13 octubre 2013

Hoy es 13 de octubre

Hoy es domingo, 13 de octubre.
Dios está aquí y me ofrece su palabra. Yo quiero exponerme a su presencia. Reconozco mi estado de ánimo. Respiro con paz y dejo que caiga toda tensión. Hoy llega hasta mí una buena noticia, con la que el Señor quiere decirme algo, personalmente. Regalarme su calor, iluminar mi vida y ponerme en oración, sin más.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 17, 11-19):
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
Somos invitados a sumergirnos en el milagro de la vida. Puedo comenzar invocando al Espíritu, que  me ayude a reconocer mi lepra. La que hace girones mi cuerpo. Lo que infecta mis relaciones. Lo que me excluye de la comunidad. Desde ahí se me llama a salir y alzar mi voz. ¿Qué necesito gritar a Jesús en este momento?
También yo he sentido muchas veces que la cercanía del Señor me sana, me repara. Dejo que llegue a mi memoria agradecida, alguno de estos encuentros terapéuticos con él. En los que he notado en mi carne florecer de nuevo y la sonrisa volver a mi rostro.
Volver o no volver. Aquí está la cuestión. Dar gloria a Dios y disfrutar de vida abundante o entretenerme con sucedaneos y malvivir. Puedo contemplar la sorpresa de Jesús al echar de menos a la mayoría de los curados. Si me reconozco de alguna manera en ellos, también se dirige a mí la pregunta de Jesús. ¿Dónde estás, dónde estoy? ¿Qué me distrae y me lleva a olvidarme que hay unos brazos y una misión que me espera?
Al leer por segunda vez este relato, me siento volviendo al Señor. Me sitúo como el hombre, que una vez curado, va a regresar. Soy ese samaritano prostrado en tierra a los pies de Jesús.
Eres la luz
 
Eres la luz,
pero no una luz de sol
que baña las criaturas
en las orillas de la piel.
No eres la luz
que deslumbra las miradas,
ni con tu fulgor
diluyes todo lo viviente.
Tú eres la luz
que nos haces visibles
desde dentro,
amaneces cada día
en el interior de los cuerpos
por el oriente infinito
de nuestro deseo,
enciendes toda criatura
y vuelves transparente
el celemín que te encubre
en nuestra noche.
Toda luz crea sombras,
pero tú eres luz que las disipa.
¡Tantas criaturas
beben ansiosas cada noche
su ración de luces pasajeras
en vasos seducidos!
Cuando yo las mire,
¿les brillará en mis ojos
el reflejo amigo
de tu luz, de su luz,
que las habita y desconocen?
Benjamín González Buelta, sj
Termino mi oración así. A los pies de Jesús, agradeciendo su sanación. Doy gloria a Dios por tantas cosas que solo yo sé. Agradezco a Jesús por curarme de mis miedos, heridas, vacíos y desalientos. Dejo que su mirada fortalezca mi fe tejida de confianza agradecida de disponibilidad sin condiciones. Permanezco en esta postura sincera y quizás pueda escuchar de labios de Jesús, pronunciando mi nombre, levántate, tu fe te ha salvado. Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, esta invitación: Levántate y vete, tu fe te ha salvado…; Levántate y vete, tu fe te ha salvado…

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