Hoy es lunes, 16 de diciembre.
Padre mío, me dispongo en este rato de oración para ti. Quiero abandonarme en tus brazos mientras respiro lenta y profundamente. Voy sintiendo como tu potencia me llena cada vez más y cómo me vacío de tus angustias y preocupaciones mientras tu paz me inunda. Surge de mis labios la invocación: sólo tuyo, Señor, sólo tuyo, Señor, que voy repitiendo mientras me concentro en ti, hasta hacerse silencio en mi interior. Me invita a esperar al Señor, que está cerca y dispuesto a hacerse presente en mi vida.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 21, 23-27):
En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?»
Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído?" Si le decimos "de los hombres", tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.»
Y respondieron a Jesús: «No sabemos.»
Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
En este tiempo de autoridades en decadencia, de ausencia de referentes sociales y políticos, te miro Jesús y me pregunto de dónde venía tu autoridad y por qué es tan difícil de encontrar en otros sitios.
Probablemente sea porque tú me enseñas una autoridad fruto del amor y del servicio. La autoridad de quien no se casa con poderes injustos, ni le hace el juego a quienes sólo buscan incordiar. A la luz de mi historia contigo, Señor, puedo ver cómo te has ido mostrando con esas actitudes y como poco a poco te has convertido en el Señor de mi vida.
También puedo revisar en mi oración, aquellas parcelas que me reservo y no comparto contigo. Aquellas situaciones o sentimientos en los que no te dejo tener ni voz ni voto, quizás por vergüenza o por comodidad. Y te dejo que abras la puerta para entrar en esas parcelas confiando en que tú quieres lo mejor para mí.
A la vez que vuelvo a leer el texto, puedo tener presente a María, nuestra madre. Ella es todo lo contrario de quienes se acercan con preguntas capciosas, tratando de desautorizar a Jesús. Nadie como ella supo aceptar la autoridad de Dios en su propia vida. No sin esfuerzo, seguramente, pero desde una humildad profunda ante el misterio que tenía delante. Su sí, sincero y alegre, me sirve para disponer mi corazón. Me sirve para confiar cada vez más en el Padre y confiar en lo que él quiera hacer con mi vida.
Me despido del Señor tal y como empecé la oración, pidiéndole que me ayude a ser humilde, que me ayude a ir teniendo cada vez más docilidad a su autoridad. Le pido que mi vida sea cada vez más suya, más de mis hermanos. Le pido también que mi autoridad, siempre ejercida desde el amor y el servicio, como la de Jesús.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
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