Cuando
alguien nos resulta agradable o simpático, todo lo que haga o diga (aunque
resulte ser un un disparate) nos puede parecer bueno y noble. Por el contrario,
cuando una persona se nos coloca “entre ceja y ceja” aunque diga una gran verdad o realice grandes
maravillas, nos resulta difícil encomiar o valorar su labor. Nada, de lo que
nos diga, logrará disipar ciertas dudas. Somos así. Las cosas, según quien las
hace o las mentiras las damos por buenas o malas, falsas o verdaderas. ¿Por qué
somos así?
1.A Jesús, en el inicio de su
misión, le ocurrió algo parecido. Enseguida le recordaron que, aquel que había
nacido entre pajas, bajo la mirada de los humildes José y María, poco o nada
podía aportar. Y, mucho menos, dar lecciones a nadie cuando todos sabían que no
precisamente había nacido en alta alcurnia. Jesús, desde el principio, padeció
en propia piel la dureza del corazón y la obstinación de los suyos. Y es que,
muchas veces, es más difícil llevar un mensaje a los de la propia casa que a
aquellos que viven en la de enfrente.
2.Jesús, se abrió paso entre aquella
muchedumbre que, admirando o criticando, le señalaban con el dedo. La Iglesia,
en muchas situaciones (en relevos episcopales, sacerdotales, exposición de su
Magisterio, ministerios realizados generosamente por muchos laicos) también
padece este tipo de escenarios. ¿Pero este obispo no es así o de aquella manera?
¿Qué nos va a decir este sacerdote cuando todos sabemos que…? ¿Cómo puede
repartir la comunión aquel seglar o leer la lectura aquel otro laico? ¿Y este
obispo por qué tiene que hablar de este tema cuando, a nivel social, es algo
tomado por bueno?
Tenemos
un gran defecto: nos gusta, de entrada, recordar las pequeñas miserias de algunas
personas (que tal vez ante los ojos de Dios no son dificultades para entrar en
el Reino de Dios) y somos capaces de obviar otro tipo de actitudes que, a la
luz del Evangelio, son mucho más esenciales y reprochables. Por ello mismo, el
Señor, nos invita a ser más receptivos a la Gracia. No podemos escudarnos ni
excusarnos en nuestros juicios para quedarnos donde estamos. Para no progresar
en nuestro conocimiento de Dios o en la fidelidad a Jesucristo.
3.Hoy, al escuchar el Evangelio de
este domingo, también nos debe hacer reflexionar sobre otro punto. ¿Por qué a
la Iglesia se le niega hasta el pan y el agua en muchos lugares de Occidente y,
a otras religiones o sensibilidades espirituales, se les abre de par en par todas
las puertas? Los estereotipos que, en diversas ocasiones, funcionan por
internet, la prensa oral, visual o escrita, nos insisten siempre en la misma
dirección: “¿No es esta la Iglesia poderosa, incomprensiva, intolerante, autoritaria,
insolidaria..? En el fondo, y es verdad, subyace un problema de fondo: la
Iglesia, aún con sus defectos y carencias, necesidad de perfección y de
purificación, sigue levantándose en medio de la gran sinagoga del mundo para
recordarnos que, tal como camina nuestra sociedad, vamos a tierra de nadie. ¿No
será que, por eso mismo, tratan de denigrarla aquellos que desean un mundo a
su antojo, sin profetas ni contrarios a un sistema que nos inyecta el veneno
letal del vivir sin Dios, sin religión, sin moral o principios cristianos?
Qué
importante es que, la Iglesia, en medio de incomprensiones y empujones (como el
mismo Cristo lo vivió en propias carnes) sepa abrirse paso en medio del
griterío y del poder mediático para seguir cumpliendo su misión. Y, esa
Iglesia, somos nosotros. No lo olvidemos.
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