17 diciembre 2013

Hoy es 17 diciembre, reflexión

Hoy es martes, 17 de diciembre.
Me pongo delante de ti, Señor, nuevamente en una actitud serena y de reverencia. Tú eres mi Señor y salvador. Quiero estar un tiempo a solas contigo. Tengo deseos de mirarte y escucharte. Sólo a ti, Señor. Quiero que llenes mi vida. Que seas el alimento que me fortalece y la esperanza que mueve mi andar. En este tiempo de Adviento, quiero convertirme más a ti. Deseo vivir más en tu presencia, vivir como tú me enseñas. Señor, quiero que todo lo que me pase, pueda vivir contigo.
La lectura de hoy es del salmo 72 (Sal 72 (71), 2.3-4ab.7-8.17):
Para que juzgue a tu pueblo con justicia 

y a tus pobres en los juicios que reclaman.

Que montes y colinas traigan al pueblo

la paz y la justicia.


 
Juzgará con justicia al bajo pueblo, 

salvará a los hijos de los pobres,

pues al opresor aplastará.



Florecerá en sus días la justicia, 

y una gran paz hasta el fin de las lunas.

Pues domina del uno al otro Mar, 

del Río hasta el confín de las tierras.


Que su nombre permanezca para siempre,

y perdure por siempre bajo el sol. 

En él serán benditas todas las razas de la tierra, 

le desearán felicidad todas las naciones.
Señor, rige a tu pueblo con justicia, a los afligidos con rectitud. Yo muchas veces siento que no tengo soluciones para los problemas que enfrento. Pero Jesús viene a nacer en medio de nosotros. Como uno de nosotros. Y viene a traernos la buena noticia, la justicia verdadera de parte de Dios. Frente a los que miran el mundo como catástrofe, se me invita a creer que el reino de Dios ya está aquí. Puedo sentir que la levadura hace fermentar la masa. Dios es esa levadura en medio del mundo, la semilla que está germinando entre nosotros.
Que montes y colinas traigan al pueblo paz por la justicia. La paz que Dios nos ofrece por medio de Jesús, realiza el cambio de nuestros corazones. Adviento es un tiempo privilegiado para convertir mi modo de vivir. Dios me llama a hacer de este mundo un lugar mejor. Me llama a preocuparme por quienes sufren, por los pobres. A atender a quienes necesitan una mano amiga. A escuchar a los necesitados. Por eso le pido al Señor con fe, alimenta mi esperanza. Jesús, quiero hablar de ti ante los demás y sé que así llegará tu paz.
La riqueza de orar con un salmo es poder sentir y gustar que las palabras que escucho transforman mi corazón. De este modo noto que en mi interior va naciendo un canto alegre, de paz y admiración, porque Dios está más cerca. Está conmigo, habita con su espíritu en mi interior.
Pido ahora al Señor que nos de su mirada, que nos enseñe a ver como él nos veía. Que nos de su juicio a cada uno de nosotros para aprender a descubrir y celebrar la realidad con los ojos acogedores del evangelio.
Al terminar mi oración, elevo al Señor humildemente mi propio canto de esperanza. En este tiempo de Adviento puedo pronunciar mi salmo, mi canto alegre y agradecido por el encuentro con Dios en este día. Señor, quiero hablar de tu vida y de tu bondad.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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