11 diciembre 2015

Viernes II de Adviento

Hoy es 11 de diciembre, viernes de la segunda semana de Adviento.
Jesús me cita un día más. Me invita a quedar con él. Dentro de la rutina de mi día a día, ahora es el momento de estar a solas con él. Me recojo en silencio. Jesús, ahora es el momento. Dispongo todo mi ser para el encuentro contigo, con tu palabra. Siento tu presencia, tu calor y tu compañía. Háblame Señor, mi corazón está preparado. Mi corazón te escucha.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 16-19):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.” Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio.” Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores.” Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»
Cuántas veces, en los diferentes evangelios, se repite la escena que vemos hoy en la lectura de Mateo. Adentrémonos en ella. De un lado, Jesús es presentado como amigo de publicanos y pecadores. Y de otro, los personajes son presentados como buenos y piadosos, que se quedan sólo en las formas, criticándolas. Jesús parece empeñado en provocar con sus palabras. Y los buenos y piadosos, aparecen ciegos y sordos al verdadero fondo del mensaje de Jesús.

El caso, Jesús, es ponerte siempre pegas. Buscar siempre excusas a tus hechos y a tu mensaje. Y es que no es fácil entenderte, ni seguirte. Incluso los apóstoles, que lo vivieron todo contigo, se escandalizaban y les costaba comprenderte. A mí también me cuesta, no te esperaba a ti. Parece que buscases pelea. En el fondo, a veces yo también espero otro Dios y otro Jesús con otro mensaje y otros hechos.
No es fácil cambiar, no es fácil estar dispuesto a cambiar. No es fácil reconocer en tus hechos provocadores a un Dios Padre. Nos obligaría llegar hasta el fondo de tu mensaje. Nos obligaría a cambiar. Sintiéndome acompañado y querido por ti, identifico las resistencias, miedos y excusas que pongo para no creer. Para no ser seguidor incondicional de tu persona y mensaje.
Leo de nuevo el pasaje de Mateo y las palabras de Jesús, sabiendo que Jesús es amigo de pecadores y que quiere nuestros corazones tal y como son.
Termino este tiempo de oración. Recojo todas aquellas sensaciones y sentimientos que me han resonado con más fuerza en este rato de encuentro contigo y te las ofrezco. Te doy gracias por este día. Te pido que no me importen ni el ayuno de Juan ni tus comilonas con pecadores, sino sólo tu mensaje transformador. Amén.

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