Queridos amigos, paz y bien.
No somos quién para juzgar a los demás. Los judíos del relato evangélico de hoy lo hicieron, porque se pensaban mejores. Hay mucha gente así. Pero Dios es amor, no es vengativo. Tiene paciencia, agota los plazos más de lo que a algunos les gustaría. Queremos que todo se resuelva de repente, que se acaben los malos y que todo sea como debería ser. Hasta los Apóstoles querían lanzar fuego desde el cielo, para acabar con las ciudades que no recibían a Jesús.
Pero no todo es tan fácil. Es necesario tiempo, hasta que todo encaje en su lugar, hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud, como nos dice san Pablo. Y cada uno tiene su ritmo, unos están preparados antes, otros después. Algunos, por desgracia, nunca. Se trata de ofrecer, nunca de imponer.
El viñador pide una prórroga, para poner especial atención en la higuera sin fruto. La vida no cambia de golpe, necesita tiempo para madurar. Se trata de tener una actitud de espera positiva, viendo las cosas con los ojos de Dios, y poniendo de nuestra parte todo. Se trata de cavar y echar abono. Leer cosas – espirituales –, rezar, visitar alguna iglesia, frecuentar los sacramentos, darle tiempo a Dios. Y es importante recordar que su paciencia es grande, pero tiene su límite. Hay que dar fruto, para que no nos corten. Necesitamos aprovechar las oportunidades, recibir todo lo que Dios nos da, y responder en la medida de nuestras posibilidades.
Termina la vigésimo novena semana del tiempo ordinario. Y lo hace en la clave que hemos podido reflexionar durante toda la semana: estar preparado, dar fruto. Merece la pena. Ojalá podamos vivir en esta perspectiva, siempre buscando cómo crecer en la vida espiritual. Para que no nos corten.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.
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