En estos tiempos de profunda crisis religiosa no basta creer en cualquier Dios; necesitamos discernir cuál es el verdadero. No es suficiente afirmar que Jesús es Dios; es decisivo saber qué Dios se encarna y se revela en Jesús. Me parece muy importante reivindicar hoy, dentro de la Iglesia y en la sociedad contemporánea, el auténtico Dios de Jesús, sin confundirlo con cualquier «dios» elaborado por nosotros desde miedos, ambiciones y fantasmas que tienen poco que ver con la experiencia de Dios que vivió y comunicó Jesús. ¿No ha llegado la hora de promover esa tarea apasionante de «aprender», a partir de Jesús, quién es Dios, cómo es, cómo nos siente, cómo nos busca, qué quiere para los humanos?
Qué alegría se despertaría en muchos si pudieran intuir en Jesús los rasgos del verdadero Dios. Cómo se encendería su fe si captaran con ojos nuevos el rostro de Dios encarnado en Jesús. Si Dios existe, se parece a Jesús. Su manera de ser, sus palabras, sus gestos y reacciones son detalles de la revelación de Dios. En más de una ocasión, al estudiar cómo era Jesús, me he sorprendido a mí mismo con este pensamiento: así se preocupa Dios de las personas, así mira a los que sufren, así busca a los perdidos, así bendice a los pequeños, así acoge, así comprende, así perdona, así ama.
Me resulta difícil imaginar otro camino más seguro para acercarnos a ese misterio que llamamos Dios. Se me ha grabado muy dentro cómo le vive Jesús. Se ve enseguida que, para él, Dios no es un concepto, sino una presencia amistosa y cercana que hace vivir y amar la vida de manera diferente. Jesús le vive como el mejor amigo del ser humano: el «Amigo de la vida». No es alguien extraño que, desde lejos, controla el mundo y presiona nuestras pobres vidas; es el Amigo que, desde dentro, comparte nuestra existencia y se convierte en la luz más clara y la fuerza más segura para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.
Lo que más le interesa a Dios no es la religión, sino un mundo más humano y amable. Lo que busca es una vida más digna, sana y dichosa para todos, empezando por los últimos. Lo dijo Jesús de muchas maneras: una religión que va contra la vida, o es falsa, o ha sido entendida de manera errónea. Lo que hace feliz a Dios es vernos felices, desde ahora y para siempre. Esta es la Buena Noticia que se nos revela en Jesucristo: Dios se nos da a sí mismo como lo que es: Amor.
DESDE ABAJO
La imagen del pastor está cargada de simbolismo religioso en la tradición bíblica. El pastor simboliza al jefe que gobierna y que dirige al pueblo. Su principal tarea es vigilar, guiar y proteger al rebaño. Dios es «el pastor de Israel» porque conduce al pueblo, vela por él y lo protege. Ese es también hoy su principal significado cuando se habla en la Iglesia de los pastores que «guían al pueblo».
Sin embargo, cuando los primeros cristianos hablan de Jesús como «buen pastor», no lo hacen sobre todo para presentarlo como jefe y caudillo de un pueblo, sino para destacar su preocupación por la vida de las personas. Jesús es «buen pastor», no porque sabe gobernar, conducir y vigilar mejor que nadie, sino porque es capaz de «dar su vida» por los demás.
Esta teología del Buen Pastor recoge bien la actuación de Jesús. Su primera preocupación no fue salvaguardar la doctrina, vigilar la moral o controlar la liturgia, sino desvivirse por la gente, luchar contra el sufrimiento bajo todas sus formas y trabajar por una vida más digna y dichosa para todos, llegando «hasta dar su vida» en este empeño. La Iglesia tiene la responsabilidad de invitar y orientar a los creyentes hacia la verdad de Cristo, pero Cristo se dedicaba precisamente a quitar sufrimientos y dar vida. Sólo desde ahí revelaba y anunciaba al verdadero Dios.
En estos tiempos en que tanta gente «abandona el rebaño» y se aleja de la fe, la mejor manera de guiar hacia la «verdad de Cristo» sería ver a una Iglesia dedicada en cuerpo y alma a que la gente sea más dichosa, se sientan menos desamparada y más protegida contra el mal y el sufrimiento.
Los mismos cristianos que confesaron a Jesús como «pastor», le presentaron también como «cordero» sacrificado por los demás. Es un buen recordatorio para los pastores de la comunidad cristiana. El trabajo pastoral no se hace imponiéndose «desde arriba», sino sirviendo desde abajo. No se conduce hacia Cristo desde el poder y el dominio, sino desde la compasión y la lucha contra el sufrimiento y desamparo.
José Antonio Pagola
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