18 abril 2024

Homilía del Domingo IV de Pascua

 El domingo del Buen Pastor

De las varias imágenes que en el NT intentan describir quién es Jesús (el Cordero, el Señor, el Rey, la Piedra angular, el Hijo del Hombre, la Luz, el Siervo, la Verdad, la Vida), en este domingo IV de Pascua, cada año, se nos presenta Jesús como el Buen Pastor, siguiendo el capítulo 10 del evangelio de Juan.

De este capítulo cada año se lee un pasaje distinto. Este año, ciclo B, escuchamos los versículos centrales, en los que Cristo se nos define como el Pastor auténtico que conoce a sus ovejas y da su vida por ellas.

 

Hechos 4, 8-12. Ningún otro puede salvar

Si el domingo pasado leíamos el discurso de Pedro a la muchedumbre asombrada por la curación milagrosa del paralítico, hoy leemos el que dirigió a las autoridades, que le pedían cuentas de por qué se atrevía a hablar así de una persona de la que estaba prohibido hablar, Jesús de Nazaret. Es el tercero de los discursos de Pedro que nos ofrece el libro de los Hechos.

El mensaje central de Pedro -el «kerigma» o pregón evangelizador- es siempre el mismo, la persona de Cristo, su muerte y resurrección: «Jesús de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos». Esta vez, citando el salmo 117, identifica a Jesús con «la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular».

Por eso el salmo no puede ser otro que este salmo: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». Es el salmo «pascual» por excelencia, que nos habla del «día en que actuó el Señor», «es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente», «dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».

 

1Juan3,1-2. Veremos a Dios tal cual es

En la carta de Juan leemos hoy un breve pasaje lleno de mensajes realmente pascuales y optimistas. Sobre todo el anuncio de que somos hijos: «qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios: ¡pues lo somos!».

Esta filiación es obra del amor que Dios nos tiene. Pero todavía «no se ha manifestado lo que seremos». En el futuro, en la otra vida, «seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es». Difícilmente se puede concentrar mejor que con esta sencilla frase toda la doctrina escatológica cristiana: «lo veremos tal cual es».

 

Juan 10, 11-18. El buen pastor da la vida por sus ovejas

Jesús se nos presenta como «el buen Pastor» y nos describe las cualidades de un buen pastor, que se cumplen plenamente en él mismo.

Ante todo, «el buen pastor da la vida por las ovejas», en contraposición a un pastor «asalariado», que busca sobre todo su propia seguridad y bien. Y lo hace voluntariamente: «yo la entrego libremente, nadie me la quita».

Además, Jesús, como buen pastor, puede decir: «conozco a mis ovejas, y las mías me conocen». Finalmente, afirma: «tengo otras ovejas que no son de este redil: también a esas las tengo que traer… y habrá un solo rebaño y un solo Pastor».

 

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Cristo, piedra angular y Salvador

El protagonista de hoy, como no podía ser de otra manera en Pascua, es Cristo Jesús, a quien las lecturas proclaman como la piedra angular, como el Salvador y como el Buen Pastor.

En la catequesis -mejor, en la predicación «kerigmática», evangelizadora- de Pedro, esta vez ante el Sanedrín y las autoridades de Israel, define a Jesús como «la piedra angular» de un edificio, tomando pie del salmo 117.

Es expresiva la imagen: unos arquitectos rechazan una piedra porque no les sirve para el edificio que quieren levantar, y resulta que para Dios esa es la piedra principal, la angular, la que da consistencia y corona todo el edificio.

Pedro, con gran valentía -acaba de ser detenido por haber anunciado a Jesús ante la gente-, echa en cara a las autoridades que, después haberle esperado durante siglos, no han sabido reconocer al Mesías enviado por Dios y lo han rechazado.

Todavía amplía más la presentación de Jesús, llamándole Salvador de la humanidad: «ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos».

Nosotros, los cristianos, sí hemos reconocido a Jesús como nuestro Salvador y como la piedra angular sobre la que está edificada la Iglesia. Por eso nos alegramos y celebramos la Pascua cada año, y el domingo, cada semana.

 

¡Somos hijos!

Una de las convicciones que más nos pueden animar en nuestro camino es la afirmación, gozosa y atrevida que hace Juan en su carta: «mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios: ¡pues lo somos!».

El amor de Dios nos envuelve. Su Hijo se ha hecho Hermano nuestro, y por tanto nosotros somos hijos en el Hijo. Esa es la razón de nuestra dignidad: por débiles y pobres que seamos según las medidas de este mundo, por poca salud que tengamos, sin grandes éxitos en la vida, somos hijos y Dios nos conoce y nos ama, incluso a pesar de nuestros pecados. Esto no es una metáfora para consolarnos. Es una realidad que puede hacer que nos apreciemos más a nosotros mismos, de modo que nunca perdamos la confianza ni caigamos en el desánimo. ¿En verdad nos sentimos hijos, oramos como hijos, actuamos como hijos? ¿qué prevalece en nuestra espiritualidad, el miedo, el interés o el amor? ¿nos dejamos inspirar por ese Espíritu de Dios que desde dentro nos hace decir: Abbá, Padre?

Además, como sigue diciendo Juan, «aún no se ha manifestado lo que seremos»: todavía nos espera la plenitud de nuestra identidad cristiana. Cuando se nos manifieste Cristo, «seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es».

Esa es también la razón de nuestro amor a los demás. Todos son hijos en la familia de Dios y, por tanto, hermanos nuestros y merecen nuestro respeto y amor.

 

Cristo, el Buen Pastor

Puede ser que no nos resulte muy familiar ahora, a los que vivimos en ciudades, la imagen de un pastor guiando un rebaño de ovejas. Pero también los «urbanos» podemos entender fácilmente, sin necesidad de que veamos con frecuencia rebaños que cruzan nuestras calles o autopistas, lo que supone esta comparación de los que tienen cierta autoridad con ese simpático oficio de pastor, que supone ser guía y defensa de las ovejas. Sobre todo, podemos captar por qué la imagen del pastor, y en concreto del buen pastor, se aplica a Jesús.

Otros textos del día también inciden en el mismo tema de Cristo como el buen Pastor. La oración colecta pide que «el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor»; la antífona del aleluya anticipa ya el contenido del evangelio: «yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y las mías me conocen»; la antífona de la comunión afirma que «ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey»; la poscomunión llama Pastor a Dios Padre: «Pastor bueno… haz que el rebaño adquirido por la sangre de tu Hijo pueda gozar…».

Puede ser también que no nos guste el símil del pastor y las ovejas, sobre todo si nos fijamos en lo del «rebaño» y que todas las ovejas «le siguen». Parecería como si se favoreciese una visión paternalista y gregaria de la comunidad eclesial. Ciertamente, no es la intención de Cristo ese tono peyorativo del «rebaño» y del seguimiento, porque describe al pastor con rasgos claramente personalistas y de respeto a la libertad de cada uno.

 

Lecciones para los «pastores» de hoy

Cristo puede describir las cualidades que debe tener un buen pastor porque antes las cumple él mismo, en su modo de actuar.

Este cuadro sirve como de espejo para todos los que de alguna manera son «pastores» en la comunidad como colaboradores de Cristo. Ante todo los ministros ordenados, desde el Papa hasta los obispos, presbíteros y diáconos, pero también los padres, los educadores, los catequistas, los que llamamos «agentes pastorales» de una comunidad. Todos participan en un grado u otro de la misión pastoral de Jesús.

A todos ellos, así como también a los que tienen alguna autoridad social o política, les va bien recordar las cualidades que Jesús describe en el buen pastor.

a) Un buen pastor, no sólo guía a sus ovejas a buenos pastos y las defiende de los peligros, sino que está dispuesto a sacrificarse y, si hace falta, a dar su vida por ellas; no como los mercenarios, a los que en realidad no les importa el bien de las ovejas, sino el suyo propio y, ante la cercanía del peligro, huyen.

¡Cuántos «buenos pastores», a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado su vida por el bien de su comunidad!: mártires, misioneros, ministros que han pagado con su vida el testimonio que han dado de la verdad y de la justicia. No se han buscado a sí mismos, ni se han aprovechado de su ministerio para medrar ellos, sino que han buscado el bien de sus ovejas y entienden la autoridad como servicio y entrega, sobre todo a favor de los más pobres, los enfermos, los ancianos, los que no han tenido suerte en su vida.

«Como pastor de esta comunidad -decía Mons. Óscar A. Romero, cuya muerte recordamos todos-, estoy obligado a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas de muerte, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención y por la resurrección de El Salvador».

b) Un buen pastor conoce a sus ovejas, y ellas le conocen. ¿No es esta una invitación a que los que de alguna manera son «pastores» conozcan a cada persona y la respeten con sus características, su temperamento y su formación? ¿se puede decir que conocemos a cada persona por su nombre, en su contexto y sus circunstancias, y no consideramos que todas son iguales y las tratamos «gregariamente»?

Un buen pastor, o un buen gobernante o padre o educador, no es un frío funcionario administrativo, sino que toma en serio a cada persona, dedica tiempo a escucharla, porque se interesa por ella.

Cuando Pedro o Pablo hablaban a judíos, partían de lo que estos conocían y apreciaban. Si eran paganos, como los que encontraba Pablo con frecuencia, se apoyaba en los valores que estos apreciaban. Los apóstoles, buenos pastores, conocían y respetaban el contexto y cultural de las personas.

En la Iglesia de hoy también se está dando renovada importancia a la «inculturación», o sea, al respeto a la cultura de cada pueblo, tanto en el anuncio de la fe como en su celebración. Lo mismo debería darse en el trato con cada persona, que tiene una situación de fe diferente: los novios que vienen a pedir la boda o las familias que piden el Bautismo o la primera comunión para sus hijos. Debemos esforzarnos por conocer a cada uno y acompañarle en su camino de fe.

c) Un buen pastor se siente «misionero» también para los más alejados y busca la unidad de todos: como Jesús, que muestra su deseo de que todos escuchen su voz y se forme «un solo rebaño bajo un solo pastor».

Esto lo podemos aplicar no sólo en la esfera de las relaciones entre confesiones cristianos -el ecumenismo- sino también en un nivel más doméstico e interno, porque toda comunidad cristiana necesita un clima de fraternidad y unidad, para que sea posible la vida de fe de sus miembros y también para que sea eficaz su tarea misionera hacia fuera. Un buen pastor se interesa también por «las otras ovejas», no sólo por el grupo de «adictos». Se siente misionero y abierto también para con los más alejados.

 

El Buen Pastor nos habla y nos alimenta en la Eucaristía

La Eucaristía es tal vez el momento privilegiado en que nosotros, seguidores de Jesús, a) «escuchamos su voz», haciendo caso de lo que nos dice, b) nos alimentamos con el Cuerpo y Sangre de Cristo, en los que él, como auténtico Buen Pastor, «nos da la vida eterna», y c) pedimos, como fruto de este sacramento, que el Espíritu nos vaya edificando en la unidad a todos los que creemos en Cristo y le recibimos en la comunión.

En la oración sobre las ofrendas de hoy expresamos una vez más una «definición» de lo que sucede cada vez que celebramos la Eucaristía, como memorial de la muerte salvadora de Cristo: «que la actualización repetida de nuestra redención sea para nosotros fuente de gozo incesante».

Pero también luego, fuera de la celebración, a lo largo del día y de la semana, debemos seguir siendo discípulos de Cristo que escuchan su voz y le siguen en su estilo de vida. En el «domingo del Buen Pastor», haremos bien en examinarnos si nosotros somos «buenas ovejas», buenos seguidores de Cristo Jesús, con una relación vital y personal con él, no sólo «creyendo en él», sino imitándole.

José Aldazábal
Domingos Ciclo
B

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