Una vez más, Cristo habla con sus discípulos sobre el peligro de las riquezas. Esta vez les cuenta una serie de parábolas en las que un servidor queda a cargo de varios bienes, por un amo que sale de viaje y que al regresar, debe encontrarle cumpliendo con su deber. Cristo nos dice que, si al volver el amo lo encuentra cumpliendo con su misión, será recompensado. En cambio, si lo encuentra abusando de los bienes que dejó a su cargo, será castigado.
También a nosotros, Dios nos ha dejado a nuestro cargo riquezas, que van desde las posesiones materiales (dinero, juguetes, ropa…), hasta los dones personales (inteligencia, conocimientos, aptitudes…). Y todos ellos son para una sola misión: amarlo a Él y a quienes nos rodean, usando esas riquezas para hacer el bien.
Pero esas riquezas son tan atractivas y el tiempo que tarda Jesús en volver parece tan largo, que nos llegamos a sentir dueños de ellas, nos enamoramos de ellas, y nos distraen de la misión que Jesús nos encargó: amar.
Cristo nos dice que la manera de evitar amar esas riquezas, más que a Dios y a los hombres, es “mantenernos en vela”, es decir: orar, escuchar su palabra, comulgar, confesarnos, para entender y mantener presente la misión que puso en nuestras vidas; y “acumular tesoros en el cielo”, haciendo buenas obras con esos dones.
No sabemos cuándo regresará Jesús como lo prometió. Tampoco cuándo nos llegará la muerte. Puede ser hoy mismo. Por lo tanto, empecemos lo más pronto posible a hacer obras de amor con los bienes que tenemos a nuestro cargo.
¿Qué riquezas materiales y personales ha dejado Dios a mi cargo? ¿Qué misión me ha encargado Dios, en función a esos dones que me ha dado?
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