26 enero 2014

Luz al final del túnel, reflexión

En los primeros días de este año, fue noticia que el paro había descendido, que había aumentado la afiliación a la Seguridad Social, que la “prima de riesgo” había bajado de los 200 puntos, se nos decía que había claros síntomas de recuperación económica y que ya se veía la luz al final del túnel. Pero la gente de la calle tenemos la impresión de que todo sigue igual. Como dijo S. M. el Rey en su mensaje de Nochebuena: la crisis empezará a resolverse cuando los parados tengan oportunidad de trabajar. Mientras tanto, nosotros no notamos esa mejoría ni vemos la luz al final del túnel, y viendo algunas situaciones, nos cuesta creer que realmente haya datos positivos, y tener esperanza.

Algo similar puede ocurrirnos en lo referente a la fe. La 1ª lectura de este domingo nos trae recuerdos de la Navidad, porque es también la 1ª lectura de la Misa de Medianoche: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Pero un mes después, quizá nos parezca que “la vida sigue igual”, que aquello que celebramos en Nochebuena no ha tenido repercusión. Y si echamos la vista atrás, desde que Isaías profetizó esa luz… ¿qué se ha alcanzado? ¿Dónde está esa luz? Porque tenemos la impresión de que la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro no se han quebrantado, siguen ahí.
Pero sí que existe esa luz, como hemos escuchado en el Evangelio: Jesús… se estableció… en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el Profeta Isaías. Jesús es esa Luz, como también dijimos el día de Navidad: La Palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre (evangelio de la Misa del Día).
Aunque tengamos la impresión de que todo sigue igual, ¿cómo podemos experimentar esa Luz? Lo ha dicho Jesús: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Para “ver la Luz al final del túnel”, para encontrar hoy los signos de su presencia entre nosotros, debemos convertirnos, es decir, ir pasando a los criterios evangélicos… un cambio progresivo de nuestros pensamientos y criterios, de nuestros comportamientos y costumbres, de nuestro modo de pensar, de sentir, de actuar y de vivir. Y esto no sólo en las repercusiones personales e interiores, sino en las consecuencias sociales de nuestro modo de estar en el mundo: en la familia, en el trabajo, en la convivencia social y política (I.F.C.A. Tema 6).
Y esto no sólo para nosotros. Jesús también nos llama, como a los primeros discípulos: Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Son muchas las personas que necesitan “ver la Luz al final del túnel”, no una luz cualquiera, sino la Luz que es Cristo. Y si Él recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo, nosotros debemos hacer otro tanto. Como dice el Papa Francisco en Evangelii gaudium (6), ofrecemos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias.
El Señor hoy nos llama, cuenta con nosotros para vivir y anunciar el Evangelio, es una tarea ineludible, como también nos recuerda el Papa: Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (EG 20).
¿Veo “la Luz al final del túnel”, o un mes después de haber celebrado la Navidad mi vida sigue igual? ¿En qué aspectos necesito convertirme? ¿Me siento llamado por el Señor a ser pescador de hombres, a ofrecerles la Luz que es Cristo? ¿Por qué?
En el Salmo hemos repetido: El Señor es mi luz y mi salvación. Pues hagamos vida esta afirmación, que notemos y se nos note que es nuestra Luz y vamos convirtiéndonos a Él, tenemos ese encargo del Señor, precisamente porque son muchas las personas que no ven luz al final del túnel que es su vida. Como nos dice el Papa: Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador (…) que nadie postergue su compromiso con la evangelización (…) Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús (EG 120). Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino (EG 127).
Como Simón, Andrés, Santiago, Juan… sigamos al Señor y anunciemos su Evangelio, sin miedo, como nos dice el Papa: Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo (…) prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades (EG 49).