Hoy es 22 de julio, martes de la XVI semana de Tiempo Ordinario.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (12, 46-50):
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él.
Uno se lo avisó: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.»
Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?»
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.»
La Madre de Jesús y sus parientes llegan y quieren hablar con Jesús. Le avisan: «Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.» La respuesta de Jesús resulta extraña: « ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Suena a respuesta despectiva respecto a su madre y, en general, a la familia. Pero lo que Jesús quiere enseñarnos es que, en la nueva familia que se está formando en torno a él, lo verdaderamente importante –incluso si se trata de su Madre- no son los lazos de la sangre, sino los del Espíritu, la adhesión incondicional a su persona. Por eso, señalando a los discípulos con la mano proclama: “Éstos son mi madre y mis hermanos.
El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” De modo que la verdadera gloria de María radica más en que ha sido la que mejor ha escuchado la Palabra de Dios y la ha vivido que en ser la Madre biológica de Jesús. Señor, que yo aprenda de tu Madre a escuchar y vivir tu Palabra. Sólo así llegaré a ser verdadero miembro de tu familia, de tu comunidad.
Por el Bautismo hemos sido incorporados oficialmente a la familia de Cristo, a la Iglesia. Pero no hemos de equivocarnos. No basta para ello con que nuestros nombres aparezcan en un acta de Bautismo. Como no basta decir: “Señor, Señor” para entrar en el reino de los cielos. Lo que de verdad nos mete en el seno de la familia de Jesús y nos abre la puerta del reino de los cielos es la vivencia del mensaje de amor del evangelio. Esto es, lo crea la verdadera comunión de vida con Cristo y con los que creen en él… Señor, que acoja y viva tu reino de amor y justicia con la generosidad de la Madre Teresa de Calcuta y tantos otros creyentes anónimos –laicos y clérigos o religiosos- que han dado y están dando su vida por ti y por los más pobres y abandonados. Y tú, María, Madre de Jesús y Madre nuestra, ruega para que, como tú, yo escuche y haga vida la Palabra de Dios. Que nunca me quede en sólo oírla y saberla...
Los que hemos creído en Jesús y formamos la familia de los hijos de Dios, en este mundo de egoísmos y divisiones, estamos llamados a ser invitación fuerte y viva a vivir como hermanos, a formar una familia que tiene a Dios como Padre y a Cristo como el hermano mayor, que a todos nos hermana. ¿Nos sentimos en verdad familia de Dios? ¿Nos amamos como hermanos? ¿Tenemos los unos con los otros los sentimientos de amor y entrega de Cristo, el mejor de los hermanos? Gracias, Padre, porque tu Hijo Jesús nos admite en su familia, siempre que digamos con la misma sinceridad que él: “Padre, que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. Señor y Padre nuestro, que los cristianos seamos testigos luminosos de fraternidad, de amor y solidaridad para esta sociedad tan descreída, desorientada e insolidaria.
Haz preguntas a Jesús sobre ese nuevo tipo de relación que se abre ante ti si te decides a vivir entorno a él escuchándole. Agradécele esa nueva forma de parentesco con él. Pídele que te ayude a vincularte con los demás más allá de las diferencias de cultura, de procedencia, de edad, de mentalidad. Ofrece a Jesús tus deseos de buscar, con otros, cómo crear en el mundo esa fraternidad que surge de hacer la voluntad de Dios.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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