04 agosto 2013

La codicia. Posesión y reparto de la riqueza

El evangelio de hoy se compone de dos partes con sendas conclusiones: la primera relata el encuentro de Jesús con un sujeto anónimo, que pretende implicar a Jesús como árbitro en el litigio sostenido con su hermano para el reparto de su herencia. A propósito de este asunto, Jesús expone en la segunda parte la parábola del rico insensato, con la que pone en guardia a sus oyentes contra los peligros de la codicia.
I. El caso del reparto de una herencia (12,13-15), ya sea abultada o mezquina, suele ser motivo de lucha, a veces fratricida, entre los herederos. Para evitarlo, la legislación civil en muchos países pretende regular minuciosamente los derechos de sucesión y de transmisión del patrimonio, hasta distinguir incluso entre los herederos forzosos y los libres determinando el porcentaje que corresponde a cada uno. La tradición judía otorgaba a los rabinos autoridad para dirimir los frecuentes pleitos surgidos entre hermanos en el reparto de la herencia.
Esta costumbre justifica la interpelación que un sujeto anónimo dirige a Jesús llamándoleMaestro, es decir confundiéndole con un Rabino de escuela. Por lo visto su hermano, apoderándose de toda la herencia paterna, se ha negado a repartirla con él; por eso se queja ante Jesús de tan flagrante injusticia y pide su arbitraje.
La respuesta de Jesús va en dos direcciones ampliando sus exigencias:
    - Individualmente al interesado: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Jesús se inhibe de cualquier intervención arbitral en ese pleito. La razón es que carece de toda competencia oficial para dirimir un conflicto de justicia distributiva. Es un primer reconocimiento de la laicidad del poder civil. Con ello además marca la diferencia entre su magisterio moral y el de los letrados judíos enredados en una casuística farisea.
    - En general a toda la gente: ¡Cuidado! Guardaos de toda clase de codicia. Jesús ha detectado que en el fondo de aquel conflicto familiar subyace un vicio muy común: la codicia, un término que tiene connotaciones más amplias que la simple avaricia de dinero. Es el ansia de aumentar no sólo bienes materiales, sino además todos los recursos humanos que puedan garantizar la seguridad de nuestro futuro terreno. ¡Craso error!, porque esa codicia genera por un lado inquietud personal, y por otro, conflictos sociales.
     Por eso añade: Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.Glosando esta frase: los bienes materiales no garantizan la plenitud de una vida verdaderamente humana. O lo que es igual: para el hombre, tener no es lo mismo que ser. Su vida no radica en bienes objetivos, sino en actitudes subjetivas, que inmediatamente va a especificar en la…
II. Parábola del rico insensato (12,16-21). Este personaje es el paradigma del hombre que acumula cuantiosas riquezas con el único fin de asegurarse un futuro feliz y tranquilo, darse una buena vida. Pero éste es un proyecto insensato, precisamente por inútil; sin esperarlo, va a oír de Dios esta fatídica palabra: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?
Con esta parábola Jesús da un paso más en el desarrollo del tema de la codicia: del reparto de una herencia en el ámbito de la familia pasa a la posesión y reparto de la riqueza en el ámbito de la sociedad humana. Si en el primero no ha querido entrar, en el segundo se va a pronunciar de forma categórica. Veamos los puntos esenciales de su mensaje.
      1. Hay que valorar la posesión y el incremento de las riquezas a la luz de la muerte.Jesús no quiere que vivamos atemorizados por la posibilidad de una muerte repentina, que acabaría con todos nuestros sueños de prosperidad. Pero también es verdad que la muerte pone un límite irreversible al disfrute de un bienestar puramente material. Es una insensatez asegurar nuestro futuro solamente en seguros de vida, planes de pensiones, fondos de inversión o paraísos fiscales, es decir, acumular bienes que ni siquiera vamos a tener tiempo de disfrutarlos.
2. El avaricioso no sale de su propio y feroz egoísmo: mi cosecha, mis graneros, me diréa mí mismo. La única función que atribuye a su propiedad privada es la del beneficio propio.
La ambición lo ha dejado en una soledad absoluta, incapaz de percibir lainterdependencia social que une a unos hombres con sus semejantes. Ni de lejos se le ocurre la posibilidad de que sus riquezas entren en otro plan de Dios que integre al resto de la sociedad. Su insensatez está precisamente en esta insolidaridad, como lo demuestra…
3. La última conclusión: Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico para Dios.El contraste de ser rico para sí o para Dios desplaza el centro de interés en la búsqueda y posesión de las riquezas al designio de Dios sobre la humanidad, a saber: que los bienes de la tierra son para todos, no sólo para una minoría privilegiada por su nacimiento, su habilidad política, su trabajo o su suerte. Así queda cuestionado por Jesús el derecho sin límites a la propiedad privada y queda establecido el deber de compartir las riquezas con los más necesitados.
Para negar esta conclusión no vale el principio según el cual la posesión de bienes materiales es moralmente indiferente por sí misma, o sea, no es intrínsecamente mala. Jesús advierte que la seducción de las riquezas es incompatible con la semilla del Reino de Dios (Mt 13,22). La antítesis para sí <> para Dios puede llegar a alcanzar la categoría de una disyuntiva, expresada por Jesús en otra fórmula parecida: hay que optar entre servir a Dios o al Dinero (Lc 16,13). Esta incompatibilidad entre los dos “señores” no admite componendas.
La actual crisis económica y financiera hunde sus raíces en la ambición sin límites de instituciones o personas, que pretenden enriquecerse impunemente a costa del empobrecimiento de los demás. La doctrina social de los Papas ha recordado con frecuencia la malicia intrínseca de esta conducta, que olvida o, peor aún, desprecia lainterdependencia existente entre riqueza y pobreza. La primera se sostiene sobre la segunda. El Papa Francisco ha denunciado en Lampedusa la que llama globalización de la indiferencia ante la inmigración que llega al primer mundo desde el tercero.

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