19 marzo 2019

ESPEREMOS Y NO DESESPEREMOS 3º de cuaresma

ESPEREMOS Y NO DESESPEREMOS
3º de cuaresma
Javier Leoz


                Para paciencia: la de Dios. Una y otra vez,  más allá de nuestras fragilidades, traiciones, deserciones o dudas, sale a nuestro encuentro en un intento claro de recuperarnos, perdonarnos y de conducirnos hacia un final feliz.
                1.Tres lecturas, las de este domingo, con un común denominador: la misericordia de Dios no conoce límites.                 Condujo en diversas circunstancias, con patriarcas y profetas, a un pueblo al que amaba con locura y, ahora con Cristo, de nuevo sale a nuestro paso para infundirnos valor. Espera nuestro retorno, aunque constantemente hagamos ademán de vivir sin Él. En multitud de ocasiones, como aquel pueblo dirigido por Moisés también corremos el peligro de mirar hacia atrás. De pensar que, lo que abandonamos, es mejor que aquello que nos aguarda en la Tierra Prometida. ¿Es así o no? ¿O acaso no pensamos que, en algunos momentos, es mucho lo que deponemos  a un lado por seguir a Jesús?  ¿Es pérdida o ganancia creer en Él? ¿O es que, en algunos instantes, no dudamos  si Dios está al frente de nosotros o que  caminamos huérfanos y sin rumbo?
                2.Uno, se asoma a la ventana de tantos desastres humanitarios o terrestres y puede concluir que, Dios, parece haberse desentendido del mundo. ¿Es así? Por supuesto que no. Dios sufre con el pueblo que sufre; Dios tiembla, con el pueblo que tiembla; Dios llora, con el pueblo que llora. Y, además, en esos avatares de destrucción, le inyecta valor y fe para superar aquellas realidades difíciles que surgen en contra de la felicidad del propio hombre. El  pueblo de Israel las padeció (y contó con el auxilio de Dios) y nosotros, como pueblo de la Nueva Alianza, seguimos soportando diversas encrucijadas y el Señor no deja de alentarnos para que, nuestro existir, tenga una cabeza, una fuerza que nos impulse avanzar: nuestra confianza en EL.

                3.En el miércoles de ceniza, el Señor, nos invitó a la conversión. Nos recordó que éramos su viña. Pueblo de su propiedad. Nación consagrada. Y que, esa viña (con higuera incluoída) ese pueblo o nación, han de ser cuidados con la oración, la penitencia o la caridad. ¿Cómo van esos propósitos? ¿Hemos avanzado en algo? ¿Hemos salido del vacío para llenar nuestra vida de contenido? ¿Hemos socorrido alguna necesidad material o espiritual? ¿Nos hemos alejado de algunos aspectos extremadamente opulentos, artificiales o superficiales? ¿Somos conscientes de la variedad de oportunidades que Dios nos da para realizarnos?
                La cuaresma avanza y los frutos han de aflorar por las miradas de nuestros ojos (¿son para Dios?). Por las yemas de nuestros dedos (¿Buscan el bien de los demás?) Por la sinceridad de nuestras palabras (¿Buscan y propagan la verdad?).
Dios sigue esperando, y mucho, de nosotros. No siempre saldrán las cosas como nosotros quisiéramos y como Dios merece. Pero la realidad es esa: Dios nos quiere optimistas. En el camino de la fe. Aún en medio de dudas y de complicaciones, de pruebas y de sufrimientos. No sólo espera de nosotros mucho sino que, además, se compromete para que como propietario de la viña de la que formamos parte, sigamos sembrando ilusiones y esperanzas, el evangelio y sus mandamientos allá donde estemos presentes. No nos corta el camino, lo ilumina.
                Ahora bien; no podemos quedarnos con los brazos cruzados. El riesgo de muchos de nosotros, de los que nos decimos cristianos, es que nos conformemos con ser simples ramas de un frondoso árbol. Es decir; que cobijados o justificados bajo el paraguas de un Dios tremendamente bueno, renunciemos a  mostrar la mejor cara de nuestra vida cristiana. A ser pregoneros de su presencia en un mundo que le margina. A ser defensores de los valores del Evangelio en una atmósfera colapsada por tantas palabras mediocres, baratas e insensatas.  En definitiva: no nos limitemos a llevar  una vida cristiana en tono menor.
                Es el momento, por lo tanto, de hacer un balance real de nuestra personal o comunitaria cuaresma. ¿Qué frutos estamos dando? ¿De qué esclavitudes tenemos que desentendernos? ¿De qué caminos u opciones hemos de volver para estar más en comunión con el Señor?
Soltémonos, en medio de esta santa cuaresma, de todo aquello que nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. Demostremos  todo lo bueno que habita en nuestro interior y convenzámonos de que, con la ayuda del Señor, no hay lucha o empeño que nos resulte imposible. El va delante.

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