27 mayo 2014

Homilías 2- La Ascensión, 1 junio

1.- CUMPLIMOS LO QUE NOS MANDASTE, DANOS LO QUE NOS PROMETISTE

Por José María Martín OSA

1.- Nos conocerán por nuestras obras. Juan Pablo II en su encuentro con los jóvenes en Madrid les animó a ser "testigos de la esperanza en nuestro mundo". Estas palabras son la actualización del mensaje de Jesús poco antes de despedirse de los Once: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado". El domingo pasado Jesús nos decía que el que le ama cumple sus mandamientos. Su mandato es sólo uno: "Amaos unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos". Es decir, se nos conocerá por nuestras obras.
Si no hacemos las obras que Dios espera de nosotros, entonces es que no le conocemos ni le amamos. San Agustín decía que la necesidad de obrar seguirá en la tierra, pero el deseo de la ascensión ha de estar en el cielo: "aquí la esperanza, allí la realidad". Con frecuencia se ha acusado a los cristianos de desentenderse de los asuntos de este mundo, mirando sólo hacia el cielo. No podemos vivir una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los bautizados, luego todos debemos implicarnos en la defensa de cosas tan importantes como la defensa de la vida, de la dignidad del ser humano, de la justicia y de la paz.

2.- Ser testigos de Jesús. ¿Cómo vivo yo el encargo que Jesús me hace de guardar lo que nos ha mandado? Guardar no significa meter en el frigorífico o esconder en un hoyo, significa personalizar y asumir los valores del Evangelio. ¿Qué estoy haciendo para que mi fe me lleve a comprometerme en la transformación de este mundo?, ¿Cómo llevo la Eucaristía a la vida, me comprometo en la misión que cada domingo se me encomienda en la celebración eucarística? No es fácil la tarea que nos asigna el Señor. Sin embargo, Jesús nos pide que seamos sus testigos.

3.- Jesús anuncia que no nos deja solos: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". El Libro de los Hechos recalca que les hace la promesa de que el Espíritu Santo descenderá sobre ellos para fortalecerles. Nosotros hemos recibido el Espíritu Santo en la Confirmación. ¿Por qué somos tan medrosos?, ¿por qué nos quedamos mirando al cielo? Si Cristo está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Es la hora ser cristianos comprometidos. No nos escondamos cuando veamos que nuestro mundo necesita la Buena Noticia. Seamos luz y medicina. La gracia que has recibido en el Bautismo no es para ti, tú eres un administrador que debe poner sus bienes al servicio de la construcción de la comunidad para bien de los hermanos. Que podamos decir al final de la jornada: "Señor, cumplimos lo que nos mandaste, danos lo que nos prometiste" (San Agustín, Sermón 395)

2.- A DESAPRENDER

Por Gustavo Vélez, mxy

“Dijo Jesús a sus discípulos: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos. Y yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. San Mateo, Cáp. 28.

1.- La vida --pícara o ingrata, según queramos mirarla-- a todos nos impone la forzosa tarea de desaprender. Al médico más allá de los textos académicos, ante el dolor de los enfermos. Al industrial, más allá de las teorías económicas, frente a la circunstancia propicia. Al creyente, más allá de las fórmulas teológicas, cuando logramos experimentar a Dios. No es esto un proceso iconoclasta, sino el camino a la sabiduría.

Jesús “subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Así rezamos en el Credo. Pero ¿qué nos dice esta frase que integra dos verbos y tres sustantivos? Cuando Dios se hizo hombre quiso pasar un tiempo entre nosotros. Sus seguidores lo acompañaron por los caminos de Palestina, oyendo sus parábolas, entusiasmados con sus milagros. Luego de la resurrección compartió algún tiempo con ellos en el cenáculo, por el camino que va a Emaús. También en Galilea, ante quinientos discípulos.

2.- Pero enseguida ya no estaría en la tierra de forma visible. Y para hacerse entender, luego de enviar a sus discípulos por todo el mundo, “lo vieron levantarse, hasta que una nube lo quitó de su vista”. Así leemos en Los Hechos. San Mateo coloca al final esta frase: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos”. San Marcos dice por su parte: “Después de hablarles, Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. San Lucas apunta: “Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”.

Confesamos que el Maestro subió al cielo. Pero no estamos recordando un hecho geográfico: Tiempo y lugar precisos del suceso. Velocidad y coordenadas del ascenso. Señalamos ante todo que Cristo es Dios. Y al afirmar que está sentado a la derecha de Dios, expresamos su igualdad con el Padre, su poder sobre todo el universo. Entonces descubrimos una ley cósmica, más fuerte y universal que la de Newton. Como enseñó el Padre Teilhard, todos los seres somos atraídos hacia el punto Omega. Hacia la mitad del cielo, donde habita Cristo, el Señor.

3.- Habían matado un joven, uno más, en la arriscada vereda. Miedo, ansiedad, desconcierto de los vecinos. Mientras el agua bendita mojaba el ataúd, plegarias ateridas de llanto, y un canto mezclado de sollozos: “La fe nos ilumina, nuestro destino no se halla aquí. La meta está en lo eterno, nuestra patria es el cielo”. Conviene entonces desaprender desde unas fórmulas congeladas en la memoria, hasta una fe que nos alumbre en cada momento. Conviene desinstalar el corazón, porque todo aquí abajo es pasajero. Conviene ensayar el cultivo de los valores permanentes, que resisten la polilla y la herrumbre.

San Pablo escribía a los fieles de Éfeso: “Ojalá comprendáis cuál es la riqueza que Dios dará en herencia a sus hijos”. Por tal motivo podemos exclamar sobre el mundo, como lo hizo Unamuno sobre Castilla: “Sube aquí de la tierra una gran serenidad a juntarse a la serenidad grandísima que baja del cielo”.

3.- SE FUE PARA VOLVER

Por Gabriel González del Estal

1.- La ascensión del Señor a los cielos tuvo que dejar a los apóstoles y discípulos un sabor agridulce. Por un lado, miraban felices y entusiasmados, a su Maestro, porque había vencido el poder de la muerte y había triunfado sobre sus enemigos. Lo habían visto, glorioso y triunfante, ascender hasta los brazos del Padre. Pero, por otro lado, se miraban a sí mismos y se daban cuenta de que ahora se quedaban solos. Ellos solos, sin la presencia física guiadora y protectora del Maestro, ¿serían capaces de llevar a cabo la ingente y difícil tarea que les había encomendado de predicar el evangelio a todas las gentes? Yo creo que el dolor de la ausencia tuvo que dejarles, durante los primeros momentos, desorientados y tristes. Pero poco a poco iría ganando fuerza en ellos el recuerdo de las palabras de los dos hombres vestidos de blanco que les habían dicho que el Maestro volvería pronto lleno de majestad y gloria, tal como le habían visto irse. Unos días más tarde, la irrupción del Espíritu, en el día de Pentecostés, seguro que afianzó en ellos esta certeza y les llenó de entusiasmo y fortaleza. Tal como leemos en los escritos de los primeros siglos, fue precisamente esta confianza y esta seguridad de que el Señor volvería pronto lo que realmente mantuvo siempre vivo en los discípulos el entusiasmo y la fortaleza necesaria para seguir predicando en medio de tantas dificultades y persecuciones. Yo creo que a nosotros, a los cristianos de hoy, no debe ser tanto la esperanza en la segunda venida del Señor la que nos anime y nos mueva en nuestro trabajo de cada día, sino la certeza de que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, como leemos en el evangelio de este domingo. Es el Espíritu de Jesús de Nazaret, el Espíritu de Dios, el que queremos que nos guíe y guíe a su Iglesia hoy y siempre, hasta el final de los tiempos.

2.- ¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo? Ahora es el tiempo de la Iglesia, es nuestro turno. Ya no podemos quedarnos parados, mirando al cielo, esperando que sea Dios, en persona, el que baje a la tierra a solucionar nuestros problemas de cada día. Dios quiere que seamos nosotros, en nombre de su Hijo y guiados por su Espíritu, los que hagamos posible la realización de ese Reino que nuestro Maestro inició e instauró ya en la tierra. No echemos a Dios la culpa de nuestros fracasos y de nuestros fallos. Él, por medio de su Hijo, ya nos enseñó el camino, ya nos dijo dónde estaba la verdad y la vida; lo que tenemos que hacer ahora nosotros es ponernos manos a la obra y no dejar que se pierda la obra que él comenzó.

3.- Que Dios... ilumine los ojos de vuestro corazón. Es con los ojos del alma con los que tenemos que mirar y ver la verdad de nuestra fe. Con los ojos del cuerpo no seremos capaces de ver la esperanza a la que se nos llama, ni la riqueza de gloria que Dios nos da en herencia, tal como nos dice San Pablo en esta carta a los Efesios. Sí, la Iglesia, y cada uno de nosotros, tiene que creerse que es el cuerpo de Cristo y esta fe es la que debe alimentar la esperanza y el amor para no desfallecer nunca y para actuar siempre de acuerdo con lo que nos dice nuestra Cabeza, que es Cristo Jesús. Esto sólo lo podremos ver con los ojos del corazón, que son con los que debemos mirar y ver siempre las cosas, a la luz del Espíritu. Es lo que San Pablo le pide al buen Padre Dios para todos los discípulos de Jesús de Nazaret.

4.- Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. No tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor para empezar a disfrutar de la fuerza salvadora del Espíritu. Dios ya está entre nosotros y es su Espíritu el que nos guía. La fiesta de la Ascensión nace realmente el mismo día de la Resurrección y está íntimamente unida a la fiesta de Pentecostés. Las tres fiestas forman, como una unidad indisoluble, la Pascua del Señor. Con su resurrección Cristo nos regaló la victoria sobre la muerte, con su ascensión nos enseñó a buscar las cosas de arriba y con el envío de su Espíritu nos infundió fuerza y vigor para no desfallecer ante las dificultades. Los cristianos deberíamos vivir siempre en el espíritu de la Pascua, porque, aunque el Cristo físico e histórico se nos fue, ha dejado su espíritu por siempre y para siempre con nosotros y entre nosotros. No se fue para no volver, se fue para volver. Y ya ha vuelto.

4.- EL SEÑOR SE VA PERO NO SE ALEJA

Por José Maria Maruri, SJ

1.- Se postran ante Él. Y El mismo les dice que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. San Pablo –le acabamos de oír—dice: “se sentó a su derecha”. Y una nube, siempre símbolo de lo divino, se lo quita de la vista. “Al verlo ellos se postraron…”, postura solo admitida ante la divinidad. “Pero algunos vacilaban…” Y no sin razón, vacilaban ante el misterio del hombre-Dios. Hoy es el día del reconocimiento por parte de los discípulos de que ese Señor Jesús que ha andando con ellos por los campos de Palestina es eso: el Señor, el único Señor, Dios mismo.

2.- Y algunos vacilaban, como nosotros vacilamos ante el pensamiento de que la encarnación el que bajó a la Tierra, Dios, sube hoy al cielo, hombre, hombre de carne y hueso, carne transfigurada, pero carne, sube Dios palpable y visible

Y algunos vacilaban, ¿no habían de vacilar?, judíos que por temor a caer en la idolatría no admitían ninguna representación de Dios, vacilaban de postrarse ante Jesús de Nazaret.

La resurrección de Jesús ha sido una luz que poco a poco se ha ido abriendo paso en las tinieblas del corazón de los discípulos y han empezado a comprender aquellas palabras de Jesús: “El Padre y yo somos uno” “El Hijo del Hombre es el Señor del Sábado” Y “Yo soy”, la definición de Yahvé en el Antiguo Testamento. San Pablo entiende muy bien que esa vacilación sólo se puede cambiar en firme FE gracias a una revelación de Dios, y así la pide para que podamos aceptar que ese Jesús que se sienta a la diestra de Dios es por tanto igual a Dios

¿Qué andáis ahí parados?, ¿qué hacéis ahí pasmados?, ¿podían estar de otra manera ante una revelación como esa? Pasmados deberíamos estar nosotros si llegáramos a captar con el corazón que Dios es carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos. Esta es la buena nueva de los Evangelios, que no sólo Dios está con nosotros, sino que es uno de nosotros.

3.- Y ese Señor Jesús que esta sentado junto al Padre, al parecer ausente, está presente con nosotros hasta el fin de los tiempos. Tal vez se ha insistido, no demasiado, sino unilateralmente en esa maravillosa presencia del Señor Jesús en la Eucaristía, donde Él está esperando nuestra visita de amigo, donde nos invita a comer juntos a su mesa como hermanos.

Pero hay otras presencias del Señor Jesús de las que Él mismo nos ha dejado constancia en el Evangelio. “Donde dos o tres se reúnan en mi nombre allí estaré yo entre ellos.

-- Hijos y padres que se reúnen a rezar

-- O padres solos, el matrimonio, que bastan dos para que Jesús esté entre ellos.

--Jóvenes que comparten sus preocupaciones religiosas en el monte, en un albergue o una tienda de campaña

--Jóvenes novios a los que preocupa su relación antes del matrimonio

Allí está siempre Jesús, que no limita su presencia a la reunión litúrgica, si no que nos acompaña en la casa, en el monte, el paseo, en el bar.

4.- “El que me ama cumplirá mis mandatos y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada” El Señor Jesús vendrá a cada uno de nosotros, no a estar, como está el hombre de la calle, en su trabajo, en una reunión, sino a morar, como está el hombre solamente en su hogar donde está tranquilo, está a sus anchas, está a gusto, siente el calor familiar. Por eso nunca estamos solos aunque nadie nos acompañe.

Y está el Señor Jesús a nuestro lado todos los días,

-- cada día en todo aquel que tiende su mano solicitando ayuda.

--en el enfermo o anciano que pide comprensión y compañía

--hasta en el que nos pide un vaso de agua… “porque lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños hermanos a mi lo hicisteis”

5.- El Señor Jesús se va al Padre, pero está con nosotros todos los días, por eso como los discípulos debemos quedarnos llenos de alegría porque en ningún sitio ni hora vamos a estar lejos de Él, en la iglesia, en casa, con los amigos, por las calles, en la soledad de las horas muertas, en el sanatorio, en la carretera conduciendo.

El Señor Jesús se va pero esta despedida no le aleja de nosotros, sino que intensifica sus presencias.

5.- EL PODIO DE LA ASCENSION

Por Javier Leoz

Has andado, Señor, y lo has hecho bien. Has participado en la estructuración del Reino de Dios, y lo has hecho bien. Has hablado, en nombre del Padre, y aunque algunos no te hayan comprendido, lo has hecho bien. Tu vida, Señor, no sólo ha estado marcada por palabras: tu existencia, tu muerte y tu resurrección, te acompañan. Todo, Señor, te ha sido a pedir de boca. Según lo anunciado desde antiguo por los profetas. ¿Y ahora?

1.- Amigos, la Pascua, toca a su fin. La solemnidad de la Ascensión es el podium del GRAN VENCEDOR. Es el momento culminante en el que Hoy el día del reconocimiento por parte , Jesús, nos deja envueltos con multitud de gestos, palabras y, sobre todo, iluminados por el gran acontecimiento de su Resurrección. ¿Seremos capaces de digerir y asumir todo esto?

El Señor ha pasado por medio de nosotros. Ahora no le queda sino el encuentro cara a cara con su Padre Dios. Se va pero, también es verdad, se quedará en cada sagrario donde podamos acudir para hablarle, adorarle o simplemente contemplarle.

El “podium” de la Ascensión es el premio y el reconocimiento más sublime de Dios a Cristo. Así cree y venera este Misterio la Iglesia. Así lo debemos de ver también nosotros: sube el Señor al cielo, porque ha caminado primero como hombre y Dios en la tierra. A partir de este momento nos acompañará de una forma distinta. ¡Qué más quisiéramos que meter, de nuevo, nuestros dedos en su costado! ¡Lo que nos gustaría, una vez más, escuchar de sus labios el mandamiento del amor!

2.- Pero, como todo viaje, también el de Jesús llega a su fin. Dios abre las puertas del cielo, de par en par, para que a través de ellas entre el Rey de Reyes, el rostro humanado de un Dios que, durante 33 años, ha compartido sueños, ilusiones, penas, alegrías, enfermedades, injusticias y tantas otras cosas con el resto de los hombres. ¡Cómo no vamos a creer y vivir con especial emoción el podium de la Ascensión! Hoy, espontáneamente, surge un aplauso de toda la cristiandad: ¡Va por Ti, Señor! ¡Sube, Señor, y no olvides a los que quedamos aquí besando el polvo de la tierra!

3.- Hoy, en este triunfo de Jesús, tenemos que vislumbrar y saborear también el nuestro. Un día, el Padre, nos llamará con nombre y apellidos. Nos preguntará sobre nuestra vida cristiana (aunque previamente la conozca), reflexionará sobre la trayectoria que han llevado nuestras palabras y nuestros pensamientos y….nos invitará a entrar por esa misma abertura que, Cristo, ha dejado en su gloriosa Ascensión.

Tenemos que dar gracias a Jesús por este gran Misterio. Gracias a El, hemos descubierto el sendero que une el cielo con la tierra; la Vida de Dios con la nuestra; el corazón de Dios con el nuestro. ¡Cómo no desear este homenaje, este trofeo, este encuentro, este “bis a bis” de Dios con su Hijo!

4.- En la Ascensión del Señor se nos muestra sin tapujos y sin celofanes la gloria, la esperanza y la salvación. Es decir; se nos desvela todo aquello por lo que Jesús luchó, sufrió y resucitó.

Mientras tantos, hermanos, no podemos contentarnos con mirar permanentemente a la puerta que ha abierto Jesús para entrar en la ciudad del cielo. Es la hora de ser testigos de lo que El nos dejó y nos legó. Es el momento de descubrir los peldaños de esa inmensa escalera de la Ascensión, que están diseminados en los pobres, en la lucha por la igualdad, en la caridad, en el compromiso activo dentro de nuestra Iglesia. No podemos caer en la tentación de pensar que “bueno; Jesús ya nos esperará en el cielo”. Los brazos cruzados no sirven para abrir puertas sino todo lo contrario.

4.- Que el Señor, que sigue actuando en nosotros, nos envíe pronto la fuerza del Espíritu Santo. Que no olvidemos de mirar con el rabillo del ojo a ese cielo prometido pero que, en contrapartida, no dejemos de ilusionarnos y de volcarnos en esos “cristos” descendidos y humillados en el día a día.

5.- ¿TANTA PRISA TIENES, SEÑOR, POR MARCHARTE?

Es tu último Misterio, Señor,

después de haber estado en medio de nosotros.

Te vimos Niño, y ante Ti nos arrodillamos

Te vimos en huída forzada hacia Egipto,

y conmovidos te acompañamos

Fuiste adorado por pastores

y, entre ellos,

dejamos ante Ti mil y un presentes.

¿Y ahora? ¿Por qué te vas, Señor?

Hemos contemplado asombrados

la hondura y el crecimiento de tu obra divina;

Hemos visto como tu mano curaba a cientos de heridos

cómo resucitabas a jóvenes,

y como levantaste…. hasta tu mejor amigo.

Hemos visto multiplicarse los panes y los peces

y, a continuación, a amigos y enemigos

con tanto alimento hartarse.

¿Y, ahora? ¿Dónde te vas, Señor?

Te acogimos Niño y, como joven que fuiste,

nos hablaste de altos ideales:

del amor sin horizontes y gratuito

de la verdad sin medias tintas

del cariño sin farsa ni contraprestaciones,

de la pobreza como fuente de riqueza

y de la riqueza como espoleta de pobreza

¿Y, ahora? ¿Tanta necesidad de marcharte tienes, Señor?

Nuestros oídos, Jesús,

siguen reteniendo el sonido de tu voz de profeta:

¡Convertíos! ¡Allanad el camino! ¡Perdonad!

Los caminos del Palestina de nuestro corazón

siguen iluminados por tu Verdad y por tu Gracia

Los caminos de la Jerusalén de nuestra alma

buscan y reverdecen al calor de tu Pasión y de tu Muerte.

¿Y, ahora? ¿Por qué, Señor, has de marcharte?

Déjanos, por lo menos, el sendero de tu Ascensión

iluminado por el resplandor del Espíritu

Fortalecido, con el auxilio de tu Espíritu

Asegurado, con la presencia de tu Espíritu

Indicado, por el consejo de tu Espíritu

Amén.

6.- EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO

Por Antonio García- Moreno

1.- San Lucas recuerda su primer libro, el evangelio en el que recogió los pasos principales de la vida y obra de Jesucristo. Ahora intenta escribir otro libro que refiera la vida inicial de la Iglesia, continuadora por voluntad divina de la tarea salvífica de Cristo. Con razón se ha llamado a este libro el Quinto Evangelio. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles se vuelve a tratar de la Buena Nueva, se narran los "magnalia Dei", las grandezas de Dios en favor de los hombres.

También se ha llamado a este libro de san Lucas el Evangelio del Espíritu Santo. Con ello se pone de manifiesto la importancia del Paráclito en la obra salvadora, su impulso divino y su presencia misteriosa. Así, con mucha frecuencia, se nos refiere en el libro de los Hechos la presencia operante del Espíritu en la Iglesia. En efecto, ya desde el principio, y por siempre, la acción divina del Consolador vivifica a la Iglesia y la sostiene indefectiblemente

2.- En los últimos días, antes de su ascensión a los cielos, Jesús adoctrina a sus discípulos, que eran pocos todavía a causa de la persecución y el rechazo de las autoridades judías. Esas enseñanzas versaban, una vez más, sobre el Reino de los cielos, el gran tema que abarca toda la doctrina de Cristo y sintetiza cuanto el Señor había dicho en orden a la salvación. Por algo llegó a decir: Buscad el Reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura... Pronto ese Reino, iniciado ya con la llegada de Jesucristo, comenzaría a consolidarse por medio de la Iglesia, siendo ella misma ese Reino en marcha hacia su plenitud. Se iniciaba así la salvación, que aún hoy sigue su curso.

Los Apóstoles, sin embargo, no habían entendido de qué se trataba realmente. Por eso preguntan por la restauración de Israel, soñando todavía con un triunfo temporal y político. Jesús comprende que no le entiendan y les exhorta a que sepan esperar. Cuando llegue el Espíritu Santo, cuando descienda sobre sus frentes la luz de lo alto, entonces comprenderán que su Reino no es de este mundo, que es algo mucho más grande y trascendente, un Reino de paz y amor, un Reino sin fronteras de espacio ni de tiempo, que al final acabará destruyendo a la misma muerte y alcanzará un triunfo formidable y sin término.

3.- Monte de Galilea, silencio y majestad de la cumbre, grandeza del cielo y de la tierra, contemplados desde la altura. Allí tuvo lugar el último episodio que Mateo nos refiere en su evangelio, como broche adecuado que cerraba una etapa, la más importante en la historia de nuestra salvación. En esos momentos algunos se postraron ante Jesús resucitado, otros en cambio todavía dudaban. Es incomprensible, pero así era. Lo mismo que es incomprensible que nosotros dudemos del Señor, cuando tantas pruebas hemos recibido de su poder e inmenso amor.

Los dolores y sufrimientos de la Pasión habían sido superados, los horrores de la cruz estaban ya lejos. Aquellos terribles momentos sólo quedaban como memoria gloriosa de un tremendo combate, en el que Jesús había conseguido la más brillante victoria contra el más terrible enemigo. Todo aquello servía ahora para estímulo y ánimo en los momentos difíciles que también ellos, y los que vendríamos después, tendrían que superar. Por mucho que el enemigo se acercara, aunque pareciese que el triunfo era suyo, no había que tener miedo. La última batalla será ganada sin duda por Jesucristo, y en él y con él, por todos los que le han seguido. Sin embargo, los apóstoles no entendían bien todo aquello.

4.- Pero Jesucristo es comprensivo y se hace cargo de que aún no se den cuenta de lo que estaba pasando. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, les dice. Son palabras que recuerdan los relatos de Daniel sobre el Hijo del Hombre. Jesús es ese misterioso personaje que se acerca al trono del anciano de muchos días, para recibir todo el poder y la gloria. Él tiene, por tanto, toda la autoridad del universo orbe. En virtud de esos poderes, él les envía mediante un imperativo categórico a predicar el evangelio por todo el mundo y bautizar a los hombres que creyeran en su palabra, les da el mandato de hacerlos discípulos de Cristo e hijos de Dios, el de enseñarles la doctrina que nos da la paz, que nos redime y nos salva.

Ellos debieron sentirse incapaces de tamaña empresa, lo mismo que tantos otros cuando fueran llamados por Dios a una empresa divina. Jesucristo lee sus pensamientos de temor y de reserva, y les anima. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y así ha sido, así es y así será. Dios está presente y nos empuja de nuevo para que seamos sus apóstoles, sus mensajeros de paz y alegría en medio de este mundo, siempre metido en guerras y reyertas.

6.- COMO UN FINAL Y UN PRINCIPIO

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Contamos en los textos de hoy con un principio y un final. Se leen los primeros versículos del Libro de los Hechos de los Apóstoles y los últimos del Evangelio de Mateo. En los Hechos se va a narrar de manera muy plástica la subida de Jesús a los Cielos y en el texto de Mateo se lee la despedida de Jesús que, sin duda, es impresionante: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Es el mandato de Jesús a sus discípulos y el ofrecimiento de si mismo, de su cercanía, hasta el final de los tiempos. Interesa ahora referirse, por un momento, a la Segunda Lectura, al texto paulino de la Carta a los Efesios donde se explica la herencia de Cristo recibida por la Iglesia. Dice San Pablo: "Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos". Es, pues, la confirmación del mandato de Jesucristo

2.- Vamos a volver al texto del Libro de los Hechos porque aparece un detalle de mucho interés que expone, por otro lado, cual era la posición de los discípulos el mismo día en el que Jesús se marcha, va a ascender al cielo: esperaban todavía la construcción del reino temporal de Israel. Parecía que la maravilla de la Resurrección, que ni siquiera la cercanía del Cuerpo Glorioso del Señor, les inspiraba para entender la verdadera naturaleza del Reino que Jesús predicaba. Y es que faltaba el Espíritu Santo. Va a ser en Pentecostés --que celebramos el próximo domingo-- cuando la Iglesia inicie su camino activo y coherente con lo que va a ser después. Tras la venida del Espíritu ya no esperan reino alguno porque el Reino de Dios estaba ya en ellos. Y así se lo anuncia también: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo".

3.- Para nosotros, hoy, esa cercanía del Espíritu nos debe servir como colofón de todo el venturoso tiempo de Pascua. La Resurrección nos ha ofrecido el testimonio de la divinidad del Señor Jesús. Pero, al igual que ocurrió con los Apóstoles, nos falta todavía algo para entender mejor al Salvador. Sabemos que ha resucitado y "que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama", como dice San Pablo. Pero este Dios Padre, además, "desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro". Es muy necesario, leer y meditar, todo esto para sentirnos más cerca de Jesús y de su Iglesia.

4.- La Ascensión no es un puro simbolismo. Se trata del final de una etapa y es la que Jesús quiso pasar en la tierra para construir la Redención y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió, luego, al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Pan y en Vino, en la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que ayude a seguir junto a Jesús y a consolidar el perdón de los pecados. Hoy debemos reflexionar sobre como ha sido nuestro camino en la Pascua, de como hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de como, asimismo, nosotros hemos subido un peldaño más en la escala de la vida espiritual. Pero, nos faltaran motivos y fuerzas. Y esas nos las va a dar el Espíritu de Dios, pero conviene que analicemos nuestro propio sentir y talante al respecto, para que nos aproveche más y mejor esa llegada del Espíritu. Probablemente, seguimos pensando en el reino temporal, en las preocupaciones de la vida cotidiana: el trabajo, en el dinero, en el éxito, en nuestros rencores y miedos. Pues si es así, no importa porque definiremos la esencia de dicho reino temporal. Una vez conocido, será más fácil de arreglar. Y será el Espíritu quien nos haga ver lo verdaderamente importante. Esperemos, pues. Con alegría y emoción. Solo nos queda una semana de espera.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

ÚLTIMA VISITA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Uno de los recorridos que me gusta hacer cuando estoy en Jerusalén, mis queridos jóvenes lectores, es el que va de la Puerta de los leones, o de Judá, a la cima del Monte de los Olivos. El trayecto, de unos ¾ de hora, atraviesa Getsemaní y el lugar donde, según la tradición, Jesús enseñó el Padrenuestro. Cuando uno llega al final, se encuentra con un recinto cerrado y, previo pago del billete de entrada a un musulmán, penetra en una gran rotonda de perímetro octogonal y sin techo. Hay que pisar firme en la tierra, en la realidad en que uno vive, sin olvidarse de mirar al Cielo, de tener miras muy altas, en cada uno de nuestros proyectos, parece decirnos esta descubierta edificación. En el centro hay una pequeña construcción, allí dicen fue el último lugar pisado por Jesús antes de elevarse al Cielo y hasta se atreven a enseñarnos la huella que dejó su pie. El texto bíblico no nos suministra tanto detalle y ni hace falta creerlo. El Señor se fue, aparentemente. Sabemos que se quedó de otra manera. Es preciso que sacar consecuencias.

2.- Si lo pensamos bien, la Ascensión no es otra cosa que la última visita del Señor a sus discípulos. Rezuma el relato la elegancia de una despedida cortés. Si hubieran continuado estos encuentros por aquellas tierras, ocasionarían aun hoy más de un trastorno. Vivirían muchos pendientes del posible momento en que pudieran ocurrir. Se organizarían peregrinaciones para ver a Jesús. Lamentarían muchos no disponer de medios para conseguirlo. Se acabaron pues y fue buena decisión de Dios, sin duda. Las nubes que se extendieron por encima de los amigos fueron como aquella manchita que se pone al final de un artículo, advirtiéndonos que se ha acabado el artículo, que no es necesario buscar la continuación. Por otra parte no les dejó solos, no nos dejó solos. Se quedó de otra manera. Permaneció en compañía de aquellos que, siendo dos o más, se reunieran en su nombre. Está también entre nosotros en la Palabra Revelada. El texto bíblico no es un escrito cualquiera. Escuchado con atención y espíritu reverente, es alimento espiritual. Especialmente, permanece en la Eucaristía. Al Pan consagrado le falta espectacularidad, pero existe Él en él, gozamos de la misma compañía, fuerza y cariño, que en su presencia palpable.

4.- Aparentemente, la primera lectura de la misa de hoy, se limita a describirnos el hecho al que os hacía referencia, pero hay algún detalle que me parece, mis queridos jóvenes lectores, vale la pena comentar. Marcha el Maestro y se anuncia que volverá de la misma manera. En el intervalo, hemos de vivir con el estado de ánimo de quien añora y espera ilusionado. La vida no ha de ser una aburrida aceptación del monótono acontecer de cada día. Pasó más tiempo, falta menos tiempo para que vuelva, hay que pensar cada jornada que transcurre.

5.- Sois los jóvenes, propensos a dejaros deslumbrar por los aparentes ídolos que se cruzan en vuestras vidas, de aquí que os impacten más las decepciones que os producen el descubrir sus fallos, sus pérdidas de interés, su desaparición de la vida pública. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, responde a esta situación. Desea él, que se “iluminen los ojos de vuestro corazón”. Esta expresión, creo yo, corresponde a la inteligencia emocional, de la que se habla hoy en día, y que se le da tanta importancia para el progreso de los dirigentes empresariales y para lograr éxito personal. Se trata de que contempléis la Fe, no como un catalogo de exigencias que se deban aceptar sin discusión, sino como una riqueza interior que gratuitamente se nos da. El dinero se gasta y su poder es limitado. El éxito hoy se consigue y mañana cae en el olvido. Tener un corazón animado, entusiasmado, esperanzado, es una suerte que no podemos desperdiciar. Desea Pablo que así sea nuestro interior.

Cuando se es así, resulta que descubrimos que nos espera una herencia que nunca se acaba. Poseeremos la capacidad de hacer cosas grandes, pues, el Señor nos acompaña siempre, si queremos. Vivimos también la satisfacción de pertenecer a la Iglesia. La Iglesia es la comunidad humana de los que estamos incorporados a Jesucristo. Tenemos de ella a veces una opinión que viene de lo que dicen los periódicos, las televisiones o tanta gente que se cree habla de ella y en realidad se está refiriendo a una de sus partes, uno de sus contenidos, ilustre tal vez, visible, muy noticiable, pero que no podría existir sin el resto de sus gentes. Y que muchas veces no es la más profunda. En el cogollo de la Iglesia, están los santos. Son nuestros héroes. Oiréis hablar de canonizaciones. Se dice que en estas celebraciones se están “haciendo santos”. No lo creáis. Los santos se hacen ellos mismo, con la ayuda de la Gracia. Vosotros os hacéis santos, con la ayuda de la Gracia. Lo que hace la Iglesia, en algunos casos, es “homologar” la bondad de algunas personas que habían sido durante su vida, buenas personas. Lo importante es que se nos invita y se nos da posibilidad de que sean ellos nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestras ayudas.

6.- La lectura evangélica aunque expresa una recomendación que hizo el Señor a sus discípulos, a los que en aquel momento estaban a su lado, es una invitación a todos. Me la hace Jesús a mí cada día, yo que ya soy viejo, pero que para evangelizar lo debo hacer con el mismo entusiasmo de cuando era joven. Os la hace a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, cada uno a vuestra manera, según vuestras posibilidades. No ocupéis vuestra vida en cosa fútiles, sin relieve eterno. En vuestros estudios, en vuestro trabajo, en vuestros juegos, en vuestros encuentros, debéis poner vuestros deseos de enriquecer el mundo con toda clase de bondades, también de la Gracia que Jesús nos dejó en herencia. Yo, os lo aseguro, muchos días, en mi oración al final de la jornada, le pido al Señor que os lo conceda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario