Tomado de Aleteia.
Hoy se inauguran los Juegos Olímpicos en la ciudad que palpita a ritmo de samba y también una de las más desiguales del mundo: Río de Janeiro. El olimpismo, tan cuestionado en la actualidad, se da cita cuatro años después de visitar el corazón del Imperio Británico para proponernos, una vez más, un espectáculo de fuerza, potencia, esfuerzo, habilidad, estrategia, técnica y, sobre todo, de fraterno espíritu deportivo. Por ahí ha transitado el último tuit del Papa Francisco: “¡Felicidades atletas de #Rio2016! Sean siempre mensajeros de fraternidad y de genuino espíritu deportivo.”
¿Forma parte la fraternidad del núcleo de lo que todos conocemos como “espíritu deportivo”? ¿Son los atletas y deportistas, además de los protagonistas especiales del evento por sus logros, su fama y su ejemplo en la competición, testigos de algo más grande? Si es así, tiene sentido que el Papa apele a eso “más grande” que se pone en juego en cada competición deportiva, comenzando por un sencillo partido en la competición escolar de niños de infantil. Tal vez eso más grande se resume en competir “sabiéndose pequeños”.
La fraternidad nos hace a todos hermanos y eso, en el ámbito deportivo, comienza con un escrupuloso respeto mutuo entre los deportistas. Mi rival, mi compañero, por el simple hecho de estar aquí, compitiendo, se merece todo mi respeto. Detrás de cada uno hay una historia de luchas, batallas personales, esfuerzos, sacrificios personales y familiares, confianza, espíritu de superación… que le convierten en alguien digno de honra, de admiración, de cariño. Cada uno de los que hoy desfilarán en Maracaná tiene la tarea de visibilizar esto que comentamos. Lejos de los comentarios de los medios, de los pódiums, de las clasificaciones, de las medallas, de las exigencias de sus sociedades respectivas; cada deportista debe transparentar una rivalidad basada en la mutua admiración y en la mutua ayuda.
Y, en este mundo tan dado a equivocarse de dioses o, más bien, a fabricar divinidades como en la antigüedad, creo que también es responsabilidad de los deportistas el ser testigos de humanidad, de cercanía, de sana normalidad. Si la tendencia de muchos es a colocar en un pedestal a los triunfadores, convertirlos en dioses de gomina y portadas, adorar sus cuerpos… no estaría mal que los deportistas dieran ejemplo en lo que a la conciencia de “ser barro” se refiere. Nadie mejor que ellos conoce lo efímero del éxito, de la potencia, de la fama, de la memoria, de la carrera deportiva, el frágil equilibrio del cuerpo y de la mente… Nadie mejor que ellos para gritar a los cuatro vientos que Dios sólo hay uno y que, desde luego, no es ninguno de los que habita la villa olímpica.
Levantemos el telón y disfrutemos del DEPORTE, con mayúsculas, actividad que nos acerca a lo mejor del hombre y de la mujer si se vive centrado, aquí también, en lo importante.
Un abrazo fraterno
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