Hoy es domingo, 15 de diciembre.
Consolad a mi pueblo, dice el Señor. Consolad a mi pueblo de toda opresión y congoja, de cada dolor y herida, de cada momento de soledad, querida. Llega Dios para traer consuelo y la alegría. Hoy se me invita, en este momento de oración, que comienzo, a mirar alrededor y advertir los signos de esperanza. A regocijarme en lo más íntimo con tanto bueno que emerge a mano del Dios que viene a traer consuelo a su pueblo.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 2-11):
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»
A veces también yo, como Juan, vacilo. Miro todo lo que anda mal alrededor y pregunto a Dios. ¿eres tú? Hoy se me dice, como a Juan, como a tantos, que abra los ojos y que aprenda a mirar, porque hay mucho bien entorno.
Los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios. Y algo así sigue sucediendo hoy en día. Cada vez que alguien recupera un horizonte de evangelio en su vida. Cada vez que una persona herida es capaz de seguir adelante, sin dejarse vencer por la adversidad, quizás con la ayuda de otros. Cada vez que los juicios no tienen la última palabra, cada vez que la buena noticia se hace vida.
La palabra sigue diciendo hoy, mira, yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino. Y es verdad, todo el mundo se prepara para la Navidad, pero a veces los preparativos se quedan en la superficie. Hace falta quien recuerde, con su ilusión, con sus gestos, con sencillez, la verdadera causa de nuestro Adviento. El Señor, sigue haciéndose presente en nuestro mundo. Hoy se me invita a ser yo también, mensajero que anuncie esa buena noticia.
Al leer de nuevo el texto, fíjate en cómo va a hablar Jesús de Juan a la multitud. Sus palabras están llenas de reconocimiento y ternura. Juan no siempre es bien comprendido por la gente, pero ahora Jesús lo pone como ejemplo. Aplaude su coraje, su coherencia, su valentía y al hacer eso está hablando bien de cada uno de nosotros, porque fíjate en la afirmación sorprendente, que concluye, al indicar que hasta el último en el reino de los cielos, es mayor que él.
Todo lo ha hecho bien
Hace oír a los sordos,
y hablar a los mudos.
Hace soñar a los escépticos
y aterrizar a los ingenuos.
Hace amar a los indiferentes
y resistir a los frágiles.
Hace ver a los ciegos
y caminar a los paralíticos.
Hace dudar a los intransigentes
y ayuda a encontrar a los que buscan.
Hace reír a los que lloran
y llorar a los que matan.
Hace vibrar a los fríos
y arriesgarse a los cobardes.
Hace estremecerse a los crueles
y pone un canto de esperanza en los corazones tristes.
Hace resucitar a los que mueren.
Y allá donde pone su mano, deja una huella de vida.
José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Habla ahora con el Señor. Deja que surja, lo que este rato de oración, haya despertado en ti. Conviértelo en petición, en ofrenda, en acción de gracias. Siéntete en compañía de Jesús, de los discípulos, de la multitud, del profeta, de hombres y mujeres de todos los tiempos que ya celebran, con júbilo, que el reino de Dios ya está cerca. Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo:Enséñame Señor a descubrir lo bueno…; enséñame Señor a descubrir lo bueno.
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