16 octubre 2015

Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

Lucas 12, 1-7
Santa Margarita María de Alacoque, virgen
En alguna ocasión todos hemos tratado de abrirnos paso a través de un gentío para ver u obtener algo; todos hemos hecho un gran esfuerzo para conseguir algo que mucho queremos. Esto nos ayuda a entender todo lo que significa hacer lo que sea necesario para obtener algo que mucho anhelamos. A veces esa determinación es muy buena y necesaria; pero en ocasiones terminamos causando daño a otros o a nosotros mismos, incluso en asuntos de fe.

Cuando iban de camino a Jerusalén, el Señor les decía a sus seguidores que se amaran los unos a los otros y les aseguraba que Dios los amaba y se preocupaba por cada uno de ellos. Había curado a los enfermos, devuelto a la vida a los muertos y expulsado demonios, por lo cual miles de personas se apretujaban para seguirlo, al punto de empujarse y atropellarse unos a otros. El deseo de presenciar un milagro u obtener una curación los hacía actuar con desesperación.
¿Cómo reaccionó Jesús ante la insistencia de la multitud que anhelaba conseguir lo que quería? El Señor no les reprochó nada, pero les dijo que todos eran muy valiosos a los ojos de Dios. ¿Por qué? Porque más poderoso que el temor, más dinámico que la desesperación son el conocimiento de que Dios nos ama y se preocupa por nosotros, y la confianza de que el Señor quiere cuidarnos y que tiene el poder necesario para hacerlo. Pero más grande aún es su deseo de elevar nuestra atención por encima de aquellas cosas, de entrar en nuestra condición de necesitados y hacernos dirigir nuestra mirada hacia él.
Hermano, hermana, cree hoy que Dios te dará lo que necesites. No se trata de que tú hagas todo el esfuerzo para conseguirlo; ¡Dios quiere trabajar contigo! El Señor te ama tal como tú eres y ve lo que tú puedes llegar a ser. Si necesitas profundizar tu fe, él te ayudará. Si necesitas curación, él te la dará. Si quiere que le sirvas en otro lugar, él te guiará. Por sobre todas las cosas, preocúpate de conocer y recibir el amor que el Padre te ofrece y el resto vendrá por añadidura. El Señor mismo te lo está diciendo: “Querido hijo o hija, pídeme y yo te daré. Búscame en la oración y me hallarás.”
“Padre amado, quiero conocerte a ti y saber que tú me amas. Purifica mi mente y mi corazón de todo lo que me impide llegar a ti. Señor, quiero pertenecerte a ti.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario