16 marzo 2016

Cristo nos está mirando desde la cruz

Con los brazos abiertos y el corazón traspasado. Acogiéndonos. Sin pedirnos cuentas. Amándonos. Gracias a Él, «por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre»(1). «Eterna es su misericordia»: es el estribillo del Salmo 136, el que rezaron Jesús y sus discípulos antes de salir hacia el Monte de los Olivos.
La Pasión de Cristo sigue manifestándose en todos aquellos que en nuestros días se ven obligados a sufrir un penoso calvario como refugiados, perseguidos, oprimidos o espiritualmente abandonados. Nosotros estamos llamados a asistir a Jesús en la persona de los más necesitados, con quienes Él tan claramente se identifica. Debemos honrarlos y amarlos como a Él mismo. Si no lo hacemos, estamos contribuyendo al horror del pecado, buscando sin rumbo explicaciones que sólo están en el Amor de Dios.

No podemos perder el orgullo de ser hijos de Dios, porque sería como perder la confianza en Él. Pero miramos a los ídolos de la contemporaneidad. El dinero, el poder, las.comodidades «sin las que parece que no se puede vivir», la supremacía de la voluntad personal, la tolerancia como criterio: se tolera lo que no se desea, pero se acepta. ¿Acaso pedimos tolerancia para Dios? El Jueves Santo, en el lavatorio de los pies, recordemos nuestra vocación primera, recordemos que somos servidores del que sirve y como el que sirve.
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (2) ¿De verdad no sabemos lo que hacemos? Sí lo sabemos. Lo sabemos bien. Pero el Amor de Dios lo puede todo, nos perdona, nos salva. Jesús, desde la cruz, nos está mirando ahora y nos perdona. Nos perdona por los abortos, verdadero genocidio; por las guerras, expresión del interés y la soberbia; por el expolio del mundo, a la vez origen y consecuencia del llamado bienestar occidental. Nos mira con amor. En la cruz se retuerce y se consume de dolor. Y pide al Padre que nos perdone, porque no sabemos lo que hacemos. La verdad: si lo supiéramos, no lo haríamos. Porque es monstruoso. Pero lo hacemos. Somos adultos. Somos unos irresponsables. Y a pesar de todo, Jesús nos salva, Dios nos ama. ¡Qué gran misterio el de la Cruz! Acojamos su perdón celebrando el sacramento de la Penitencia, donde el Señor nos da el “abrazo” que recupera, sana y nos devuelve su vida.
La Semana Santa debe ser una gran ocasión para regalar sin medida la misericordia que gratis hemos recibido. Y así «con la mirada ja en Jesús y en su rostro misericordioso percibir el amor de la Santísima Trinidad» (3), reencontrándonos «con el núcleo de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón» (4). Saciemos la sed de Cristo (5), que es deseo de llenar nuestras almas con la abundancia de su amor.
Miremos por n a la Madre del Hijo de Dios, crucemos nuestra mirada con la suya para acercamos a la profundidad del misterio de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros y nuestra salvación. Junto a la cruz, la Virgen, madre nuestra para siempre, le obedeció una vez más y nos acogió en sus brazos. «María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno» (6)
Abramos el corazón y entremos en el camino luminoso de la Resurrección por la puerta de las obras de misericordia. Es el deseo del Papa y el mejor consejo para vivir con devoción esta Semana Santa.

1. Francisco, Misericordiae Vultus, n. 7
2. Cf. Lc 23,34
3. Op. Cit., n.8
4. Op. Cit., n. 9
5. Cf. Jn 19,28
6. Francisco, Misericordiae Vultus, n. 24

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