14 julio 2015

Mc 6, 30-34 (Evangelio Domingo XVI Tiempo Ordinario)

Para dar cuenta de su misión, los discípulos se reúnen de nuevo con Jesús (v.30).
Ha llegado la hora de un primer balance de su tarea como predicadores del reino de Dios. Jesús les invita a tomar distancia y acceder a un descanso bien merecido. Pero la multitud que les sigue les impide ese reposo (v.31). A pesar de que se fueron a «un sitio tranquilo y apartado», las multitudes les siguen por tierra de manera que, al desembarcar, Jesús y sus discípulos se encuentran ante una gran multitud de la que no pueden escapar (v.32-33). Por el contrario, Marcos insiste en la solicitud y el interés de Jesús por el pueblo «porque andaban como ovejas sin pastor» (v.34). Concretamente se nos dice que tuvo lástima o compasión de ellos. Pero el término griego que está detrás de esa expresión es bastante más fuerte; literalmente dice que «se conmovieron sus entrañas» como las de Dios con respecto al pueblo de Israel (Os 11,8). Y esa compasión de Jesús es comparada a la de un pastor por sus ovejas perdidas. La compasión, en este caso, es el puente que va de la simpatía a la acción (ver Lc 10,33; 15,20). Lo que Jesús ve ante él es, pues, un pueblo abandonado o mal dirigido por sus dirigentes que pide su ayuda material y espiritual.
Se hace así presente en este texto un tema esencial del AT: Israel es presentado como un rebaño conducido por Dios y los pastores que él les ha dado. Estos pastores no son todos, ni muchísimo menos, como Moisés o David, verdaderos modelos (ver Ez 34,1-31). El pueblo de Dios ha conocido guías indignos de su misión. Por eso Dios prometió a Israel un buen pastor en la persona del Mesías esperado. Jesús aparece así como ese pastor esperado que viene a cuidar de su pueblo. Y comienza su tarea enseñando al pueblo, «se puso a enseñarles con calma» (v.34). Antes de alimentarles con el pan en el desierto (a continuación de este texto se nos cuenta la multiplicación de los pa- nes) es con su palabra como alimenta a la multitud. No creamos que estas dos tareas se oponen, porque frecuentemente el comer y el beber simbolizan la recepción de la sabiduría (Prov 9,5; Sir 15,3; 24,19-21; Jn 6,35-50). El seguimiento de Jesús eng- loba así, para los creyentes de hoy, compromisos que abarcarán la totalidad de la existencia y no solo metas «espirituales».
Luis Fernando García Viana

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