1.- Celebramos, en este 6º domingo del Tiempo Ordinario, la jornada de Manos Unidas en contra del hambre en el mundo. “Si quieres, puedes limpiarme” suplicaba a Jesús el leproso en el evangelio que acabamos de escuchar. Desde diversos continentes, países y circunstancias, miles de hermanos nuestros nos alzan su voz: si quieres, puedes ayudarme. ¡Lo necesito!
Manos Unidas, como organización católica, es esa mano prolongada de Jesús que, en nombre de distintas necesidades, nos interpela sobre un gran drama del mundo: mientras unos no sabemos qué comer, otros, no tienen qué comer.
Por cierto, cuando últimamente tanto se habla de lo que el Gobierno da a la iglesia Católica en España, uno echa cuentas de los 720 proyectos que esta organización ha llevado adelante en el año 2004 (46.347.300 €) y, sirve entre otras cosas, para concluir que la caridad (aunque no tenga que ser pregonada pero si aclarada y apoyada por el poder estatal) proviene, sobre todo de la gente que domingo tras domingo, y en la Eucaristía, sienten que por ser Dios amor, la generosidad es algo irrenunciable y que produce un gran efecto: el desarrollo de muchos pueblos.
2.- ¿Quieres limpiarme? Es el interrogante y la súplica que, hermanos nuestros, silabean a nuestro ser cristiano. El Papa Benedicto, en su reciente encíclica Deus Caritas Est, señala que “el amor –caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad mas justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor” (28-b).
Esta jornada de Manos Unidas nos alienta en ese sentido. Nuestra limosna, lejos de ahondar, o perpetuar, la escasez, aterriza donde los poderosos no quieren o no les interesa invertir o llegar. Hoy, además de nuestro donativo, ponemos el amor en aquello que ofrecemos. Sabemos que otro mundo puede ser posible, y situamos –junto a lo material- el amor que lo hace todo diferente.
El testimonio y el prestigio de esta asociación católica, garantiza que en un lugar recóndito, imprevisible, pero existente en nuestra tierra, será posible el bienestar de multitud de personas, gracias a ese convencimiento que todos nos llevamos al hilo del evangelio de este día: ¡quiero ayudar! ¡Puedo hacerlo!
Jesús, se acercaba a los sufrientes de su tiempo; veía su alma interna, comprobaba sus luchas, observaba sus dolencias y, a continuación, los sanaba. Creía profundamente en el hombre. Estaba convencido que el Reino de Dios pasaba por el desarrollo de la justicia y por la defensa de los más desfavorecidos.
3.- ¿Puedo cambiar, yo sólo, el mundo? Posiblemente no. Pero el grano ayuda a rebosar el granero y ayuda al compañero. Y, en este domingo, sentimos una gran satisfacción: sabemos que con nuestra aportación suceden pequeños y grandes milagros, donde menos pensamos: la sequía da lugar a un pozo de agua, la falta de asistencia aflora en un gran hospital, la incultura desaparece al levantarse escuelas, los niños abandonados son atendidos en orfanatos, las tierras estériles se convierten en terrenos fértiles. Y así, podríamos enumerar un sinfín de ejemplos y de testimonios, que nos dicen que, ciertamente el mundo cambia en algo y para alguien en un lugar concreto, cuando uno da un poco de sí mismo y de lo que tiene.
Todo ello, es posible, ni más ni menos, que gracias a esas MANOS UNIDAS que son enlazadas por la cuerda del amor y del sentido de justicia que, los que celebramos la presencia de Jesús en la Eucaristía, tenemos y debemos de mantener siempre en primera línea. Hoy, con Jesús, digamos: ¡quiero! ¡Puedo!
Javier Leoz
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