MONICIÓN DE ENTRADA
Os damos, hoy, una muy especial bienvenida a la Eucaristía dominical. Vivimos la Pascua desde hace una semana. Ha llegado la gran fiesta para la Iglesia y para sus hijos. Estamos en el tiempo pascual que nos acompañará hasta el Domingo de Pentecostés. Este es un tiempo en el que toda la comunidad eclesial se reconoce a sí misma como misterio de comunión fraternal realizado por el Espíritu. Es una comunidad que se siente salvada, regenerada, renovada, capaz de ser enviada, saliendo al mundo para ofrecer el evangelio desde la alegría profunda y la transformación total. Compartamos, hermanos, hoy la eucaristía pidiendo al Señor que nos haga signos de resurrección para los que nos rodean. Hoy, además, en este Domingo Segundo de Pascua, celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, instituida por el anterior Pontífice, el siempre recordado Juan Pablo II
MONICIÓN SOBRE LAS LECTURAS
1.- La primera lectura de hoy es un fragmento del capítulo cuarto de los Hechos de los Apóstoles que nos narra una completa vida en común de los fieles de la primitiva Iglesia de Jerusalén. Todos pensaban y sentían lo mismo. Y reunían los bienes y las posesiones de todos como un patrimonio común. La resurrección del Señor les había unido con un vínculo muy fuerte y lleno de esperanza. ¡Qué lastima que nosotros –hoy—no sigamos así!
S.- El Salmo 117 era un himno que los judíos contemporáneos de Jesús utilizaban en la fiesta de las tiendas o tabernáculos, una de las más importantes del calendario litúrgico hebreo. Y se cantaba en la procesión de entrada al Templo en dicha fiesta. Según algunos tratadistas fueron los éxitos militares de Judas Macabeo contra los sirios los que, originariamente, debieron inspirar el Salmo. Para nosotros, hoy, representa un canto de alegría pascual: la victoria de Cristo sobre la muerte.
2.- La segunda lectura es de la Primera Carta del Apóstol San Juan y en ella nos explica que quien ha nacido de Dios vence al mundo. Y creer en Jesús como Mesías, es lo que nos hace Hijos predilectos de Dios. Dice también Juan que el auténtico amor a Dios se demuestra cumpliendo sus mandamientos. Es, en cierto modo, una aplicación teológica del antiguo refrán castellano: “Obras son amores, y no buenas razones”.
3.- El Evangelio de San Juan nos narra la aparición de Jesús a los discípulos en el Cenáculo, el mismo “primer día de la semana”, el Domingo de Resurrección. Pero Tomás no estaba y no cree que el Señor se haya presentado. Ocho días después se aparece otra vez, estando ya allí el apóstol Tomás. Su desconfianza se transformó en fe inquebrantable que se expresa en esa oración de “Señor Mío y Dios Mío” que tanto han repetido desde entonces millones y millones de cristianos.
Lectura de Postcomunión
MONICIÓN
Por expreso deseo del anterior Papa, Juan Pablo II, se estableció que el Segundo Domingo de Pascua estuviese dedicado a la Misericordia divina. Por ello nos ha parecido muy oportuno proclamar esta oración en estos momentos de paz y quietud, tras recibir la gran misericordia que es la presencia de Jesús en el Sacramento del Altar.
ORACIÓN DE LA MISERICORDIA DIVINA
¡Oh Dios de gran misericordia!,
bondad infinita, desde el abismo de su abatimiento,
toda la humanidad implora hoy Tu misericordia, Tu compasión,
¡Oh Dios!; y clama con la potente voz de la desdicha.
¡Dios de Benevolencia, no desoigas la oración de este exilio terrenal!
¡Oh Señor!, Bondad que escapa nuestra comprensión,
que conoces nuestra miseria a fondo
y sabes que con nuestras fuerzas no podemos elevarnos a Ti,
Te lo imploramos:
Adelante con Tu gracia y continúa aumentando Tu misericordia en nosotros,
para que podamos, fielmente, cumplir Tu santa voluntad,
a lo largo de nuestra vida y a la hora de la muerte.
Que la omnipotencia de tu misericordia nos escude
de las flechas que arrojan los enemigos de nuestra salvación,
para que con confianza, como hijos Tuyos,
aguardemos la última venida (día que Tú solo sabes).
Y esperamos obtener lo que Jesús nos prometió
a pesar de nuestra mezquindad.
Porque Jesús es nuestra esperanza:
A través de su Corazón misericordioso,
como en el Reino de los Cielos
Exhortación de despedida
Igual que el apóstol Tomás, ya creyente, salgamos nosotros alegres y felices del Templo, el Señor Jesús, Resucitado; se ha hecho presente entre nosotros dentro de la gran Alegría de la Pascua. Que la Misericordia de Dios esté siempre presente en nosotros.
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