17 noviembre 2015

Martes XXXIII de Tiempo Ordinario

Resultado de imagen de oracion de los fieles
Lucas 19, 1-10
Santa Isabel de Hungría, religiosa
“¿Quién es usted? ¿Cuál es su historia?” Estas preguntas han dado lugar a conversaciones sumamente interesantes. Especialmente en los viajes prolongados, cuando las personas hacen este tipo de preguntas, las largas horas de travesía se convierten en encuentros fascinantes e iluminadores. El hecho de enterarse de la vida, las ideas, las esperanzas y los ideales de otras personas son no sólo más interesantes que la conversación ocasional, sino que puede suscitar amistades más profundas con personas a quienes creemos que conocemos. 
Una curiosa multitud iba acompañando a Jesús mientras él pasaba por Jericó ese día. Algunos eran seguramente espectadores ocasionales, pero Zaqueo no. Él realmente quería conocer al Señor (Lucas 19, 3), verlo personalmente, ver qué hacía y enseñaba. Por eso se subió a un árbol para verlo mejor, porque era de baja estatura, y su curiosidad y deseo de conocer a Cristo fueron recompensados con un encuentro que le cambió la vida.

Sí, Zaqueo quería conocer a Jesús, pero en aquel encuentro lo que aprendió fue más sobre su propia persona y su identidad. Descubrió que él mismo era “un descendiente de Abraham,” a pesar de los muchos años que había dedicado a explotar y engañar a sus conciudadanos judíos. Descubrió que Dios todavía lo consideraba valioso y que había esperanza para su futuro. Aprendió que su pasado no tenía por qué definir su futuro, porque el Señor mira hacia adelante y él tenía que hacerlo también.
Cada vez que usted reza, lee las Escrituras o va a Misa, también está en la muchedumbre acompañando a Jesús. ¿Se limitará a ser un espectador más o participará en la acción? Hay que tener cierta humildad y determinación para subirse al árbol con Zaqueo, pero vale la pena la recompensa. La hermosura y la familiaridad de la oración personal o la liturgia pueden ser fuentes de paz y consolación, pero Dios tiene mucho más que quiere darle. Por eso, trate de averiguar más quién es Jesús; busque decididamente su presencia y pídale que le permita experimentar su bendición. Si lo hace, usted mismo conocerá mejor quién es usted: un hombre o mujer destinado a la grandeza del Reino de Dios.
“Señor mío Jesucristo, quiero conocerte mejor hoy. Perdóname, Señor, por cualquier pecado que me impida conocerte y enséñame el camino de la santificación.”

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