pasado. También Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre como a María. Tiene trabajo para todos. Espera nuestra respuesta. Como eligió a María para encarnarle en sus entrañas, también nos busca para encarnarle y darle a conocer a quienes nos rodean. Podemos sentirnos incapaces ante esta misión, como se sintió María, pero el Señor no necesita nuestros talentos, necesita nuestra pobreza y disponibilidad, el hágase de María, y Dios hará obras grandes en nosotros y con nosotros. ¿Estamos dispuestos a acogerlo y escucharlo con atención? Esto es lo realmente importante en la Navidad, todo lo demás es secundario.
No podemos olvidar que cada vez que celebramos la Navidad, Cristo nace entre nosotros, nace en su Palabra, nace en el pan y el vino convertidos en su Cuerpo y Sangre. Por eso cuanto mejor celebremos y vivamos la Eucaristía, mejor celebraremos la Navidad.
Vicente Martín, OSA
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