Es curioso. Hoy nos encontramos entre dos textos (la primera lectura y el Evangelio) que reflejan rasgos aparentemente opuestos de la humanidad y de la antropología de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús. Por un lado, tenemos la primera lectura de Hechos que nos muestra cómo eran las primeras comunidades cristianas diciéndonos que “lo tenían todo en común…, daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor…”, y por otro lado el Evangelio, en el que nos encontramos con la incredulidad de Tomás, que se resiste a creer mientras no meta la mano en el costado del Resucitado. Bien parece que la primera lectura refleja una comunidad “intachable”. No pasa así en el Evangelio, donde la “foto” de Tomás parece salir algo más desenfocada, afeando al fin y al cabo la imagen del discipulado. Uno y otros son personas seguidoras de Jesús, testigos de primera hora. En torno a la imagen que de ellos se manifiesta en las lecturas me surgen algunas pre- guntas: ¿sería realmente tan “perfecta” aquella comunidad y tan “radical” la incredulidad de Tomás? ¿No será que la realidad es más mezclada en unos y otros, incluso en nosotros mismos?
La Biblia es un buen espejo en el que mirarnos y reconocernos los cristianos de todas las épocas. Tiene sentido acercarnos a las lecturas atendiendo, no sólo a lo que dicen, sino también a aquello que no expresan con palabras. El Evangelio de hoy puede adentrarnos en una experiencia de reconciliación con nuestras torpezas a la hora de reconocer de clic”, como los ordenadores. al Resucitado en medio de la vida cotidiana. ¿Quién no ha dicho alguna vez “¡no lo creo hasta que no lo vea con mis propios ojos!”? Que una figura como la de Tomás esté descrita así en el Evangelio nos devuelve a la dimensión “procesual” de nuestra fe, que no funciona “a golpe de clic”, como los ordenadores.
La primera lectura, por otro lado, nos puede introducir, como canta Silvio Rodríguez, en la necesidad de “amar el tiempo de los intentos”, porque, más que una realidad “redonda y perfecta”, esta lectura apunta hacia aquello a lo que todos y todas caminamos: el ideal de una comunidad democrática en sus decisiones y generosa en el compartir de los bienes.
El subrayado que hace la segunda lectura es importante. Necesitamos reconocer existencialmente que “los mandamientos de Dios no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo”. Lo de Dios nunca es un “pesado”, sino que es anchura, propuesta, camino, encuentro comunitario, envío y misión… En esta lectura quedan vinculadas, como tantas veces en la Biblia, dos dimensiones vertebradoras de la existencia: el amor y la fe. Una fe cimentada en el “cumplimiento” se cae. La experiencia de la Resurrección que atraviesa nuestras vidas nos abre al amor, trasciende nuestras increencias, nos impulsa más allá del lugar de donde partimos, provoca “ardor en el cora- zón” y calidez en las relaciones humanas.
Esperanza de Pinedo, ac
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