FRENTE A LA COMPETITIVIDAD, EL ABRAZO DE DIOS
Vivimos en un tiempo de competitividad, en la vida pública (políticas de economía competitiva) y en la vida personal: hay que trabajar mucho para ser “el primero”. Hay que dar codazos, pisar, llegar antes, conquistar el futuro, ser los primeros en todo. Es la cultura de “tú eres un triunfador”, “has nacido para triunfar”… Desarrollo, progreso, ciencia, tecnología, esfuerzo, conquista…
Vivimos en un tiempo de derrotas conocidas: las conquistas de las armas no construyen la paz. Los ideales forjados sobre la sola economía y el juego de los mercados están lejos de una fraternidad universal. El puro esfuerzo voluntarista y los afanes de superación tienen muchas veces el reverso denla derrota y el fracaso.
La ley, las obras, el mérito no son fuente de paz, de alegría ni de plenitud. Construimos el mundo y nuestra vida personal sobre la base de la ley del esfuerzo. No trabajamos para vivir sino que vivimos para trabajar. Estamos en mundo “sin hogar”, como el del hijo mayor de la parábola: «tantos años que te sirvo sin desobedecer…» (Lc 15, 29) e un mundo de “siervos” como el del hijo pequeño: «ya no merezco llamarme hijo tuyo» (Lc 15, 21).
En “la tienda de la misericordia” Dios nos ofrece su abrazo incondicional, su ternura, su acogida, su compañía, su paz, su absoluta gratuidad: «tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo!» (Lc 15,31). La vida es amor, misericordia y gratuidad. La gratuidad de los hijos. Si Él se nos acerca y nos abraza, también la ternura puede habitar en nuestro corazón, porque hay muchos “hijos” que necesitan un abrazo de misericordia que cure sus heridas del camino. Misericordia y conversión son las dos caras de una misma moneda.
Símbolo: en “la tienda de la misericordia” introducimos una reproducción del cuadro “El retorno del hijo pródigo”, de Rembrandt, o un dibujo semejante.
Salmo:
«Anúnciame el goizo y la alegría,
Que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa»
(Salmo 50, 10-11)
Que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa»
(Salmo 50, 10-11)
Conversión:
«Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero…; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido» (MV 15)
Piensa quién en concreto puede necesitar de tu compañía, de tu presencia, de tu palabra, de tu acompañamiento. Y hazlo.
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