23 febrero 2023

I Domingo Cuaresma: Homilías 2

 (A)

El primer domingo de Cuaresma nos narra el conocido pasaje de las “tentaciones de Jesús”. Mateo no duda en escribir: Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado. La vida de Jesús está guiada, como la de cualquier persona, por el Espíritu. Cada uno de nosotros tiene su historia, su vida. Y el desierto, pronto o tarde, llega.
“¿Qué quiero decir con estas expresiones?” Algo muy sencillo: a lo largo de nuestra vida llegan momentos en los que nos tenemos que definir. O sobrevivimos a base de agarrarnos a la Palabra, o nos dejamos llevar por otras sugerencias que nos apartan de la Palabra. Jesús es tentado y en la tentación opta por la Palabra, por lo que el Espíritu le dice.
En el lenguaje popular están muy metidas estas expresiones: “Son pruebas que Dios te manda”. “Es una prueba de Dios”. Creo personalmente que Dios no nos manda pruebas. La vida es la que nos presenta momentos de opción en los que tenemos que dar la talla: optamos por dejarnos guiar por el Espíritu o bien optamos por dejarnos guiar por las apariencias tentadoras de lo más inmediato y halagador.
La Cuaresma es un tiempo oportuno para examinar qué lugar ocupa Dios en nuestra vida, en nuestros proyectos, en nuestras decisiones.
Como Jesús, nosotros hoy estamos sometidos a tentaciones, es decir, oportunidades para dejar de lado a Dios y buscarnos la solución a nuestros problemas con nuestros propios medios.
El relato evangélico sitúa a Jesús en la corriente de los hombres y mujeres de todos los tiempos. Como Adán y Eva, Jesús es solicitado por el tentador. A diferencia de Adán y Eva, Jesús se mantiene fiel a la palabra del Padre por encima de toda duda, de toda propuesta, de toda prueba.
La primera tentación: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes, es un chantaje que tiene como centro la necesidad inmediata, la menesterosidad de todo ser humano. Se le dice: “Agárrate a lo que necesitas ahora; sacia tu hambre y déjate de historias. Vale lo que sirve, lo que nos saca de apuros”. Pero la solución definitiva no es usar de cosas y de personas, Dios incluido. A lo inmediato, Jesús opone el alimento que es la Palabra de Dios. Es el único absoluto.
La segunda tentación: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo; sus ángeles cuidarán de ti, es la tentación de usar a Dios para lo que nos conviene y cuando nos conviene. La traducción sería: “Sirve creer en un Dios que nos sirve cuando lo necesitamos” Jesús responde al tentador diciendo: No pongas a prueba a Dios. No dictes a Dios qué es lo que tiene que hacer. No reduzcas a Dios a que haga tu voluntad: Deja a Dios ser Dios.
La tercera tentación: Te daré todo si me adoras. Es la tentación más fuerte. Es la tentación de quienes están dispuestos a entregarse a quien sea y como sea con tal de hacerse dueños de los otros. Poner a todos a nuestro servicio.
Jesús responde tajantemente: Sólo a Dios adorarás. Sólo a Dios servirás.
El modo de vencer la tentación que Jesús nos muestra es tener a Dios por cimiento y su palabra como alimento.
El camino ya está marcado. Recorrerlo es tarea de cada día.
No te sorprendas de ser tentado. Sorpréndete de estar apoyado en el Señor y su Palabra que puedas caer en la tentación.

(B)
Son muchas las prácticas y costumbres sociales que, en pocos años, han quedado superadas por el ritmo de la vida moderna. Hoy sólo sirven para el recuerdo divertido y el comentario jocoso. Algo de esto sucede con el ayuno y la abstinencia. ¿Quién se atreve a proponer seriamente algo tan anacrónico y desfasado?
Sin embargo, el ayuno sigue teniendo una curiosa vigencia en la actual sociedad. Pocas veces se han observado dietas tan severas para eliminar la obesidad, cuidar la silueta, o prevenir problemas de salud. Por otra parte, ¿Quién se burla de los que hacen “huelga de hambre”, como signo de protesta o gesto de presión a favor de causas justas?
Lo importante en estas cosas es no olvidar el valor original y la sabiduría que encierran. Estoy convencido de que introducir ayuno y austeridad en nuestra vida individual y colectiva no es ninguna necedad. Al contrario, puede ser remedio eficaz para más de una enfermedad.
Naturalmente, lo primero es aclarar que no se trata de “mortificar” el cuerpo porque sí, ni de matar en nosotros el gusto por la vida y el disfrute agradecido de las cosas. Es lo contrario. Liberarnos de aquello que nos impide ser dueños de nosotros mismos, para disfrutar de una vida sana y humana.
Quien vive de forma sobria, mantiene una libertad crítica frente a los reclamos insanos de la cultura consumista. Se hace más sensible hacia quienes sufren necesidad, y más disponible para la ayuda solidaria. Le resulta más fácil cultivar la vida del espíritu y abrirse a la dimensión trascendente de la vida.
Cada uno sabrá cómo introducir en su vida más ayuno y austeridad. Algunos necesitan urgentemente moderar sus comidas y no caer en el exceso de alcohol y tabaco. A otros le haría bien ser menos esclavos de la publicidad y liberarse de cosas superfluas que asfixian la vida. Algunos necesitarían “ayunar” de tanta televisión y romper su dependencia del mando a distancia. Otros, renunciar a un estilo de “fin de semana” agotador y frustrante.
Pero lo decisivo no es ayunar, sino acertar a alimentarse bien. De ahí la máxima evangélica: “No sólo de pan vive el hombre” Es necesario también el silencio, la reflexión, la apertura a la naturaleza, el arte, la oración , la lectura de un buen libro, la oración… Para el creyente es vital la escucha de la Palabra de Dios.
Los cristianos comenzamos estos días un tiempo litúrgico que se llama “Cuaresma”. Es un tiempo en el que nos esforzamos por cuidar más nuestra comunicación con Dios, la escucha del Evangelio y la conversión a Cristo. No tiene por qué ser un tiempo triste y sombrío. Al contrario, es un tiempo de renovación que nos llevará a vivir la Pascua “resucitando” a una vida nueva.

(C)
Es lamentable ver con qué facilidad nos dejamos arrastrar por costumbres y modos de vivir que se implantan poco a poco en nuestra sociedad, vaciando de su verdadero contenido las experiencias más nobles y gozosas del ser humano.
Pensemos, por ejemplo, en lo que ha venido en llamarse la cultura del “tírese después de usado”, que tiende a imponer entre nosotros todo un estilo de vida. Una vez de usar un producto, hay que buscar rápidamente otro nuevo que lo sustituya.
Esta cultura puede estar configurando nuestra manera de vivir las relaciones interpersonales. De alguna manera, se introduce la tentación de “usar” a las personas para desecharlas cuando ya no interesan.
Lo podemos constatar diariamente: amistades que se hacen y deshacen según la utilidad; amores que duran lo que dura el interés y la atracción física; esposas y esposos abandonados para ser sustituidos por una relación más excitante.
No siempre somos conscientes de cómo podemos estropear nuestra vida cuando damos culto a modas y estilos de vivir que terminan por deshumanizarnos.
Es una equivocación vivir esclavos del dinero, del éxito profesional, del prestigio social o de cualquier otro ídolo, sacrificándoles todo: el descanso, la amistad, la familia, la vida entera.
Cuántas personas, al pasar los años, lo constatan secretamente en su interior. Ganan cada vez más dinero, tienen prestigio, han logrado lo que perseguían, pero se sienten cada vez más solas y frustradas.
Su vida se ha llenado de cosas, pero ha quedado vacía de amistades verdaderas. Saben competir y luchar, pero no saben dar ni recibir amor. Dominan las situaciones más difíciles, pero no aciertan a crecer como personas.
La advertencia de Jesús siempre será de actualidad. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
No basta alimentar la vida de dinero, prestigio, poder o sexo. Lo sepa o no, el hombre necesita amar y ser amado, perdonar y ser perdonado, acoger y ser acogido.
No le basta al ser humano escucharse a sí mismo y alimentar egocéntricamente sus propios intereses. Necesita abrirse a Dios y escuchar las exigencias y las promesas del amor.
La conversión no es una práctica ya en desuso que hay que recordar en tiempos de cuaresma. Es la orientación nueva de toda nuestra vida, el cambio de rumbo que necesitamos para vivir de manera más sana sin estropear todavía más nuestra persona.

(D)
Tenía varios pretendientes. Uno de ellos, un joven muy guapo, hijo del dueño principal de una de las marcas de automóviles más famosas del mundo. Ella estaba enamorada, sin embargo, de un humilde maestro de escuela. Cariñoso, sensible, incapaz de engañar, este maestro era de esos hombres a los que una enamorada se siente animada a decirle:
-¡Contigo, pan y cebolla!
-No seas ilusa: pon los pies en tierra y no desperdicies la oportunidad de vivir como una gran señora -le repetía machaconamente a la joven su buen padre.
Y la muchacha entró al fin en razón y se casó con el rico heredero. Dos años más tarde, su padre admiraba y alababa con orgullo el palacio del que su hija disfrutaba. Esta le dijo con profunda mirada de tristeza:
-¿Por qué vives de espejismos, papá? ¿Piensas que una vida se hace feliz llenándola de casas y de cosas bonitas, de muebles y automóviles, de joyas y vestidos? He aquí la recompensa que me hace mi marido por su indiferencia, por sus infidelidades y su orgullosa dominación. Para el canario, papá, una jaula no deja de ser jaula, aunque sea de oro -así se expresaba esta joven.
Hay hombres que tienen muchas posesiones y se afanan por poseer cada vez más; pero parece que ignoran que su esposa y sus hijos son personas a las que tienen que dedicarles su tiempo y su amor. Y así hay esposas que se sienten en amarga soledad y hay hijos de ricos que, sin la debida atención paterna, andan por la calle en busca de drogas. Es que los muchos apartamentos y los chalets en la Costa del Sol no son los que hacen feliz a una familia.
Como dice Jesús en el Evangelio, no sólo de pan vive el hombre. Está claro que necesitamos tener cosas; pero eso no basta. Podemos tener el estómago satisfecho y llena la cartera, y tener el corazón hambriento y vacío. Los deseos de nuestro corazón no se satisfacen con propiedades y libretas en el banco. Para sentirnos satisfechos necesitamos amar y ser amados, ser tratados como personas; necesitamos vivir los valores cristianos, necesitamos fe y esperanza, necesitamos de todo eso de que nos habla la palabra de Dios, que debemos escuchar y cumplir. ¡Qué distinto sería el mundo si la escucháramos y la cumpliéramos!
La palabra de Dios busca nuestro bien, no sólo para el otro mundo sino también para este. En este mundo ni sufriríamos tanto ni haríamos sufrir tanto a los demás, si la escucháramos y cumpliéramos.

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