Jesús llevaba ya un tiempo de vida pública y su figura había perdido fuerza, interés, atractivo ante el pueblo judío. La gente se iba alejando. En cambio las autoridades se iban envalentonando. Por eso Jesús que era realista les confiesa lo que sospechaba, lo que temía: que van a por él y que le van a eliminar. En el camino Jesús va hablando de su muerte y que al tercer día resucitaría. Sin embargo a los apóstoles les preocupa otros asuntos, por lo que no prestan atención a las palabras de Jesús e iban conversando, como después veremos, de otros temas.
Los apóstoles no entendían el discurso de Jesús. Más bien no lo querían entender. Eso de que iba a morir o de que le iban a matar, aunque resucitaría, echaba por tierra todos sus planes, los cuales estaban discutiendo: ser ministros en el Gobierno que ellos se imaginaban iba a fundar Jesús. Una vez más aparece la diferencia entre el pensar de Dios y del hombre, entre el sentir de Jesús y el sentir de la persona. Jesús quiere transmitir su preocupación a sus discípulos, pero éstos se muestran más interesados en sus cosas.
Lo que nos cuenta el evangelio de hoy sucede entre nosotros. Nos intranquiliza más la ficha de un futbolista o que un determinado candidato figure en el primer puesto de la lista que un grupo de refugiados o inmigrantes puedan instalarse. A los apóstoles les preocupaba más su futuro cargo político que la muerte de su Maestro. Es lógico que reaccionemos con más interés ante lo más próximo a nosotros. Pero también tenemos que ser capaces de superar, al menos en parte, esa tendencia egoísta. Contamos con dos herramientas: nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad que puede agrandar nuestro corazón.
Al final del evangelio nos pone Jesús a un niño como modelo de acogida. Hay que empezar por admitir que el niño de hoy es muy distinto al de los tiempos de Cristo. Entonces era el ser más indefenso hoy quizá el más protegido, aunque no sucede lo mismo en todos los lugares del mundo. Hoy hay regiones en las que el niño es mimado, mientras que en otros espacios es maltratado.
En nuestro ambiente la mayoría de los niños poseen de todo. Basta visitar sus habitaciones. Hay padres preocupados porque sus vástagos crecen demasiado arropados. Se les evita toda experiencia dura, como puede ser conocer la enfermedad, la muerte, la pobreza. Hoy la respuesta invariable a cómo hay que educar a la niñez, a la adolescencia es “en valores”. Pero ¿cómo? y ¿en qué valores?.
Nos encontramos al comienzo del curso escolar. Una buena interrogante es si nos inquietan otras cosas además del precio de los libros. Educar hoy es muy difícil. Vivimos en una sociedad “líquida” (sin consistencia). Conocéis la leyenda de los dos lobos. La he utilizado en alguna otra ocasión, pero no importa repetirla:
Un viejo jefe de una tribu charlando con sus nietos les contó lo siguiente:
Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí. Es entre lobos.
Uno de los lobos es la maldad, el temor, la ira, la envidia, el rencor, la avaricia, la arrogancia, la mentira, la egolatría.
El otro es la bondad, la ternura, la generosidad, la benevolencia, la amistad, la verdad, la compasión, la fe. Esta misma pelea está sucediendo dentro de vosotros.
Los niños pensaron por unos instantes y uno de ellos preguntó al abuelo:
¿Cuál de los dos lobos crees que ganará?.
El viejo jefe respondió: ”el que alimentes”.
De Jesús dice San Pedro que “pasó por el mundo haciendo el bien”. En otras palabras, alimentó al lobo bueno.
Josetxu Canibe
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