25 febrero 2016

Domingo III de Cuaresma: La misa del Domingo

DÉJALA TODAVÍA ESTE AÑO
TERCER DOMINGO DE CUARESMA
Éxodo 3,1-8a.13-15; 1
Corintios 10,1-6.10-12 y
Lucas 13,1-9
OBSERVACIONES PREVIAS
Como en una trasfiguración al revés: no lo vemos, pero está…, como cuando el sol se oculta tras las nubes.
  • Dios está en todo lo que hacemos, en todo lo que vivimos, en todo lo que nos pasa, en todo lo que somos. Nada de lo que somos y de lo que nos rodea es ajeno a su influencia.
  • Por eso es preciso que andemos espabilados y bien despiertos. Ya lo decía Job: “Dios se sentaba todas las tardes a charlar conmigo en la puerta de mi tienda y yo no me daba cuenta” (Job 29,4- 5).
  • Dios quiere vivir en nuestras casas, en nuestros ambientes. A veces intuyo la canción, repetida por Juan Bosco: “Con vosotros me encuentro a gusto”…, por eso nuestras casas también son casas de Dios.
PARA REFLEXIONAR
Un domingo más en plena cuaresma que delata la presencia activa de Dios entre nosotros. Nosotros podemos estar más o menos animados en nuestra celebración dominical; el Señor nunca falta a la cita, está siempre presente y activo, porque lo suyo es la fidelidad, la Palabra hecha vida.
El nombre de nuestro Dios
Hace muchos siglos, cuando el pueblo judío buscaba su identidad y quién era su Dios, halló una respuesta que continua vigente para nosotros. A veces nos imaginamos que sabemos muchas cosas de Dios. Pero a menudo olvidamos lo más importante: aquello que halló el pueblo judío, el nombre con el que se reveló Dios. La respuesta que Dios da a Moisés es muy significativa: Yo soy el que está y estaré con vosotros, yo soy el que es en vosotros, el que interviene, el que salva. De esto hace miles de años. Pero nuestro Dios sigue siendo el mismo, no ha cambiado de nombre. No es un Señor escondido arriba en el cielo, imperturbable, tranquilo en su eternidad. Nuestro Dios es el que está con nosotros. No creer en este Dios es no creer en el Dios de Jesús. Un Dios que se injerta en nuestra historia para hacernos partícipes de su vida de amor total.
Un Dios que necesita nuestra colaboración
El Dios de Jesús es un Dios especial ya que su acción necesita de nuestra respuesta. Es lo que hemos escuchado en el evangelio. Si nosotros no nos abrimos a esta acción de Dios, si no nos convertimos, Dios no puede hacer nada en nosotros. Si no damos el fruto que espera de nosotros, si nos encerramos en nuestro pecado, él nada puede hacer. Por eso el evangelio nos presenta, al mismo tiempo, la impaciencia de Dios y su paciencia; o, con otras palabras, su exigencia y su esperanza. Dios quiere que su amor fructifique en nosotros… Por eso, Dios nunca pierde la esperanza, confía siempre en que algún día, nos abramos a su llamada para dar frutos de vida.
Una respuesta insuficiente
Fijémonos, por último, que san Pablo nos ha hablado de una respuesta insuficiente. Es una respuesta superficial, que no llega al corazón. No basta decir: Soy cristiano, tengo fe, estoy bautizado, voy a misa, comulgo, no robo ni mato, no soy como este o aquel… Jesús lo dice con claridad: “Si no os convertís, todos pereceréis”. No tengamos miedo a mirar qué exige de cada uno de nosotros esta llamada a la conversión. Convertirse es no quedarse estéril, seco y muerto; es librarnos del mal que hay en nosotros para abrirnos a la vida de Dios, del Dios que nos espera en el camino cotidiano.
Si participamos en la eucaristía es para dar fruto: fruto de amor, de lucha por la justicia, de fe en la verdad, de aprender a vivir como hijos del Padre Dios.
PARA COMPROMETERSE
  • Convertirnos, tema constante en la Cuaresma, sería aceptar que Dios es Dios, que está con nosotros, que nos ha querido injertar en su vida, de manera que nuestros frutos tengan sabor a Dios.
  • Y nosotros seguimos nuestra vida como si nada hubiera pasado… Cada uno a lo suyo, cada uno dueño de su ausencia de frutos, ocupando la tierra inútilmente. La apuesta por nosotros no produce garantías de éxito, sino todo lo contrario.
  • Como la higuera tan frondosa como estéril, mostramos nuestra ausencia de frutos o frutos que saben a otras historias. Dios es exigente en su actuación con nosotros, pero también es misericordioso y siempre nos da una nueva oportunidad, como en el caso de la higuera que no daba frutos… “A ver si el próximo año” (Lc 13,8).
PARA REZAR
Me pides confianza, Señor, y deseas el fruto de mi constancia,
pero con facilidad me dejo enredar por los hilos de la pereza,
de las dudas, de la fragilidad o de la torpeza.

Sueñas con un futuro maravilloso para mí,y me encuentras entrampado con otros mundos,
con una tierra muy distinta a la que tú me ofreces.
¡Estoy en la higuera! Miras las ramas de mis días,
esperando una cosecha óptima,
y ves que mi producción está bajo mínimos,
verdeando en apariencias y rayando la esterilidad.
Así soy, Señor, esta es mi pobreza.
Ayúdame a descubrir que, solo tú y siempre tú,
eres la causa de todo lo bueno que brota en mí.
Sigue cultivando y sembrando en mi corazón, Señor,
para que un día puedas hallar en mí lo que siempre has esperado:
frutos de verdad y de amor, de fe y de esperanza,

de confianza y de futuro, de vida y de verdad.
Y no te canses, Señor, de visitar tu viña;
tal vez cuando menos se espere,
si tú sigues a mi lado, con tu ayuda y con mi esfuerzo,
brote en toda su primavera y esplendor

la pobre higuera de mi vida, Señor.
Isidro Lozano

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