La ausencia (Sábado Santo)
¡Menos mal que todo acabó! Ya no sufre más. Ahora puede descansar ... y nosotros también. Lo decimos de los muertos cercanos que han vivido una dura agonía. Y, quizá sin quererlo, lo decimos de Jesús, de Dios. El Sábado Santo es la fiesta patronal de los que preferimos organizar la existencia sin las complicaciones del factor Dios, etsi Deus non daretur ("como si Dios no existiera"). Es el día de la cultura secularizada. Dejemos a los muertos que entierren a sus muertos. Nosotros aprovechamos para ir a la playa o disfrutar de una buena comida con los amigos.
Pero la ausencia de Dios está sembrada de nostalgia. Y tarde o temprano germinará. Mientras nosotros ocupamos el tiempo en nuestros asuntos –visto que el "asunto Dios" está casi liquidado– hay dos mujeres que hacen del Sábado Santo una sala de espera: María de Nazaret, la madre, y María de Magdala, la discípula amiga. Ellas hace siglos que han traspasado con la fuerza del amor los muros de la cultura secularizada. Están "más allá". Por eso, interpretan el "más acá" con más realismo que nadie. Saben que la cosa no ha hecho más que empezar. Y esperan.
El Sábado Santo tiene un sabor mariano. Por eso, quien no ha desistido de buscar hace bien en acercarse, aunque sea de incógnito, a la madre del Crucificado. Ella es quien mantiene el ritmo de nuestra espera: "Esperaste cuando todos vacilaban / el triunfo de Jesús sobre la muerte". La cultura de la indiferencia religiosa, del "no sabe/no contesta", encuentra en María la guía espiritual para tiempos de ausencia. Sin imponer nada, a base de comprensión y silencio, rehace la estructura mental y afectiva de quienes hemos despachado demasiado alegremente el asunto de Dios. Nos hace sentir el vacío, más como nostalgia de la meta que como peso que grava nuestra conciencia.
Santa María del Sábado Santo, mantén encendida la luz de nuestra lámpara.
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