23 abril 2013

Martes, IV Semana de Pascua


Hoy es 23 de abril, martes de la IV semana de Pascua.
Como cada día, la jornada de hoy es tiempo lleno de posibilidades. Un día de encuentro con otras personas, conmigo mismo y también con Dios. Preparo mi mente y mi corazón para dedicar, en medio del camino, este tiempo a la oración. Quiero hacer silencio para escuchar. Hoy, Jesús sale a mi encuentro. Él me conoce y se fía de mí. Jesús es el pastor. Un poema de san Juan de la Cruz, nos ayuda, hoy, a comprender el amor de Dios. Un amor capaz de dar la vida para que todos seamos uno.
Un pastorcico solo está penado 
ajeno de placer
y de contento 
y en su pastora
puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.
No llora por haberle amor llagado
que no le pena verse así afligido
aunque en el corazón está herido
mas llora por pensar que está olvidado.
Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena
el pecho del amor muy lastimado!
Y dice el pastorcito:
¡Ay desdichado 
de aquel que de mi amor
ha hecho ausencia 
y no quiere gozar
la mi presencia 
y el pecho por su amor muy lastimado!
Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol do abrió sus brazos bellos
y muerto se ha quedado asido dellos
el pecho del amor muy lastimado.
San Juan de la Cruz
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 10, 22-30):
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.»
Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.»
Jesús estaba en el templo. Era un día de fiesta. Él quiere estar en medio de la gente. En medio de su gente y allí le preguntan: Eres tú el Mesías. Me pregunto ¿quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi día, en mi vida?
Jesus habla con estos judíos con claridad. Les dice cómo es él. Les dice, nos dice. Que sus obras dan testimonio de quién es él. Hago memoria de sus gestos y palabras. Sus obras que hablan de amor, de sanación, de perdón.
Hoy me pregunto de qué dan testimonio mis obras. No lo hago para flagelarme. No lo hago para ver si soy mejor o peor. Quiero hacerlo para verme con honestidad, para dar gracias, pero también para pedir ayuda, para escuchar mejor la voz de Jesús. Para sentirme en sus manos. ¿De qué dan testimonio mis obras?
Vuelvo a leer el texto con atención, con cariño, con esperanza. Escucho su voz. Él me conoce. Nadie me arrancará de su mano, nadie. Jesús, quiero escucharte, quiero estar contigo, sé que no hay montaña tan grandre ni valle tan profundo, ni río tan profundo que pueda separarte de mí.
Como tantas otras veces, quiero terminar mi oración hablando con Jesús. Le hablo de los sentimientos que han aparecido en la oración de hoy. Comparto con él mi fe y mis dudas. Mis luces y mis sombras. Mis seguridades y mis miedos. Señor, sé que nadie me arrancará de tu mano.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Fuente: Alforjas de Pastoral

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