08 mayo 2016

Solemnidad de la Ascensión del Señor

Al comienzo de su Evangelio nos muestra Lucas al sacerdote Zacarías cuando ejerce sus funciones litúrgicas en el Templo de Jerusalén, mientras se encuentra el pueblo en el exterior, en la hora de la ofrenda del incienso. Concluye su Evangelio precisamente allí donde ha comenzado: tras una última aparición a sus discípulos los conduce Jesús fuera de Jerusalén hacia Betania, y levantando sus manos los bendice. Entonces es arrebatado al cielo y los discípulos, tras haberse prosternado ante él, vuelven a Jerusalén llenos de alegría y “se mantenían sin cesar en el Templo, alabando a Dios”. Ahí tenemos precisamente las últimas palabras de Lucas.
 Cada uno de los Evangelistas tiene  su manera propia de organizar la materia que trata. Juan, el místico, por ejemplo, concentra en una única jornada todos los sucesos que siguen a la Resurrección: en la mañana del primer día de la semana se aparece Jesús a maría Magdalena; posteriormente , a la tarde del mismo día, se aparece a los discípulos, les da entonces su misión y hace descender sobre ellos el Espíritu Santo. Por lo que Lucas se refiere, va desplegando estos mismos sucesos a lo largo de un período de cincuenta días, en un contexto litúrgico, el de la fiesta de los cuarenta días y el de los cincuenta días – Pentecostés.

 Es menester, no obstante, que percibamos debidamente el significado de estas indicaciones litúrgicas de Lucas. El texto de la Carta a los Hebreos que hemos leído como segunda lectura nos puede ayudar a comprender a Lucas. El Sumo Sacerdote de la Antigua Alianza entraba a menudo en el Santuario para ofrecer sacrificios y realizar diversos actos litúrgicos.
 Jesús ha acabado de manera real a esta economía de los sacrificios. En adelante, será Él mismo – con toda su vida, no sólo con su muerte – quien reemplace los sacrificios de la antigua economía. Hemos quedado salvados no ya por gestos rituales nuevos que hubieran de reemplazar a los ritos de la Antigua Alianza, sino por la persona misma de Jesús. Como lo dice la Carta a los Hebreos, Jesús ha inaugurado para nosotros una vía nueva, a través del velo, es decir a través de su propia carne. Es a través de la carne de Jesús, es decir a través de su humanidad, que entramos en contacto con Dios.
 No se trata de la carne de un Jesús muerto, sino de un Jesús que ha prometido a sus discípulos permanecer en medio de ellos hasta el final de los tiempos. Ésta es la razón de que comience Lucas su “Segundo Libro” – los Hechos de los Apóstoles – precisamente allí donde concluye su Evangelio. Pero  añade un detalle importante. Luego que hubiera sido sustraído Jesús a la mirada de sus discípulos, se les presentan dos ángeles que les dicen: “Varones de Galilea, ¿por qué seguís mirando al cielo?” Jesús volverá sin duda alguna un día de manera grandiosa, pero ya ahora ha vuelto a la Iglesia, en la presencia de cada uno de sus discípulos El Libro de los Hechos de los Apóstoles será por otra parte, en su totalidad la historia de su presencia en esa comunidad nueva que es la Iglesia.
 La Eucaristía que estamos celebrando no es un encuentro individual sentimental, a solas con Jesús en nuestro corazón (o nuestra imaginación). Es más bien la celebración comunitaria plena de alegría, de la presencia de Jesús en medio de nosotros en cuanto formamos la comunidad de los creyentes. Tal es el sentido de la última frase del Evangelio de Lucas: “Volvieron a Jerusalén, llenos de gozo, y se hallaban de continuo en el templo alabando a Dios”.
A. Veilleux

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