Hoy es viernes, 8 de noviembre.
Señor, me invitas una vez más a estar en tu presencia. Quiero que todos mis pensamientos, mis deseos y todas mis acciones, se ordenen totalmente en ti. Quiero escuchar con atención la palabra que hoy me diriges. Quiero que transformes mi vida, así como el alfarero trabaja modelando la arcilla que está en sus manos. Señor, quiero escucharte desde la profundidad de mi corazón. Por eso, Señor, en tus manos pongo mi vida.
La lectura de hoy es de la carta de Pablo a los Romanos (Rom 15, 14-21):
Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mi acción sacra consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. Como cristiano, pongo mi orgullo en lo que a Dios se refiere. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu Santo. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mí es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: «Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.»
Pablo, el apóstol de los gentiles, busca la unidad de la Iglesia universal. Él enseña que para los cristianos no debe importar la raza ni la condición social. En Cristo somos todos libres e igualmente amados por Dios. Pregunto cómo me estoy relacionando yo con otros cristianos, con los que son de otros pueblos y culturas, con los cristianos que son de otros sectores sociales.
Pablo está orgulloso de su trabajo por Dios. Su alegría tiene la raíz en Cristo. Pablo sabe que él es sólo un instrumento en las manos de Dios para predicar el evangelio. Y yo, ¿me siento instrumento? Repaso cómo son las conversaciones que tengo con quienes me encuentro cada día. Pienso si se deja ver en ellas la fe que tengo puesta en Cristo y me pregunto en qué ocasiones transmito a los demás algo de mi verdad más honda.
Hay lugares donde hay que empezar de cero, como hizo Pablo y otras veces en que el apóstol construye sobre tierra ya preparada. Pienso en tantas personas que me han ayudado a crecer en mi fe y a sentirme parte de esta Iglesia. Puedo recordar a mis padres, a mis abuelos, a mi familia, a algún sacerdote o religiosa, algún catequista. ¿A quiénes recuerdo? ¿Quiénes son aquellos a quienes agradezco como importantes en mi vida? Pronuncio sus nombres en mi corazón.
Pablo anunció el evangelio a los gentiles, aunque muchos judíos pensaban que era sólo para ellos. Por eso tuvo que pelear, explicar, insistir en que la buena noticia era para todos. Y como Pablo muchos hombres y mujeres después de él han sido apóstoles. Hoy las fronteras tal vez no son geográficas, son laborales, son culturales, son económicas. Y hay muchos espacios donde la palabra de Dios tiene que escucharse de nuevo.
Ahí estamos los apóstoles de hoy, llamados a seguir anunciando su Voz. En el siglo XXI. En un mundo amplio. Millones de personas necesitan escuchar con oídos nuevos la palabra de Jesús. Y ahí sigue el Señor, llamando a que nuevos apóstoles tomen el relevo y sigan comunicando una buena noticia. Con creatividad e ilusión, con iniciativa y riesgo, con valentía y audacia. Pablo cumplió su misión. Pero hoy sigue habiendo muchos Pablos en nuestro mundo. Muchos testigos, que no podemos callar. Porque si dejamos de hablar, ¿quién anunciará la palabra? ¿Quién proclamará la verdad? ¿Quién cantará un amor infinito y generoso? ¿Quién exigirá la justicia y la misericordia? Tú, y tantos. Apóstoles de hoy, llamados a gritar la buena noticia de siempre.
adaptación de Rm 15, 14-21, por José Mª Rodríguez Olaizola, sj
Al terminar mi oración, siento la llamada que el Señor me hace ha ser su testigo. Escucho su voz. Puedo ver y sentir que el mundo entero está esperando conocer su evangelio y vivir según sus enseñanzas. Señor, escucho tu voz. Deseo que tus palabras sean mis palabras. Dame la fuerza que necesito para anunciarte ante los demás. Mi deseo es que otros, cuando me miren a mí, puedan descubrirte a ti. Señor, deseo conocer mejor tus criterios para que sean mi forma de vivir. Dame la pasión necesaria para hablar de ti ante los hombres y las mujeres con quienes estoy cada día. Señor, enséñame más sobre como es tu mirada. Quiero mirar como tú miras. Cuando necesite tomar alguna decisión, quiero que sea tu espíritu quien me conduce e inspira. Dame Señor la fuerza necesaria que necesito cada día.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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