Hoy es 13 de mayo, martes IV de Pascua.
Según el evangelio de hoy, Jesús se paseaba por el pórtico de Salomón, uno de los que daban acceso al templo de Jerusalén. Podemos pasear con nuestra imaginación por ese mismo lugar para hacernos los encontradizos con Jesús. Y llevar preparadas las preguntas que queramos hacerle. Nuestras preguntas y otras que tienen sobre él personas que conocemos.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 10, 22-30):
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.»
Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Los discípulos habían recibido el regalo de la fe; habían convivido con Jesús y habían tenido la experiencia gozosa de la resurrección. Sentían la necesidad de comunicar lo que habían visto y oído, que tan felices les hacía a ellos. Empezaron a anunciarlo en Jerusalén, pero ahora han llegado hasta Antioquía. Y fue allí, en Antioquía, “donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos", “los de Cristo”. ¿Qué hacemos nosotros con el regalo de la fe? ¿Sentimos la necesidad de comunicarlo a otros? Nos llamamos cristianos, pero ¿somos de verdad “de Cristo”? Si ser cristiano fuera en nuestros ambientes algo perseguido, ¿mi modo de vivir me delataría?, ¿me acusarían de ser cristiano por mis obras?
Los judíos han escuchado la predicación de Jesús y están viendo las obras que hace. Sin embargo, quieren que se defina, que se declare abiertamente como Mesías: “Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. Pero ¿qué declaración más clara esperan que las obras de Dios que están viendo? Sus credenciales son las obras que hace en favor del hombre. Por eso dice Jesús: “-Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí.” Santo Tomás de Aquino comenta la actitud de esta gente, diciendo: "Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; y esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía" (Coment. Evanglio s. Juan 10,26). La Luz estaba alumbrando potentemente ante aquella gente; pero ellos cerraban los ojos, no querían creer. Señor, cuando miro tus obras -lo que me has dado y has hecho conmigo, la paciencia que has tenido, las veces que me has perdonado, cómo has dado tu vida por mí, ¿cómo dudar de tu amor, o no responderte con amor? Yo, Señor, sí creo que eres el Mesías de Dios, mi Salvador, que me amas hasta la locura de la cruz. Gracias, Señor, por todo, sobre todo, por la fe que me has regalado.
¿Por qué no creen aquellos judíos? No por falta de pruebas, sino porque no se abren a su llamada, que es la llamada del Padre. Presumen de ser muy religiosos, pero en realidad nunca han escuchado de verdad a Dios: “vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías.” Lo que caracteriza a las ovejas que son del Buen Pastor es abrirse a sus llamadas, y hacer las obras de amor y entrega que él hace: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco”. El Buen Pastor conoce a cada una de sus ovejas, con un conocimiento amoroso, íntimo, como el amigo conoce al amigo; “y ellas me siguen”, concluye Jesús. Claro, Señor, ¿quién que se sienta amado por ti no te seguirá con gozo? ¿Dónde y con quién puedo sentirme más seguro que sabiendo que tú, el Buen Pastor, me defiendes? Aunque las dificultades y los peligros arrecien, sé que estando contigo nadie me vencerá. Ni la muerte. Ahí está tu promesa: “yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”. Este es tu regalo, Señor: la vida eterna que tú recibes del Padre y nos comunicas por medio del Espíritu, que nos hace hijos de Dios. ¡Qué suerte, Señor, ser llamado por ti! ¡Qué bueno has sido conmigo! Gracias, Señor, gracias.
Lo que has hecho por mí Señor y pastor mío, está ante mis ojos. Te has hecho hombre, te has acercado a mi vida. Me has llamado, has querido ser mi pastor, has dado tu vida por mí, y me has amado hasta la muerte y una muerte de cruz. Gracias por tenerme agarrado con fuerza y por comunicarme esa vida tuya que me hace uno contigo y con el Padre.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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