“El cielo de esta
noche,/ su luna grande y su silencio vivo:/ misteriosa heredad para mis ojos;/
predio de maravillas, que me rinde/ como siempre al mirarlo una alta renta/ de
asombro, de emoción y de consuelo.” (Eloy Sánchez Rosillo)
Esas
noches en las que encontramos
un
por qué,
una
calma extraña,
un
sentido al “como siempre”,
la
valentía necesaria para adentrarnos
en
la oscuridad.
En
estas vigilias
a
cielo abierto,
en
tierra extraña
o
en el cotidiano paso del tiempo,
los
ojos reclaman atención,
un
paso titubeante y, a la vez, seguro
para
atravesar la barrera
de
nuestro miedo milenario a la oscuridad;
así,
dispuestos y en camino
hallaremos
sorpresa, encanto
o
más de lo mismo,
la
noche será compañera,
inseparablemente
unida al día,
la
otra cara de la moneda
que
necesita ser visitada,
comprendida,
recreada
en
nuestras historias
con
interlocutores que también
se
han adentrado en su ocaso.
Pasar
del pánico
a
su consuelo,
del
ansia de huida
al
acogedor lugar de encuentro,
nos
basta sola
en
nuestras soledades y búsquedas;
si
en la noche coincidimos
con
otros noctámbulos empedernidos
compartiremos
al mirarla juntos
su
asombro ensimismado.
(Antonio
Martínez. Valladolid. Para adentrarnos en las noches)
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