En el claro-oscuro de un cambio cultural…
Miguel Ángel Calavia
Ya lo dijo el Concilio Vaticano II: El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero (GS, 4). Algunos hablan de cambio de época. Semejante diagnóstico, formulado en nuestras comunidades en los años 60, nos parecía un tanto académico, quizás porque las manifestaciones de este cambio todavía estaban latentes o solo aparecían en torno a personas y acontecimientos muy concretos. Hoy no podemos decir lo mismo: nuestras comunidades, y los hermanos que las forman, son testigos de que estos cambios nos afectan personal y comunitariamente, y no acabamos de integrarlos en nuestra vida y misión.
Este cambio suele identificarse con el paso de la Modernidad a la Postmodernidad; palabras que ya no son familiares, incluso pueden parecernos tópicas. No es infrecuente escuchar en nuestras comunidades la afiliación a un tipo u otro de contexto cultural. Una afiliación reflejada en las conversaciones y tertulias entre los hermanos, con intenciones y tonos a veces de broma (los mayores serían los modernos y los jóvenes los postmodernos!); pero también, lo que es más serio, en la manera de vivir la fe y la vida religiosa, y en la manera de encauzar la misión educativo-pastoral entre los jóvenes.
Esta diversidad cultural vivida en el interior de nuestras comunidades y en nuestros ambientes es también el claro-oscuro de la vida en el que somos invitados a ser testigos de Dios.
Manifestaciones de este cambio
No debemos quedarnos con el significado tópico y genérico de las palabras, porque entonces apenas nos afectan e interpelan. El cambio en el que estamos inmersos afecta a los tres indicadores que normalmente se utilizan para analizar un momento cultural: el ámbito del pensamiento, la visión de la historia, y los criterios éticos que presiden el comportamiento humano. No es el lugar para extendernos en este triple análisis, pero sí vale la pena presentar en forma de síntesis lo que este cambio conlleva.
a) El cambio cultural en el ámbito del pensamiento podría formularse así: de la razón ilustrada, como explicación y criterio únicos de ver e interpretar la realidad (Modernidad), hemos pasado al pensamiento “débil” y a la primacía del instinto y el sentimiento (Postmodernidad). Y en medio un proceso de desenmascaramiento y juicio a una razón meramente instrumental, al servicio del poder, de la producción científico- tecnológica, de la burocracia del Estado y de la absolutización del individuo, haciendo de éste una persona controlada, austera, trabajadora, lanzada a dominar el mundo.
La cultura ha salido de este proceso en las últimas décadas del siglo XX con unas manifestaciones de las que todos somos testigos: Lo importante es “vivir”, y “disfrutar” de “lo vivido”. La acción y el instinto han suplantado a la lógica y la razón. El pensamiento se ha vuelto “débil”, camina en un “vagabundeo incierto” (Vattimo), y se presenta con perfiles difusos e indeterminados, lejos de las seguridades de otros tiempos. Como dicen los postmodernos, la ameba, sensible al estímulo de turno, ha suplantada al mapa, como símbolo de lo estable e inmutable, y el gorrión sobre el tejado, en continuo movimiento, ha quitado el protagonismo a la mirada fija y omnipresente del búho de Minerva.
Y no hay que preocuparse por vivir en esta fluidez e indeterminación. En todo caso, si hay que apoyarse el algo, ahí está la tecnología que unifica los criterios y formas de vida de las personas y los pueblos.
a) El cambio cultural afecta también a la manera de ver e implicarse en la historia: Si la construcción de la historia se veía como tarea de todos, y con la utopía por delante, ahora nos hemos instalado en las pequeñas historias de cada día, con la preocupación por los propios reductos o fragmentos, y casi siempre a corto plazo. En ello han influido la crisis y ocaso de las grandes ideologías y de los grandes relatos (también religiosos!), portadores de sentido a largo plazo.
Ha entrado en crisis el convencimiento de los ilustrados de que la razón y el progreso científico, económico, cultural y político, con sus reclamos constantes al trabajo y al esfuerzo, incluso hasta el sacrificio, harían posible una sociedad más perfecta y feliz. Somos testigos de la crisis u ocaso de las grandes ideologías, y de la merma de la utopía que éstas encerraban: Ya hemos visto como ha acabado el Marxismo (!). Y ahí están algunas consecuencias del Neo-Capitalismo: el paro, las nuevas formas de pobreza y exclusión, la brecha cada vez mayor entre Norte-Sur, la inflación…
Y tampoco la vida personal se ha librado de la quema: Enfermedades nerviosas, la ansiedad y sus consecuencias, los negocios de soledad (sexo, masajes, relax…), etc.
Ante este panorama, no es extraño que se hable del fin de la construcción de la Historia como utopía y tarea de todos. Y es comprensible la reacción: refugiarse en el ámbito personal o familiar, y preocuparse de lo que nos afecta de forma más o menos inmediata.
b) Y también en el ámbito de la ética el cambio es notable: de los valores absolutos y “para siempre” de tiempos pasados, para construir la persona y la sociedad; aceptados por todos, y propuestos sin dificultad por padres y educadores, hemos llegado al subjetivismo ético y a la búsqueda de una “ética mínima” consensuada. Y en medio una ética individualista del disfrute “aquí y ahora”, del “depende” (de la situación y la estadística), de la apariencia y la seducción, del contrato temporal en las relaciones afectivas y también en la vida religiosa; con la consiguiente merma de criterios objetivos sobre lo que es importante o no, ético o no, bueno o malo…
Aunque también es verdad que esta crisis de criterios y normativas universales, ha favorecido el interés por las micro-políticas, por acciones en ámbitos reducidos (Voluntariado, ONGs…), que anticipan un futuro mejor. Futuro que garantice el desarrollo global de la persona, una sociedad más humana y un mundo más habitable.
TESTIGOS DE DIOS en el claro-oscuro de este cambio cultural
Este cambio nos afecta como comunidad en la comprensión y vivencia de nuestra fe y de nuestro carisma salesiano. No se trata de añorar tiempos pasados (que no volverán…) sino de situarnos lúcidamente y críticamente en esta cultura plural y ambigua, y preguntarnos e imaginar cómo ser testigos convencidos y creíbles de Dios y del Reino.
– Frente a la imagen de un Dios conceptualizado, controlado o “domesticado”, tenemos el reto de vivir y hablar de Dios como una presencia personal y viva, que nos sorprende en cada momento de nuestra vida, y nos invita a vivir el camino de la fe desde la confianza y la gratuidad. Es distinta la actitud del creyente que mira a Dios como un “objeto de fe”, y del que lo ve como “persona en quien se cree”
– Frente a una relación superficial u ocasional con Dios, como un elemento más junto a otros que presiden nuestras vidas, estamos llamados a ser testigos de un Dios, centro unificador de la persona, que recrea nuestra vida hacia dentro y hacia fuera, abriendo en ella posibilidades y dimensiones insospechadas.
– Frente a una fe intimista y privada, o vivida solamente desde el registro sentimental, somos llamados a ser testigos de un Dios que se manifiesta en y desde la historia, contemplado y experimentado en medio de los sencillos y de los pobres, el único lugar donde no puede manipularse su imagen; y nos compromete en la trasformación evangélica de la realidad.
– Frente a la concepción de un Dios, celoso o incluso opuesto al progreso del hombre y de la historia, estamos llamados a ser testigos de un Dios que invita al hombre a crecer y cuidar el mundo, como responsable y continuador de la obra creadora de Dios; integrando en su vida de fe los valores humanizadores de cultura (libertad, autonomía, deseo de felicidad, progreso auténtico…)
– Frente al intento de “ganarse” la salvación (la utilidad de la modernidad!), o vivirla desde la reivindicación o la meritocracia, somos llamados a ser testigos del encuentro con Dios, vivido como gracia y como don, lejos de todo intento de manipulación en función de intereses personales (psicológicos o sociológicos). Pero un don asumido de forma personal y responsable, como instrumentos que somos de su amor y salvación en el mundo, especialmente para los jóvenes
– Finalmente, frente a una fe reducida a hablar de Dios, o preocupada casi exclusivamente por la aceptación y salvaguarda de las formulaciones dogmáticas, es urgente que seamos testigos transparentes de Dios en el día a día, como cimiento que da seguridad a nuestra vida y como futuro que nutre nuestra esperanza. En definitiva, testigos de Dios como Salvación última y definitiva, en medio de tantas ofertas y reclamos ambientales…
Para la reflexión personal y diálogo de la comunidad
- ¿Somos conscientes, personal y comunitariamente, de que el cambio cultural pone a prueba la autenticidad de nuestra fe y nuestra capacidad de ser testigos visibles y creíbles de la primacía de Dios? ¿O vivo mi fe al margen de los nuevos contexto socio-culturales?
- ¿Qué perfiles de la nueva situación cultural están influyendo, de manera positiva o negativa, en nuestra vida cristiana?
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