13 mayo 2014

Reflexión: Pertenencia

LECTURA DEL DÍA
Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, 
y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. 
Los judíos lo rodearon y le preguntaron: "¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente". 
Jesús les respondió: "Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, 
pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. 
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. 
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. 
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. 
El Padre y yo somos una sola cosa".
Juan 10, 22-30


REFLEXIÓN
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del Templo, que conmemoraba la restauración del altar de los sacrificios, profanado por los paganos, y el esplendor del santuario erigido por Salomón. El clima de la multitudinaria peregrinación era de regocijo popular. Se revivía el largo Éxodo a través del desierto, la marcha hacia la Tierra prometida, las tiendas y los campamentos, los tiempos en los que el propio Dios en persona vivía bajo la Tienda, mientras llegaba el día en que el Templo fuera su morada.
«La Palabra puso su tienda entre nosotros» (Jn 1, 4): los signos se borran para dejar paso a la realidad. He aquí la verdadera morada de Dios entre los hombres: un hijo de hombre, el Hijo de Dios. Signo que, por lo demás, suscita la contradicción. «¡Si eres el Cristo, dilo abiertamente!» (Jn 10, 24). El Hijo ha venido «para que quienes no ven vean, y quienes ven se queden ciegos» (Jn 9, 39). ¡Ciegos fariseos, que se esfuerzan en arrebatar de las manos de Cristo a las ovejas que ya le conocen! La fiesta desemboca en controversia...
«El Señor es mi pastor...». Sólo Dios puede conducir a su Pueblo, y lo ha puesto todo en manos de su Hijo. Los hombres no tardarán en creer que han destruido el verdadero Templo, pero el Cordero se alzará de nuevo para conducir al rebaño hacia las aguas de la fuente de vida (Ap 7, 7). Sólo el pastor, hecho cordero para ser una sola cosa con su rebaño, puede reivindicar la condición de pastor. Sólo el que da su vida hasta las últimas consecuencias puede conducirlo a la fuente de la vida.
Dios no va a dar otro signo más que éste: el Cordero será llevado al matadero. Objeto de desprecio, desecho del pueblo, irá a la muerte sin defenderse. Como el macho cabrío al que se arrojaba al desierto tras haberle cargado simbólicamente con el pecado del pueblo, también a él se le arrojará fuera de la ciudad, cargado con una cruz. «¿No he perdido a ninguno de los que me habías confiado!... Cuando haya sido levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». No habrá más señal que la de un Pastor abandonado por su rebaño en el momento mismo en que, en el más absoluto desamparo, él trata de reunirlo. El Pastor se irá, abandonándolo todo, para que no se pierda ni una sola oveja. En adelante habrá entre el rebaño y su pastor unos vínculos de sangre, y Jesús no podrá abandonar, sin renegar de sí mismo, a aquellos a los que él ha llamado. «Esta es mi sangre derramada. Haced esto en memoria mía». Por haber perseverado hasta el final, ha podido abrir los pastos de la salvación y nos ha conducido a la Morada de Dios. «Donde yo esté, allí estará mi servidor».
ORACIÓN
Padre,
cuando llegó la hora en que los hombres
trataron de quitarle de las manos
a los que tú le habías confiado,
tu Hijo se entregó como víctima,
a fin de que nadie pereciera.
Te pedimos que, puesto que participamos
del cuerpo y la sangre
de Aquel que es nuestro Cordero pascual,
seamos congregados por el Espíritu
en un solo rebaño
mientras llega el día
en que seamos tuyos para siempre.

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