27 marzo 2015

Preparación al Triduo pascual



PREPARACIÓN PARA EL TRIDUO SANTO
 Desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la Noche Santa de la Pascua, inauguramos con toda la Iglesia, la celebración de los misterios de la Pasión Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Muchos cristianos comenzarán una semana laica de vacaciones. Nosotros, fieles al Señor, acompañémosle de una manera más intensa con la contemplación de estos misterios y con la oración, para suplir la falta de los que no se acuerdan de que Dios les ama en su Hijo Jesucristo, Hermano nuestro y Siervo Paciente.
Que el Señor no nos tenga que decir como a Pedro y a los discípulos dormidos en el huerto: “No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26, 41).
Días de oración y de lectura y de contemplación deben ser para nosotros estos días santos en que el Hijo del Hombre nos da la máxima prueba de amor para crearnos hombres

TRIDUO PASCUAL
Con la misa vespertina del Jueves Santo comienza el Santo Triduo Pascual de la Muerte y Resurrección del Señor que finalizará con el oficio de vísperas del Domingo de Pascua. Los misterios que actualiza la liturgia del Jueves Santo -la llamada Misa Vespertina de la Cena del Señor- son conocidos por todos y quizá este año que la Iglesia dedica a considerar la acción del Espíritu Santo aportará novedad un pequeño apunte sobre la dimensión neumatológica tanto de la Eucaristía como del Amor fraterno.
Aludiendo a la súplica que el sacerdote hace antes de la consagración eucarística, una antigua catequesis dice: “Después del canto del Santo, suplicamos al Dios filántropo que envíe al Espíritu Santo sobre sus dones aquí presentes, para hacer del pan el cuerpo de Cristo y del vino la sangre de Cristo, porque todo lo que el Espíritu Santo toca, es santificado y transformado” (Cirilo de Jerusalén).
La presencia del Espíritu en la eucaristía transforma a ésta en un nuevo Pentecostés que hace de nuevo la Iglesia de Cristo y une a los comulgantes en el Cuerpo de Cristo.
El ayuno del Viernes Santo y la vespertina “Celebración de la Pasión del Señor” intentan sumergir a toda la Iglesia en el misterio de la muerte de Cristo. Y esto no sólo afectivamente, sino como un sacramento que nos hace participar en la fuerza salvífica y transformadora que consiguió y perpetuamente contiene.
Participar fructuosamente en el ayuno y en la liturgia del Viernes Santo ayuda a dar un paso en la “mortificación” (dar muerte) que exige el seguimiento de Cristo para que Él pueda ser el Señor de nuestra vida.

Este fruto de la muerte de Cristo solamente puede producirlo en nosotros la acción del Espíritu Santo que es el gran don que ha hecho Cristo a su Iglesia.
El relato de la Pasión según san Juan, que escucharemos esta tarde, describe el momento final de la muerte de Jesús con estas palabras: “E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu”. San Juan no se refiere al ultimo hálito del moribundo. Afirma que Cristo, al morir, pudo entregar el Espíritu Santo que había prometido a su Iglesia representada en el Calvario por su Madre y el Discípulo Amado.
ANTONIO LUIS MARTÍNEZ

Semanario “Iglesia en camino”


Archidiócesis de Mérida-Badajoz

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