12 abril 2019

JESÚS: NOS ANIMA A SEGUIRLE DE CERCA

Por Antonio García-Moreno
1.- DOLOR, BENDITO SEAS.- El profeta vislumbra la figura del siervo de Yahvé. En varios poemas de subida inspiración dramática, aparece ante nuestros ojos este personaje misterioso, que sufre extremadamente por la redención de los hombres. Él ha gustado el sabor amargo y agrio de la muerte. Él ha experimentado en su carne esa laceración punzante del dolor humano. Por eso es capaz de compadecerse de la miseria del hombre herido, capaz de decir al que está abatido una palabra de aliento.
Las largas horas de la noche en el silencio quejumbroso de los hospitales, el insomnio de los que velan el sufrimiento de los seres queridos. Cuerpos que se extinguen lentamente o se contraen en el dolor punzante. Míralos, Señor, míralos desde tu cruz. Diles una palabra de aliento, consuela su pena. Tú qué sabes lo que es sufrir, compadécete de los que sufren.
Y también de los otros. Los que llevan su dolor por dentro. Ese dolor que no se ve, el que se clava en el alma. La ingratitud, el desprecio, la vida vacía, la sensación de triste inutilidad. También a esos diles una palabra de consuelo. Hazles ver el sentido del sufrimiento. Anímalos a aceptar la prueba como tú lo hiciste, que sepan unirse a tu dolor para que también el de ellos tenga un valor redentor.
No oculté el rostro a insultos y salivazos. Burlas despiadadas ante ese hombre justo, indefenso y callado. En su pasión y muerte se van desgranando los versículos del salmo: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Me acorrala una jauría de perros mastines, me pone cerco una banda de malhechores, me traspasan las manos y los pies, se pueden contar mis huesos. Se reparten mis ropas, echan a suerte mi túnica...”

Semana de Pasión. Los hechos de siempre vuelven a nuestra memoria. Las palabras del poema del Siervo de Yahvé resuenan en nuestro espíritu: Lo vimos despreciado por los hombres, varón de dolores... Humillado hasta el máximo, callando su pena, sin defenderse contra tan tremenda injusticia.
Tú, Señor, soportaste nuestros sufrimientos, aguantaste nuestros dolores. Fuiste herido por Dios, leproso, humillado, traspasado, triturado. Desgarrándote desnudo, colgando de una cruz... Y todo para redimirnos, para liberarnos, para salvarnos, para conseguir nuestro indulto y perdón. Misterio que nos abruma, que rebasa nuestra capacidad de comprensión, que escapa a nuestras posibilidades de reacción. Y apenados por nuestra escalofriante insensibilidad ante tu dolor de Dios crucificado, te miramos queriendo llorar nuestra maldad, queriendo comprender el sentido profundo de estos días cargados del recuerdo vivo de tu Pasión.
2.- CLAMORES DE VICTORIA.- El evangelio de la bendición de los ramos comienza diciendo que Jesús iba hacia Jerusalén, marchando en cabeza. Es un detalle que indica cómo el Maestro precedía a los suyos en el camino hacia la cruz. Todos sabían que ese viaje a Jerusalén podría ser fatídico. Era ya público el odio de los fariseos, los letrados y los sumos sacerdotes que cada vez estrechaban más el cerco en torno a Jesús de Nazaret. Pero el Señor había enseñado a sus discípulos que era preciso negarse a sí mismo, coger la cruz de cada día y caminar hacia adelante en un cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. Por eso marcha decidido, para mostrarnos con su propio ejemplo el modo de cumplir las exigencias que implican su doctrina de salvación. Estamos en el pórtico de la Semana Santa, vamos a contemplar el dolor y la muerte de nuestro Señor, a recordar todo cuanto él hizo por nosotros y animarnos a quererle más y a hacer algo, o mucho, por él.
En contraposición del odio de los jefes de Israel, destaca el entusiasmo de la gente sencilla del pueblo. A ellos no les importa la opinión de los gerifaltes, ni temen posibles represalias. Ante la figura amable y majestuosa de Jesucristo su entusiasmo se desborda y le aclaman abiertamente como el Rey de Israel, el hijo de David, el Mesías anhelado. Supieron descubrir al Hijo de Dios detrás de aquellas apariencias sencillas, intuyeron que en aquel hombre joven se ocultaba una persona superior, capaz de redimir al mundo. Bendito el que viene como rey -exclaman-, en nombre del Señor. Son aclamaciones que sólo el Mesías, el Hijo del Altísimo, podía recibir. De ahí que los fariseos se escandalicen y pidan al Maestro que callen sus discípulos.
Si éstos callan, responde Cristo, gritarán las piedras. Es una respuesta valiente y comprometida. El Señor hace frente a sus enemigos. Es el momento de la gran batalla, ha sonado la hora que el Padre había señalado y es preciso acudir a esa cita que le acarrearía la muerte. Pronto el clamor de la victoria se convertirá en tremenda derrota. Jesús lo sabe, pero esto no le detiene. Al contrario, le estimula a la entrega generosa, consciente de que sólo por medio de la cruz llegará el triunfo grandioso de la luz. Con ello comienza la exposición clara de la gran lección de su vida, nos anima a seguirle de cerca, no sólo a la hora del triunfo de los ramos, sino también en los momentos difíciles del Calvario.

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