Los Hechos de los Apóstoles narran la venida del Espíritu Santo; desde entonces, el Espíritu de Jesús vive y actúa en todos los hombres y en toda la creación (Hch 2,2). La carta a los fieles de Corinto nos recuerda que somos miembros de un único Cuerpo y que estamos bautizados en un mismo Espíritu (1 Co 12,8). Por eso Pentecostés no es un recuerdo histórico, sino una realidad viva. Igual que Jesús se hace presente en medio de personas aterradas por el miedo, así aparece hoy Jesús en nuestro corazón trayéndonos el amor, la paz, la compañía… y su Espíritu para siempre (Jn 20,22).
“El Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre,
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”.
¡Gracias, Señor, por tu Espíritu!
Ven Espíritu Santo, porque sin Ti,
nuestra lucha por la vida termina sembrando muerte,
nuestros esfuerzos por encontrar felicidad acaban en egoísmo.
Ven Espíritu Santo, por que sin Ti,
nuestro “progreso” no nos conduce hacia una vida más digna.
Porque sin Ti, seguiremos dividiendo y separándolo todo:
Norte y Sur, primer mundo y tercer mundo,
creyentes y ateos, hombres y mujeres…
Recuérdanos que todos somos hijos de un mismo Padre
y todos estamos llamados a la comunión feliz con El.
Enséñanos a cuidar esta tierra que nos has regalado,
como casa común donde pueda crecer la familia humana;
enséñanos a entendernos aunque hablemos lenguajes diferentes.
Ven Espíritu Santo, y enséñanos a creer.
Sin tu aliento, nuestra fe se convierte en pura ideología,
nuestra religión en un triste “seguro de vida eterna”;
recuérdanos lo que nos ha dicho Jesús y condúcenos al evangelio.
Ven Espíritu Santo, y enséñanos a orar.
Sin tu calor y tu fuerza, nuestra liturgia se pierde en rutina,
nuestro culto en rito legalista, nuestra plegaria en palabrería.
Ven a mantener dentro de la Iglesia el esfuerzo de conversión.
Ayúdanos a imaginar y construir un mundo más humano.
Ábrenos a un futuro más fraterno, limpio y solidario.
Ven Espíritu Santo, y enséñanos a creer en Ti,
como ternura personal de Dios para con cada uno de nosotros,
como fuerza y poder de gracia que puede dar vida a nuestra vida.
¡Gracias, Señor, por tu Espíritu!
¡Que escuchemos sus llamadas en nuestro corazón!
Isidro Lozano
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