Hoy es 8 de marzo, martes de la IV semana de Cuaresma.
El Señor es mi refugio y en él están todas mis fuentes. Desde el convencimiento de que habitas todos mis espacios, recorres todos mis tiempos y proyectas todos mis sueños, me presento ante ti, Señor de mi esperanza. Tú eres la paz que necesito en estos momentos y el aliento que busco en la jornada. Ven a mi encuentro, Señor, que tus palabras son la fuente donde se renueva mi vida. Nunca he puesto mi confianza en nadie más que en ti, que puedes ser al tiempo severo y gentil, que perdonas las faltas del hombre que sufre, Señor Dios, Creador del cielo y la tierra. Sé consciente de nuestra soledad.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 5, 1-3.5-16):
En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?»
El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.»
Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar.»
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla.»
Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar.”»
Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?»
Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.»
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
38 años llevaba esperando el paralítico para que alguien lo metiese en la piscina. Dependía de los demás para curarse. De una buena voluntad, de una mano amiga que lo ayudase a entrar. En la vida no estamos solos. Necesitamos de los demás para llegar a Dios. ¿Cuáles son esas manos que me sanan y me acercan al Padre?
Toma tu camilla y anda, es la invitación del Señor a caminar, a no detenerse ante las dificultades. A no quedarse paralizado y tendido. A asumir las propias limitaciones y cargar con la camilla para seguir adelante. Seguramente también tengo yo mi propia parálisis y necesito tomar mi camilla y echar a andar.
¿Quieres sanarte? Pregunta Jesús. Él tiene toda la autoridad, que va más allá de todos los límites de la ley. Donde parece que se acaban las posibilidades humanas empieza el poder de Dios. La novedad de Jesús siempre supera todo lo viejo y lo antiguo. Tal vez hay también aspectos que debo renovar en mi compromiso como creyente.
Contemplo de nuevo el texto. Pero prestando más atención al paralítico, que se encuentra con Jesús, fuente y origen de la curación.
Un día más, como todos los días. Ya son años de espera, de dolor, de inmovilidad. Ya he dejado de esperar. Nunca hay quien me meta en la piscina. Nadie tiene tiempo para un hombre enfermo, paralizado.
Aquí cada uno va a lo suyo. Solo consigo, en el mejor de los casos, miradas de lástima. He dejado de soñar con algo mejor.
–¿Quieres sanarte?
¿Qué dices? ¿Acaso te burlas? ¡Claro que quiero! Pero nadie se preocupa de mí. Siempre llego tarde al agua. No puedo.
– Olvídate del agua. Levántate, toma tu camilla y camina.
Un escalofrío me hace estremecer. Y al tiempo una emoción grande me invade. ¿Quién es este que me habla? ¿Por qué mi corazón arde?
Siento que sus palabras no son una burla sino una llamada… ¿Y si lo intento?
Las fuerzas parecen volver. O acaso estaban ahí. Me enderezo, y las piernas me sostienen. Tengo miedo de caerme… pero no me caigo. Miro a este hombre, y en sus ojos veo confianza, certidumbre. Él me ha sanado.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj (sobre el texto de Jn 5, 1-3; 5-16)
Me dirijo al Padre después de estos minutos de oración. ¿Qué palabras brotan de mi corazón al escucharle? Le pido, le agradezco.
Gloria al Padre,y al Hijo,y al Espíritu Santo.Como era en el principio,ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
por los siglos de los siglos. Amén.
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