08 junio 2014

Homilías 1. La Santísima Trinidad 15 de junio

1.- UN DIOS TRINO, UN DIOS COMUNIDAD

Por Gabriel González del Estal, OSA.

(La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros. (2a Corintios, 13, 13).

1.- A veces, cuando queremos decir que algo es muy complicado, o imposible de entender, lo comparamos al misterio de la Santísima Trinidad. Es porque tenemos conciencia de la imposibilidad de explicar este misterio. Y, evidentemente, no sería misterio, si nosotros pudiéramos explicarlo o comprenderlo racionalmente.


Se puede creer en un misterio, aunque no seamos capaces de explicarlo racionalmente. Entre las fuentes de donde puede brotar la creencia, hay algunas que no son estrictamente racionales, como pueden ser la fe, las razones del corazón, el consenso universal, etc. Nuestra creencia, en estos casos, no es una creencia demostrable racionalmente, aunque sea, para nosotros, razonable creer en ella. En este grupo, incluimos los cristianos la creencia, para nosotros razonable, de la existencia de un Dios uno y trino.

No voy a hablar aquí del Dios uno y trino, desde un punto de vista teológico, ni mucho menos filosófico. Quiero limitarme a comentar algunos mensajes o aspectos pastorales que yo veo sugeridos en las lecturas de este domingo. Y voy a comenzar por el texto de San Pablo que he citado arriba, tomado de su segunda epístola a los Corintios.

El Dios que San Pablo quiere que esté siempre con nosotros, es, desde luego, un Dios trino en su ser y en su acción. Es, desde luego y en primer lugar, un Dios Amor. Un Dios que nos amó, antes que nosotros le amáramos a él, y, por amor, nos entregó a su Hijo, "para que no pereciéramos ninguno de los que creyéramos en él, sino que tuviéramos vida eterna". Y, precisamente porque es Amor, es también "un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad..., que perdona nuestras culpas y pecados y nos toma como heredad suya". A este Dios Amor podemos llamarlo también Dios Padre.

Es también un Dios Gracia, porque se nos da gratuitamente, sin que nosotros lo hayamos merecido. Gracias a su ayuda, gracias a su Gracia, podemos salvarnos, venciendo las continuas tentaciones con las que el mundo y nuestro propio "hombre viejo" nos tienta de continuo. Su gracia es para nosotros fuerza y perdón, luz y guía, redención y consuelo. La gracia de Dios es la que hace frente a nuestra debilidad, permitiéndonos vencer incluso a la muerte en la resurrección. A este Dios Gracia podemos llamarlo también Dios Hijo.

Es un Dios Comunión. Porque, a través del amor, Dios quiere hacer de cada uno de nosotros su tienda y su morada. El Espíritu de Dios es el que debe dirigir nuestra vida desde dentro, dando muerte una y otra vez a los malos espíritus que también habitan dentro de nosotros. Si no estamos en comunión con Dios, estaremos en comunión con el mundo, dejándonos gobernar por las "concupiscencias" mundanas. El hombre es, por naturaleza, un ser en comunión, porque para vivir y crecer necesita comunicarse continuamente con el medio en el que habita. Esto vale no sólo para el cuerpo, sino también para el espíritu. Si no nos comunicamos con Dios, seremos espiritualmente cuerpos sin vida. A este Dios Comunión podemos llamarlo también Dios Espíritu Santo.

Este Dios uno y trino es un Dios invisible, pero puede y quiere hacerse visible en cada uno de nosotros, en la familia, en la sociedad, en todas las manifestaciones de la vida humana en general.

2.- Cada uno de nosotros debe ser imagen visible del Dios trino. ¿Cómo? San Agustín --que como sabemos escribió muchas páginas sobre el misterio de la Trinidad-- dice que la imagen del Dios trino está reflejada, aunque muy pálidamente, en el hombre, porque éste es al mismo tiempo memoria, entendimiento y voluntad. Estas tres cosas, dice el santo, "se manifiestan separadamente y obran inseparablemente".

Pero yo no voy a seguir a San Agustín en la reflexión sobre este tema, porque me interesan más los aspectos pastorales del mismo. Cada uno de nosotros es imagen del Dios trino, porque podemos amar gratuitamente a los demás, podemos ayudarles y podemos vivir en comunión armoniosa con ellos. Si los demás nos ven como Amor, como Gracia y como Comunión, pueden descubrir visiblemente en nosotros al Dios invisible. Seguramente que son muchas las personas que necesitan nuestro amor gratuito, que necesitan nuestra ayuda y que quieren percibirnos como cercanos y comunicativos.

Un Dios trino, es decir, un Dios Comunidad, debe ser el modelo de toda familia cristiana. Si entre los miembros de la familia no hay amor, ayuda y comunión, no podemos hablar de verdadera familia cristiana. La familia es una comunidad, en el sentido más pleno de la palabra, y la imagen del Dios Comunidad debe ser el modelo primero en su pensar y en su vivir. Y el hecho de que algún miembro de la familia no quiera vivir de acuerdo con este modelo no dispensa a los demás miembros de intentarlo por su cuenta. La responsabilidad personal de cada uno de los miembros de la familia no queda dispensada cuando falla la responsabilidad común de la familia en cuanto tal. El hecho de que la mayor parte de las familias, en España, hayan dejado de vivir según el modelo del Dios trinitario, del Dios Comunidad, no quiere decir que esto sea un bien para la familia. Ni un bien social, ni, por supuesto, un bien religioso. No siempre lo que hace la mayoría es un bien para la mayoría.

El Dios trinitario también debe ser imagen y modelo de la sociedad. Si la sociedad estuviera regida por el amor y nos ayudáramos unos a otros y viviéramos en comunión espiritual y económica los unos con los otros, desaparecerían como por encanto tantas desgracias y tantos dolores. Se puede decir que esto es utópico, y lo es en verdad. Pero la utopía de una sociedad menos injusta, es una utopía impuesta por los pecados de los hombres. Ninguno de nosotros, por sí solo, puede cambiar y convertir a la sociedad entera. Pero cada uno de nosotros puede cambiar y convertirse él mismo, poniendo así la primera, o la segunda, o la tercera piedra en la construcción de esa sociedad más justa que todos deseamos.

Terminemos esta reflexión, como la empezamos: deseando que "el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo" estén siempre con todos nosotros, con nuestras familias y con la sociedad entera.

(**) Gabriel González del Estal.- El Padre Gabriel González es el prior de la Comunidad Agustina de Valdeluz, en Madrid y ejerce su ministerio sacerdotal en la Parroquia de Santa María de la Esperanza. Fue también provincial de la Orden Agustiniana en Madrid.

2.- EL CONCEPTO DE “TRINIDAD”

Por Antonio Díaz Tortajada

1. Con este domingo dedicado a la alabanza de la santísima Trinidad de Dios, comienza lo que la liturgia católica llama el “tiempo ordinario”. Se llama “tiempo ordinario” a todas las semanas del año que están fuera de los tiempos especiales de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua de Resurrección.

La liturgia de este domingo no intenta exponer todo lo que la teología dice acerca de la Santísima Trinidad de Dios, sino explicarnos, claramente, lo que es Dios, ese Dios único que realiza el concepto de “trinidad”. Se trata, nos dicen las lecturas, de un Dios compasivo y misericordioso, rico en clemencia y lealtad, de un Dios de amor y de paz. Se trata de un Dios que tiene con nosotros la relación de padre a hijo y que es capaz de dar su propia sangre por nosotros, que no quiere nuestra muerte, sino que tengamos vida eterna, que no juzga, sino que salva al mundo contra todas las amenazas de castigo.

De Dios es más fácil decir lo que no es que lo que es. Lo mismo pasa cuando hablamos de la trinidad que es Dios. Comencemos por decir que la santísima Trinidad es un concepto; es un concepto que trata de expresar la vida interna de Dios, su misterio más íntimo, qué es Dios para sí mismo. La Trinidad no divide la unidad de Dios.

2. - Pero hablemos un momento del concepto teológico de “misterio”. Misterio en teología no es lo desconocido, inconoscible o inexplicable. Misterio es lo que tiene tal cantidad de contenido que, por mucho que expliquemos, no logramos explicar todo el sentido que eso tiene. Cuando una cosa es en teología “misterio” no podemos ahorrarnos las explicaciones, sino todo lo contrario: tenemos que darlas todas sabiendo que nos quedaremos cortos, sabiendo que siempre se nos quedará algo sin explicar porque se trata de explicar a Dios.

Digamos que las imágenes físicas de la Santísima Trinidad no le hacen ninguna justicia y que, más bien, a veces, nos confunden. Sólo las imágenes vivas de la Trinidad nos pueden ayudar a rastrear su realidad. Es relación de personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), con su capacidad de salir al encuentro del otro, responsabilizarse de él y tenderle la mano. La Trinidad es familia, icono trinitario, en cuanto comunidad de vida y amor.

Dios es Padre, y todos nosotros somos sus hijos. En un mundo tan inseguro saber que Dios es Padre es una buena noticia.

Dios es Hijo, y por tanto es hermano nuestro, lo que significa cercanía, ayuda y amistad.

Dios es espíritu, es como el desbordamiento de Dios, el Amor hecho don y abrazo. Es el Dios que se derrama sobre nosotros y nos llena de su fuerza, de su alegría, de su santidad.

Cuando Dios quiso decirnos cómo era él, se hizo hombre.

Podemos decir que hay algo de Dios trinitario en nosotros, que estamos hechos a imagen y semejanza de la Trinidad, que nuestra vocación es vivir aquí trinitariamente, para entrar después en la misma fuente trinitaria. Si queremos saber cómo es Dios, miremos hacia nosotros o hacia nuestro prójimo, hecho a imagen y semejanza de Dios por Dios mismo.

3.- Hablemos de la Trinidad en la unidad de Dios. No nos bautizan en los nombres de, sino en el nombre de, porque no hay tres dioses, sino un solo Dios que es amor y que se revela como Padre, como Hijo, y como Espíritu.

Digamos que Dios es amor, y que, el que ama conoce a Dios, conoce todo lo que es Dios, porque Dios no es amor y otra cosa, sino que es amor y sólo amor, amor incondicional e infinito. Dios es amor, es decir que el ser mismo de Dios es el amor y que el amor es el ser mismo de Dios. El Dios que es una trinidad es amor. Quien ama conoce lo que es la Trinidad de Dios y todos los misterios de Dios, en la medida en que tales misterios pueden ser conocidos por la mente de un ser humano.

Ese amor incondicional, precedente, de Dios, puede expresarse diciendo que Dios es un padre maternal o una madre paternal, porque Dios no tiene sexo. Dios no es hombre ni mujer, Dios es Dios.

4.- Hacia nosotros, podemos decir que la paternidad maternal de Dios significa que Dios se revela como un amor que nos ama porque sí, incondicionalmente, eternamente, invariablemente. Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque El es amor y es bueno.

Hacia nosotros, podemos decir que Dios se comunica, se expresa, y se encarna, se hace una sola carne con el ser humano. Somos hijos en el Hijo porque esa comunicación de Dios, esa Palabra por medio de la cual se crea todo y Dios se comunica a sí mismo, es el Hijo de Dios. Esa Palabra habita en el hombre, se ha hecho una sola cosa con el ser humano por la encarnación de Dios, y lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre.

Hacia nosotros, podemos decir que el que Dios sea amor, Espíritu Santo, significa que la misma fuerza que mueve a Dios, el amor, es la fuerza que mueve al hombre hacia Dios, y a los seres humanos los unos hacia los otros. No puede el Espíritu Santo, el amor, hacernos hijos de Dios, sin hacernos, al mismo tiempo, hermanos entre nosotros.

5.- No, la Santísima Trinidad no es algo que no nos interese. Si Dios, que es amor, no tiene en sí la relación de Padre a Hijo, nosotros no tenemos nada que ver con Dios, ni Dios tiene nada que ver con nosotros. La Santísima Trinidad nos interesará a los seres humanos mientras a los seres humanos nos interese el amor, mientras a los seres humanos nos interese Dios. Entenderemos la Trinidad si vivimos la caridad.

3.- "TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO..."

Por José María Martín OSA

1.- Al comenzar la segunda parte del Tiempo Ordinario celebramos el domingo de la Santísima Trinidad. Es el misterio central de nuestra fe. Es un misterio gozoso, que nos llena de alegría y de paz por dos razones: la primera, Dios es amor; la segunda, Dios es comunidad.

2.- Dios es amor.- La historia de la salvación es una historia de amor, incluso cuando parece que Dios se muestra exigente con el hombre cuando éste, llevado por su cerrazón, se aparta del camino de vida. El Señor pasó ante Moisés proclamando que es un "Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y lento en clemencia y lealtad". Es un Dios que perdona y que se olvida fácilmente de la iniquidad del hombre. Pero cuando se muestra más claramente el amor de Dios al hombre es en el momento en que entrega a su Hijo único "para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna". El Juicio Final ha sido un recurso utilizado frecuentemente para amedrentar y evitar así el pecado. ¡Qué manipulación de Dios!, ¡Qué horror! Ni siquiera dejamos a Dios ser Dios. Dios es Padre y, por eso, crea una familia: la humanidad; Dios es Hijo y, por eso, crea fraternidad; Dios es Espíritu Santo y, por eso, crea comunión.

El saludo ritual que el apóstol empleaba en todas sus cartas lo escuchamos nosotros en la Eucaristía: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros". Todo es gracia porque Dios nos ama.

3.- Dios es comunidad.- En un mundo individualista como el nuestro Dios nos enseña a vivir en comunión. Dios pone su "mesa camilla" entre nosotros y nos invita a participar en su mesa. Dios es amor y "amor entre personas". Un amor que no queda encerrado en sí mismo, sino que se abre a todos. Nuestras celebraciones adolecen de individualismo. Da la sensación de que cada uno se fabrica un Dios a su medida. Incluso cuando estamos sentados en los bancos de la Iglesia parece que cada uno va a lo suyo, sin importarle nada lo que le pasa al que está a nuestro lado. Hemos de recuperar el sentido de comunidad para tener "un mismo sentir" como nos recomienda el Apóstol. Sin comunidad no hay seguimiento de Cristo, ni autentica fe cristiana. Dios es comunidad y quiere que también nosotros lo seamos.

4.- DIOS ES AMOR Y NUNCA PUDO VIVIR EN SOLEDAD

Por José María Maruri, SJ

1.- La fiesta de hoy parece despertar en nosotros el deseo de dar a conocer nuestros propios orígenes. La profunda raíz de nuestro ser:

--¿quién es ese ser del que estamos siempre viniendo como dice Zubiri?

--¿quién siendo todos nosotros muchos nos hermana en un amor común?

--¿quién habla sin palabras a nuestro corazón dando paz o remordimiento?

--¿quién es ese ser al que unas veces sentimos lejano en lo alto del cielo y otras más dentro de nosotros que nosotros mismos?

Felipe le dijo a Jesús: “Muéstranos al Padre y eso nos basta”. Sí, Señor, muéstranos a nuestro Padre, déjanos conocer ese rostro querido, siempre sonriente con nosotros.

No sé si alguno de vosotros recordará una célebre novela del Padre Alarcón, “Jeromín”, sobre nombre de Don Juan de Austria, que en su infancia atisba, a través de ramas y jaras al Emperador Carlos V retirado en Yuste. O la emoción al sentir sobre su cabeza la mano imperial cuando Carlos V yace en el lecho de muerte. Algo en el corazón de Jeromín le hace saberse dependiente de aquel gran hombre que se va de este mundo, sin que nadie le haya dicho aún que es su padre. Así busca nuestro corazón a Dios y no descansa hasta encontrarse con Él.

2.- Pero el rostro de nuestro Padre Dios, uno y trino, queda siempre de lo que no entendemos. ¿Hay que avergonzarse por ello? Hombres irrepetibles como San Agustín cayeron de rodillas adorando a un Dios demasiado grande para que lo entienda el hombre.

Te quiero pero no te entiendo, ¿hay algo malo en ello? ¡Cuántas personas a las que queremos no las acabamos de entender! Cuántos padres y madres podrían repetir esta frase pensando en hijos y en hijas a los que quieren, pero no entienden del todo. ¿Y qué hay de malo en ello?

3.- De Dios nos basta saber que es amor y por eso no pudo nunca existir en soledad, y tuvo que ser comunidad, hogar y familia.

Lo importante es descubrir lo que es vivir creyendo en un Dios que es Trinidad:

--lo que significa creer en un Dios padre de todos

--en un Dios que es todo actitud filial hacia el Padre y todo actitud fraternal hacia todos aquellos hacia los que se vuelca el amor del Padre.

-- en un Dios que es comunión, es decir lazo de unión entre el Padre y el Hijo, entre los hombres y Dios, y entre los hombres entre sí.

Vivir esos amores amando a Dios y a los hombres, porque, ¿qué hay de malo, Señor, si te quiero pero no te comprendo?

Amemos a Dios y amemos a los hermanos, porque en ese amor a los hombres hay un vislumbre a un sabor del Dios Trino y Uno, por el que podemos alcanzar algo de Dios.

5.- AMOR TRINITARIO: AMAR EN UNA MISMA DIRECCION

Por Javier Leoz

1.- Siempre, cuando llega la Solemnidad de la Santísima Trinidad, vienen a nuestro pensamiento diversas disquisiciones sobre este gran Misterio: ¿Tres personas distintas? ¿Una sola naturaleza? ¿Un mismo Dios?

Cuando se ama, por inercia, se piensa en lo mismo y se busca lo mismo. El amor de Dios desplegado en la grandeza del Padre, en la posibilidad de contemplarle viendo al Hijo o de escucharle en la suave voz del Espíritu, nos hace entender que, sólo desde el amor, con amor y por amor, se mantiene vivo, operante e impresionante este Misterio.

En su nombre iniciamos la mayoría de las celebraciones cristianas. En su nombre salta el deportista al terreno de juego. En su nombre, muchos de nosotros, salimos de madrugada para cumplir con nuestro trabajo.

Un cristiano, cuando cree y se fía de Dios, siente que su origen está en Dios Padre, que ha sido salvado por Dios Hijo y que es alentado en su fe por Dios Espíritu. ¿Tan difícil y extraño nos resulta todo esto?

Mirar en este día a la Santísima Trinidad es descubrir un único compás en tres tiempos distintos.

2.- Contemplar, en esta jornada, a la Santísima Trinidad, es disfrutar de tres perspectivas de un mismo valle.

Perderse en la Santísima Trinidad, es ver tres vértices de un mismo triángulo.

Aquel Dios que se ha empeñado, una y otra vez, en que el hombre no ande sólo, tampoco quiso, para sí mismo, la soledad. Aquel Dios, que ha insistido una y otra vez en el amor como ceñidor de todo, pone como fundamento y secreto de este santo misterio al AMOR con mayúscula y sin fisuras.

Sólo desde el amor, el Padre, el Hijo y el Espíritu, miran en la misma dirección, palpitan con el mismo corazón, miran con los mismos ojos, bendicen con la misma gracia y trabajan en un mismo empeño: todo por el hombre.

¡Bendito este Misterio Trinitario!

3.- Si Dios es tres en uno, también el hombre está llamado a ser uno en Dios. Sólo, mirando al encanto de la Trinidad, podremos alcanzar esa vía que nos lleva a la felicidad y a la armonía, a la paz y al encuentro personal y comunitario con Dios: el amor.

Con el amor, aunque no lo sepamos, avanzamos en una misma dirección. Desde el odio, por el contrario, estalla nuestra existencia convirtiéndonos en personas que –lejos de vivir unidas por Dios- se diversifican y se multiplican en egoísmos, individualismos, personalismos y falta de comunicación. ¡Bendito este Misterio Trinitario!

Meditándolo vemos que es un gran regalo de Dios a la humanidad. Es el Dios familia, el Dios que nos invita a alejarnos de la dispersión o de ese ser solitario que, muchas ocasiones, preferimos. Es pedir a Dios, que allá donde nos encontremos, sepamos trabajar en equipo y con unión de sentimientos, desempeñando cada uno el papel que nos corresponde como miembros de la iglesia y comprometidos en el cambio estructural de nuestra sociedad.

Nunca llegaremos a saber todo acerca de este Misterio. Lo que sí podemos estar seguros es de una cosa: entrar en la Trinidad es meternos en la intimidad del mismo Dios. ¿Hay algo mejor?

Por si fuera poco una, Dios, se nos da por tres veces (Padre, Hijo y Espíritu) para que, lejos de sentirnos solos, disfrutemos de esta presencia misteriosa pero real.

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Por la unión indivisa del Padre, en el Hijo y con el Espíritu Santo

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque siendo tres personas distintas tienen una misma naturaleza

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque siendo tres personas distintas saben vivir en comunión

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque siendo tres personas distintas saben mirar en la misma dirección

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque el Padre nos creó

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque, el Hijo, nos redimió

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque, el Espíritu Santo, se nos derramó

¡GLORIA, A LA TRINIDAD! Porque, con la Trinidad, estamos llamados a la unidad ¡Gloria, a la Trinidad!

6.- UN SOLO DIOS, TRES PERSONAS

Por Ángel Gómez Escorial

1.- En la bendición solemne de la Misa de Pentecostés --el domingo pasado-- se alude al "Dios de los Astros". Es una definición de fuerza y poder. Los astros son nuestro referente de lejanía, grandeza y dimensión. Solo pensar en la inmensidad del espacio interestelar nos da vértigo. Y es obra de Dios, quien a su vez lo mantiene. La mención de Dios de los Astros nos estremece y nos traslada a realidad de nuestra evidente pequeñez. Y, sin embargo, la dimensión histórica --además de transcendente-- del mensaje de Cristo es la descripción de Dios --del Dios invisible-- como Padre. Ya hemos dicho muchas veces que el termino Abba, en arameo, tiene una traducción que equivale a nuestro "papá" o "papaíto". Cristo nos enseña a llamar al ser omnipresente y omnipotente papaíto. Somos sus hijos y el ejerce su amor y ternura para con nosotros. Y ahí nos surge una primera paradoja de difícil entendimiento.

Y es que dicen muchos sabios que la confirmación de la veracidad del hecho cristiano es que su "discurso" es una continua paradoja. No se dan facilidades para construir una narración lógica y fácil de creer. El misterio de la Santísima Trinidad es, a simple vista, una gran paradoja: un Dios Único que contiene tres Personas y que ellas se han manifestado históricamente. ¿Es Uno, o son Tres? ¿Puede Uno ser Tres? La aplicación de principios coherentes y creíbles a una narración siempre responde al deseo de no descubrir su falsedad. Si ponemos una excusa por haber llegado tarde, buscaremos "resortes narrativos" que resulten verosímiles, aunque no sean ciertos. La paradoja es lo que lleva al hombre a volver sobre sus pasos y reflexionar. Porque si lo que oye no parece una locura, ni es obra de locos, se estará abriendo un mundo más grande que el de nuestra medianía.

2.- La existencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo la expresa Jesús en muchos lugares de los Evangelios. Hoy mismo en el Texto de San Juan Jesús da --digámoslo así-- el posicionamiento entre el Padre y el Hijo. La mención de Dios como Padre procede del Antiguo Testamento y lo cierto es que todo el "conjunto narrativo" veterotestamentario no es otra cosa que la historia de un Padre amantísimo dando continuadas oportunidades a un pueblo desobediente para que vuelva a su Amor. Eso sigue ocurriendo dentro del Pueblo de Dios pues nuestras infidelidades y arrepentimientos no dejan de ser una imagen muy similar a las que continuamente se lee en el Antiguo Testamento. En tiempos de Cristo, la religión oficial de Israel "sufría" el efecto del politeísmo pagano. Frente a religiones que tenían muchos dioses había que enfatizar la unidad exclusiva y sin fisuras del Dios Único. A su vez, la filosofía helénica planteaba una idea de Dios inaccesible y solitario. Esto, contradictoriamente, también influyó en los judíos. De hecho quedaba ya muy lejos en el sentir de los judíos ese Dios próximo y dialogante, que tiene como amigo a Moisés o negocia con Abrahán la salvación de Sodoma y Gomorra.

Jesús, en definitiva, fue condenado y muerto por "hacerse" Hijo de Dios. Jesús vino al mundo a comunicar un nuevo conocimiento de Dios. Y dicho conocimiento nos expresa la existencia de tres Personas que conviven en el Amor y en la Palabra. Dios ya no es para nosotros ni lejano, ni solitario. La Trinidad Beatísima no es otra cosa que una nueva dimensión del conocimiento íntimo de Dios que nos ha sido revelado por Jesucristo. Y la aceptación de esa realidad no es fácil, pero no imposible. Siempre hemos dicho que situados nosotros en la presencia de Dios podemos ver las cosas de otra manera. Esa presencia nos ayuda y nos ilumina. Para optar por dicha presencia debemos tener amor y humildad en nuestros planteamientos. La presencia se acrecienta mediante la oración. Y la oración solo puede abrirse hacia Dios con espíritu humilde y con el corazón lleno de amor.

3.- Además hay otras cosas. Si admitimos a Dios con todo su poder no es difícil ver una realidad multipersonal en Él, como una capacidad para asumir diferentes formas y personas dentro de la misma substancia. El misterio de Uno y Tres puede comenzar a entenderse por ahí. Pero además nos da la visión de un Dios que no vive en soledad. Un acto de comunicación amorosa engendró al Hijo y que esa corriente de amor es el Espíritu Santo. Es posible que la idea de Dios de los Astros, de la que hablábamos al principio esté todavía muy dentro de nuestros esquemas y solo podamos ver a un Dios lejano, poderoso y extraordinariamente solo. Eso último no es perfección divina. Sea como sea recomendamos --como decíamos antes-- humildad en nuestras posiciones personales al respecto. Cada uno de nosotros debe definir su camino de búsqueda de la realidad divina, ayudado por la Iglesia y por los hermanos. Y, sobre todo, amparados en la confianza de que Jesús no nos va a negar una ayuda para mejor encontrar dicho camino. En su presencia, en su cercanía, vamos a convertir una paradoja en "el encanto cotidiano que es la Sabiduría de Dios.

4.- Los textos bíblicos de la misa de hoy son muy breves en su extensión, como puede comprobarse, pero no así en su contenido profundo. La descripción de las relaciones de Dios con Moisés, narradas en el capitulo 34 del Libro del Éxodo. Moisés en presencia de la magnificencia de Dios pide que adopte al pueblo elegido a pesar de su "dura cerviz". Es lo que decíamos antes sobre el "trabajo continuo" de Dios Padre buscando la adhesión de sus hijos rebeldes. Merece mención especial hoy el Salmo responsorial, no está sacado del Salterio, como suele ser habitual, sino que procede de la oración de Daniel contenida en el capítulo 2 de su Libro y que constituye un vibrante ejercicio de bendición a Dios, tal como citamos en la monición de entrada.

Es Pablo en la Segunda Carta a los Corintios quien nos ofrece la clara bendición Trinitaria, que forma parte del contenido de la Misa. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros" es el principio de todas las misas. La contribución es importante también en contenido: Cristo es la gracia, el Padre es el amor y el Espíritu la comunión, la interrelación entre las personas de la Trinidad Santísima y con nosotros mismos. Y San Juan en el Evangelio define la misión encargada por el Padre al Hijo: "Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". La esencia trinitaria está en estos textos que hemos leído bien y sobre los cuales nos conviene reflexionar.

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