Subiste al Tabor, y lejos de
olvidarnos,
nos invitaste a escalar
contigo.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo,
Señor?
Ascendiste
al Tabor, y sin dejarnos de lado,
nos
hiciste partícipes de algo, que lejos de ser sueño,
fue
gloria, presagio, anuncio, pasión, muerte y futuro.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo,
Señor?
Te
alejaste, por un momento, de los que solicitaban tu mano
para
quedar sanos
tu
mirada para recuperar la fe en su vivir
tus
pisadas, para saber por dónde caminar.
¿Se puede pedir algo más, a un amigo,
Señor?
Nos
cogiste, Señor, y para que supiéramos lo qué era el bien
nos
hiciste testigos de una Gloria
de
un triunfo, de una cruz, de una pasión
y de
una Resurrección que, a todos los que creemos, nos espera
¿Se puede pedir algo más, a un amigo,
Señor?
Trepamos
contigo, Señor, a la montaña
y,
con nuestros ojos abiertos al Misterio
supimos
que algo extraordinario ocurría delante de nosotros:
una
voz del cielo, dos rostros conversando contigo y un cielo abierto
¡Qué
bien, Señor, estábamos en ese momento!
¿Se puede pedir algo más, a un amigo,
Señor?
Sólo
sabemos, Señor, que somos tus amigos
y
que, todos los domingos, en la Eucaristía
nos
rescatas del mundo a la Gloria de Dios
del
sin sentido, a la sensatez
de
la mentira, a la verdad
de
la debilidad, a la fortaleza
de
la muerte, a la Resurrección.
Sólo
sabemos, Señor, que algo bueno tenemos
cuando,
siendo como somos,
compartes
con nosotros estos momentos de bienestar para el alma y para la vida.
Amén.
Javier Leoz
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