08 octubre 2017

Los frutos de la sociedad actual

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No es una visión simplista la de aquellos que consideran «la propiedad privada, el lucro y el poder» como los pilares en los que se basa la sociedad industrial occidental. Si analizamos las constantes que estructuran nuestra conducta social, veremos que hunden sus raíces casi siempre en el deseo ilimitado de adquirir, lucrar y dominar. Los frutos amargos de esta conducta son evidentes en nuestros días.

El afán de poseer va configurando poco a poco un estilo de hombre insolidario, preocupado casi exclusivamente de sus bienes, indiferente al bien común de la sociedad. No olvidemos que si a la propiedad se la llama «privada» es precisamente porque se considera al propietario con poder para privar a los demás de su uso o disfrute. El resultado es una sociedad estructurada en función de los intereses de los más poderosos, y no al servicio de los más necesitados y más «privados» de bienestar.
Por otra parte, el deseo ilimitado de adquirir, conservar y aumentar los propios bienes va creando un ser humano que lucha egoístamente por lo suyo y se organiza para defenderse de los demás. Va surgiendo así una sociedad que separa y enfrenta a los individuos empujándolos hacia la rivalidad y la competencia, y no hacia la solidaridad y el mutuo servicio.
Por fin, el deseo de poder propicia una sociedad asentada en la agresividad y la violencia, donde, con frecuencia, solo cuenta la ley del más fuerte y poderoso.
No lo olvidemos. En la sociedad se recogen los frutos que se van sembrando en nuestras familias, centros docentes, instituciones políticas, estructuras sociales y comunidades religiosas.
Erich Fromm se preguntaba con razón: «¿Es cristiano el mundo occidental?». A juzgar por los frutos, la respuesta sería básicamente negativa. Nuestra sociedad occidental apenas produce «frutos del reino de Dios»: solidaridad, fraternidad, mutuo servicio, justicia para los más desfavorecidos, perdón.
Hoy seguimos escuchando el grito de alerta de Jesús: «El reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos». No es el momento de lamentarse estérilmente. La creación de una sociedad nueva solo es posible si los estímulos de lucro, poder y dominio son sustituidos por los de la solidaridad y la fraternidad.
José Antonio Pagola

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