HORARIO MISAS VERANO 2024

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INSCRIPCIONES CATEQUESIS CONFIRMACIÓN Y POSCOMUNIÓN 2024-2025

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01 junio 2014

Homilías 2. Pentecostés 8 de junio

1.- “¿SABÍAIS QUE EXISTEN CRISTIANOS?”

Por José María Maruri, SJ

1.- En mayo de 1968 –ahora se cumplen 40 años—en las paredes de la Universidad de la Sorbona, en Paris, apareció una pintada que decía: “¿Sabíais que existen cristianos?” Creo que hoy mismo –como lo debimos hacer hace 40 años—deberíamos recoger el reto que esta frase significa y pensar si mi vida cristiana se nota a mi alrededor, como se nota el sabor de la sal, o se ve el rayo de luz aunque sea tenue y pequeño. Si nuestro cristianismo no es ratón de sacristía, si no andamos por el mundo pidiendo perdón por ser cristianos, pidiendo permiso y prometiendo no molestar.


En su lenguaje simbólico nos dice San Lucas que cuando el Espíritu se volcó sobre la incipiente Iglesia lo hizo con tal violencia como viento huracanado que amenazaba echar abajo esas paredes entre las que los apóstoles, como nosotros, se habían encerrado. Y al ruido escandaloso de abrirse puertas y ventanas de la Iglesia se arremolinó gente de todas las naciones y comenzaron a darse cuenta que existían seguidores de Cristo, que existían los cristianos.

Los Hechos de los Apóstoles, el Evangelio del Espíritu Santo, nos habla constantemente de a dónde llevaba ese Espíritu a la Iglesia. Allí se ve a los discípulos llenos de alegría en la proclamación de la Fe, llenos de valentía, “porque hay que obedecer antes a Dios que a los hombres…” Los guardias, los tribunales, las comisarías y las cárceles aparecen constantemente.

Valentía en la proclamación de la fe de la que nadie tiene por qué avergonzarse, porque es una Fe que lleva dentro de si el triunfo seguro. Murió Jesús porque un caza-recompensas lo vendió y lo mató por treinta monedas de plata. Han muerto millones de cristianos a lo largo de los siglos, pero hay uno a quien nadie puede perseguir ni matar y ese es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios que mantuvo en Japón la Fe durante doscientos años sin el apoyo de la Iglesia Jerárquica que no existía, que bajo la persecución en diferentes lugares de la tierra –los antiguos países del Este, por ejemplo—ha mantenido la fe viva hasta estos días de libertad

Y es que el Espíritu Santo es paz como Cristo la dio, no es inacción, es viento que abre de golpe puertas y ventanas, es fuego que arde escondido largo tiempo, pero que al fin lo incendia todo. Si es flor, no es, ciertamente, flor de adormidera.

Jesús da su paz, pero no como la da el mundo, no es la paz del que dormita al sol con el ala del sombrero sobre los ojos, da la paz, pero envía, empuja a la acción, envía como Él ha sido enviado y no fue, precisamente, a dar un paseo por el mundo. Fue enviado a proclamar con valentía la buena nueva de que todos somos iguales ante Dios y esto no es admisible para lo que proclaman que todos somos iguales… pero unos más que otros.

No apaguéis el Espíritu Santo, nos dice San Pablo. No queramos encerrar al Espíritu aunque sea en jaula de oro. El peligro de la Iglesia nunca ha sido el que viene de fuera, esas olas y esos vientos no han hecho más que robustecer sus raíces, como robustecen la del pino de la montaña que lucha con las tempestades. El verdadero peligro en la Iglesia ha estado siempre dentro, el querer conformarse con el frescor de nuestros templos, defendidos del exterior por gruesos muros, el convertir el evangelio en un libro de sacristía.

El Evangelio es un libro para la vida y la vida está fuera, donde viven la mayoría de los hombres y mujeres. Llevemos en nuestras vidas ese evangelio y enseñémosles que existen cristianos.

2.- CAMINANDO HACIA LA ERA DEL ESPÍRITU

Por Gabriel González del Estal

1.- Desgraciadamente, yo creo que aún no vivimos en la era del Espíritu. Sí quiero creer, y lo espero ardientemente, que vamos caminando, muy despacito, en esa dirección. Pero, de momento, cuando miro a la sociedad y cuando me miro a mí mismo, descubro más señales y más vestigios del hombre viejo que del hombre nuevo. Aunque nos cause tristeza reconocerlo, yo creo que debemos admitir que el hombre de hoy está más esclavizado por el cuerpo, que dominado por el Espíritu. Claro que hay maravillosas y hasta divinas excepciones, pero lo que hoy domina y lo que se ve inmediatamente en casi todos los medios de comunicación es el culto al cuerpo, al goce inmediato y pasajero, al éxito fácil, al poder y al dinero. ¿Dónde están esas lenguas de fuego, esas divinas llamaradas, que incendien en amor a Dios y al prójimo a nuestros gobernantes, a nuestros empresarios, a nuestros científicos e intelectuales, al hombre de la calle y a nosotros mismos? Pues esta es la tarea de cada uno de nosotros, los cristianos: incendiar el mundo con el fuego del amor, de la paz, del perdón, de la comunión y solidaridad universal, del verdadero Espíritu del Resucitado. Si cada uno de nosotros, los cristianos, hemos vivido ya nuestro Pentecostés particular, deberemos perder el miedo y salir a la calle con valentía, demostrando con nuestras palabras y con nuestro comportamiento que es el Espíritu de Jesús de Nazaret el que nos guía. Sólo así podremos celebrar con dignidad la fiesta de Pentecostés. ¡Caminemos hacia la era del Espíritu! Con esta esperanza nos ponemos hoy en oración, rezando: ¡Ven, Espíritu divino!

2.- Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua. Hay una lengua universal que entienden todos los hombres de buena voluntad, es la lengua del Espíritu. En la mañana de Pentecostés, cuando los discípulos del Resucitado estaban reunidos en el mismo lugar, se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería. Estaban tan llenos del Espíritu que todas las palabras que decían y todos los gestos que hacían eran voz del Espíritu. Cuando la madre Teresa de Calcuta se acercaba a un enfermo, este inmediatamente la entendía, porque la veía llena del Espíritu y veía que le hablaba y le atendía con la voz y con el amor del Espíritu. El Espíritu siempre crea comunidad y comunión, porque el Espíritu es como una luz que penetra las almas y fuente del mayor consuelo; riega la tierra en sequía y sana el corazón enfermo. Preocupémonos por tener el alma llena del Espíritu, para que las palabras que digamos en cada momento sean palabras del Espíritu. Así, todos los que nos oigan hablar nos entenderán en su propia lengua.

3.- Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Este es nuestro consuelo: que para ser buenos cristianos da igual que tengamos oficios y cargos más altos o más bajos, que seamos más guapos o más feos, que hayamos estudiado un poco más o un poco menos. Si todo lo que decimos y hacemos, lo decimos y hacemos en nombre del Espíritu y movidos por el Espíritu, todo contribuirá al bien común. Puesto que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, lo importante es que cada uno realice con la mayor dignidad posible la función que le ha sido encomendada. No nos van a juzgar por los muchos o pocos dones que hayamos recibido del Espíritu, sino por el uso que hagamos de esos dones recibidos.

4.- Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Si nos sentimos discípulos del Resucitado, debemos sentirnos enviados. Enviados para predicar el evangelio de Jesús, el evangelio de la paz, del perdón, de la alegría. En ese primer día de la semana, nos dice el evangelista San Juan, Jesús se puso en medio de ellos y les llenó de paz y alegría: los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. También mandó el Señor a sus discípulos que fueran mensajeros del perdón de Dios: a todos a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados. ¡Qué bella misión nos ha encomendado el Señor! Que seamos mensajeros de paz, de alegría y de perdón. Debemos intentar que nuestra predicación, y toda nuestra vida, llenen de paz, de alegría y de perdón el alma de todas las personas de buena voluntad que se acerquen a nosotros.

3.- ENTUSIASMO Y MISIÓN

Por José María Martín OSA

1.- Jesús nos prometió que nunca nos dejaría solos. El domingo pasado al ascender a los cielos nos encargaba una misión: guardar todo lo que nos ha enseñado y predicar el Evangelio por todo el mundo. Tarea ardua y difícil, pero a la vez apasionante. Para llevar a cabo el encargo de Jesús no estamos solos, el Espíritu Santo está con nosotros. Es el gran desconocido en la Iglesia, pero su fuerza y su impulso siguen actuando en el interior del creyente. Hoy es el día grande en que Jesús Resucitado nos envía su Espíritu. Es Pentecostés, el punto de inicio de la Iglesia. Juntos, en comunidad y con la fuerza del Espíritu, podemos hacer realidad y mostrar a todos el amor, el perdón la comunión entre todos los hombres.

2.- En la Torre de Babel había separación, confusión y pecado. En Pentecostés, en cambio, hay unión, comunicación y gracia. El Espíritu nos ayuda a vivir la riqueza de la comunión, cada uno con sus carismas y servicios, todo ello orientado a la construcción del Reino de Dios. Los discípulos tienen fe, están juntos, pero tienen miedo a salir fuera por temor a los judíos. Necesitan alguien que les impulse a salir fuera. El fuego del Espíritu les transforma con sus llamas de fuego posadas en la cabeza de cada uno. El Espíritu les sacudió como un vendaval para lanzarles a la misión.

El texto de los Hechos de los Apóstoles dice que "estaban todos reunidos en el mismo lugar". El texto, por tanto, dice "todos". Un poco antes hablaba de "los discípulos", por tanto podemos decir que el Espíritu vino sobre todos los seguidores de Jesús. Sus dones son para todos los cristianos, no son un privilegio único de los ministros ordenados. Todos hemos sido bautizados en el mismo Espíritu, como nos recuerda hoy la Primera Carta a los Corintios. Todos los bautizados somos hijos de Dios e iguales en dignidad y todos recibimos sus dones o carismas. ¿Somos conscientes en la Iglesia de la importancia de los "ministerios laicales", o sólo acudimos a los laicos cuando les necesitamos? El Espíritu actúa en todos, aunque cada uno reciba un don y una función que desempeñar. Todos somos miembros del cuerpo de Cristo. También Jesús otorga a todos el don de la paz y del perdón no sólo a los apóstoles.

3.- Los discípulos salen a la calle y la Buena Noticia comienza a difundirse por todo el mundo, con un entusiasmo que nadie puede parar. El Espíritu en el corazón de cada creyente y en el corazón de la humanidad es más fuerte que toda debilidad y que todo el miedo del mundo. Es más fiel que todas las infidelidades, más cierto que todas nuestras dudas. Nos regala el amor y la vida para siempre. Se tiene que notar nuestro entusiasmo. Nadie va a preguntarnos qué es lo que creemos, sólo se fijarán si somos felices y transmitimos vida y alegría. No apaguemos la llama del Espíritu en nosotros. Colaboremos para que encienda a todos los hombres. Entusiasmarse es llenarse de Dios, que se note nuestro entusiasmo.

4.- EL AGUA Y EL ESPÍRITU

Por Antonio García-Moreno

1.- El profeta vislumbra los acontecimientos que habían de ocurrir en los tiempos mesiánicos, aquellos días en los que las promesas dejarían de serlo para convertirse en gozosa realidad. El Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne, llegará hasta los hombres infundiéndoles el hálito vital que les transformará, inyectando en ellos una fuerza nueva que les haga ver plenamente la maravilla de ser hijos de Dios, un impulso interno que les empuje a cumplir la divina ley del amor.

Envía de nuevo, Señor, tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra. Necesitamos que nos siga sosteniendo su fuerza, que nos siga encendiendo el fuego de su amor, a fin de ser brasas encendidas que iluminen y caldeen a este nuestro viejo mundo, tan frío y tan oscuro, tan muerto. Haz que cada uno de los que hemos sido bautizados seamos testigos del Evangelio, profetas que anuncian con su vida, más que con palabras, ese mensaje de fuego con el que Cristo quiso incendiar al mundo.

2.- Es posible estar metidos en el peligro, viendo que todo se hunde a nuestro alrededor, temiendo que llegue el momento en que todo se acabe, sintiendo un miedo indefinible a todo eso que está más allá, tan desconocido, tan cierto, tan tremendo, tan definitivo. Pero el Señor nos ha traído la salvación, liberación. Por ello hemos de vivir con una profunda sensación de libertad, seguros, siempre optimistas, persuadidos de que ningún mal ocurrirá, sin miedo a nada ni a nadie. Tranquilos también en los momentos difíciles, en las horas de lucha e incertidumbre. Salvados, alegres, contentos, felices.

Y esto, todo esto, lo lograremos invocando el nombre del Señor. Invocarlo, no sólo pronunciarlo, no sólo decir Señor Jesús. Se trata de algo más, de algo que sólo se puede conseguir bajo la moción del Espíritu Santo. Por eso te pedimos, Señor, que venga y llene los corazones de tus fieles con el fuego de tu amor, que nos ayude hasta conseguir ese invocar a Jesús que es creer en él, amarle sobre todas las cosas, esperar con toda confianza en su poderosa ayuda. Invocando el nombre del Señor, sólo así seremos salvados, en la vida y en la muerte.

3.- Como en otras ocasiones, san Juan nos habla de una fiesta. En ese marco festivo nos recuerda, una vez más, las palabras del Señor. Es un detalle que se repite, hasta el punto de que hay autores que dividen el texto evangélico de san Juan basándose en las diferentes fiestas judías que se van enumerando. Es como si el Discípulo amado quisiera recordarnos que toda la vida de Cristo fue, lo mismo que la nuestra debe ser, una gran fiesta. Sobre todo se fija en la fiesta de Pascua, hablando de ella por tres veces al menos, mientras que los Sinópticos sólo hablan de una fiesta pascual. La fiesta que se recoge en este pasaje es la de los Tabernáculos, caracterizada especialmente por los ritos del agua y las plegarias para pedirla a Dios.

El último día, el más solemne, Jesús exclama con fuerza: "El que tenga sed que venga a mí y beba...". Su clamor vuelve a resonar hoy por medio de la liturgia. Dios sabe cuánta sed padecemos con frecuencia, cuánta insatisfacción nos devora por dentro, cuánta frustración sentimos al vernos tan miserables. Jesús, lo mismo que la Sabiduría del Antiguo Testamento, nos invita a llegarnos hasta él, a creer en él. Si lo hacemos, el agua que brotará a borbotones de su costado herido, será un agua viva y clara que saciará nuestra sed permanente, y que calmará esas hondas ansias que tanto nos atormentan.

4.- Jesús al hablar de esa agua, se refería al Espíritu Santo que habrían de recibir después de su muerte y resurrección. Ya el profeta Ezequiel hablaba del agua y del Espíritu. Y también Jesús se refería a esto en el diálogo con Nicodemo, cuando le dijo que era preciso renacer del Espíritu y del agua.

En esta fiesta de Pentecostés que hoy celebra la Iglesia vuelve a correr el agua que lava y purifica, que fecunda e impulsa, que sostiene y da vida. Sólo es preciso abrir el alma, creer en Jesucristo y dejar que el Espíritu Santo inunde nuestros corazones.

5.- OTRAS OBRAS DE ARTE

Por Gustavo Vélez, mxy

“Dijo Jesús: Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío. Luego exhaló su aliento sobre los discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. San Juan, Cáp. 20.

1.- Si una rubia muñeca alza los brazos y sonríe, algo tiene por dentro. Si el trencito da vueltas sobre el piso y silba al detenerse, algo tiene por dentro. De allí la curiosidad con que los niños desbaratan sus juguetes. También esta asombrosa máquina del universo algo ha de tener en su interior. O mejor dicho un Alguien, como confiesan muchas religiones. Y esa búsqueda ansiosa por identificar aquel motor inmóvil, ha puesto en vilo a cada generación a través de la historia. Los judíos, para expresar cómo influye el Creador sobre todo lo creado, nos hablaron del soplo del Señor. Aquel aliento, que según la medicina de entonces, nacía del corazón.

2.- Si hablamos de la Iglesia, un pequeño rebaño según dijo el Maestro, ella también esconde en su interior un maravilloso principio que mueve, ilumina, fortalece y orienta. Al que, en nuestro lenguaje religioso, llamamos Espíritu de Jesús, Espíritu Santo. Leemos en el Libro de Los Hechos la forma como Dios hizo sentir a los primeros discípulos que su fuerza y su luz estaban con ellos. Tenía lugar en Jerusalén la Fiesta de las Semanas, que más tarde se llamó Pentecostés. Recogida la cosecha del grano, el sacerdote ofrecía en acción de gracias, dos panes preparados con harina nueva. Fecha de regocijo en la ciudad, cuando la capital se llenaba de visitantes.

3.- Un tímido grupo de simpatizantes de Jesús de Nazaret se había refugiado en el cenáculo, sin comprender que seguiría entonces para ellos. De pronto, un viento fuerte sacudió el recinto y unas como lenguas de fuego bajaron sobre cada uno de los presentes. Unos días antes, el mismo Maestro en ese mismo sitio, había exhalado su aliento sobre el grupo, diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo. Os envío como mi Padre me envió”. Ese mismo Espíritu que nosotros recibimos, especialmente al celebrar los sacramentos.

--¿Qué les dio entonces el Señor a sus discípulos?, pregunta el catequista a los jóvenes que desean ser confirmados.

-- Les dio fuerza y luz, respondió alguno. 

-- Los siete dones, completó una alumna. 

-- Los doce frutos, agregó un tercero.

--Algo más, añadió el catequista: 

Les hizo comprender que Dios habita en la mitad del alma. Pero no como alguien ocioso. Ilumina nuestros proyectos y fortalece nuestros esfuerzos.

-- Le faltó algo, profe, interrumpió otro alumno: Lo que más me gusta de Pentecostés es que Dios volvió valientes a los apóstoles. Hasta ese día estaban encerrados. Y el Espíritu Santo los hizo salir a la plaza. Yo leí que eso es lo misionero de la Iglesia: Anunciar a todos quién es Jesús. Con la palabra y con la vida.

--Sin embargo, prosiguió el catequista, mucho antes de que existiera la Iglesia, ya el Espíritu de Dios realizaba una inmensa tarea sobre el mundo. Hoy también lleva a cabo cosas admirables, aunque no siempre vistosas y visibles.

-- ¿Como cuáles, profe?

-- Son las obras de arte del Espíritu: Honradez, generosidad, perdón, sencillez, esfuerzo, perseverancia, discreción, austeridad.

--Póngalas, profe, ahí en el libro como unos frutos del Espíritu Santo más modernos.

-- Vale, vale, asintió todo el grupo. 

6.- ¡LA CUMBRE DELA PASCUA: PENTECOSTÉS!

Por Javier Leoz

¡Lo hemos conseguido! Culminamos, con la Solemnidad de Pentecostés, los cincuenta días que han estado traspasados por el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo. El pasado Domingo, en su Ascensión, nos quedábamos sin perder de vista el cielo y, a la vez, con el firme compromiso de llevar adelante la tarea que Cristo nos encomendó. ¿Seremos capaces?

1.- Pues precisamente por eso, porque la debilidad en multitud de formas, puede imponerse a nuestra buena voluntad, Pentecostés es la confirmación y el aliento que necesitamos. Es la madurez de la Iglesia. Es el punto “0” desde donde arrancamos para movernos por nosotros mismos, sin más tutores que la presencia del Espíritu Santo.

Hoy, como todo bebé recién nacido, gemimos por alguien que nos empuje, que nos alimente o nos sostenga. Alguien que, en definitiva, nos vaya conduciendo por los mil caminos de la vida. ¿Quién es ese Alguien? Ni más ni menos que el Espíritu Santo. El amigo más desconocido y más invisible. El amigo que más hace por nosotros y, por qué no reconocerlo, al que menos sabemos agradecer su puntual y siempre certera ayuda. El desacierto, el desasosiego, el desencanto y tantas cosas que acechan a nuestro lado, con su presencia, se convierten en alegría. La misma alegría que, los Apóstoles, sintieron al recibir –en compañía de María- ese torbellino de fuego y amor, de locura y de gracia, de vida y de verdad que es el Espíritu Santo.

2.- Por eso mismo, la fiesta de Pentecostés, puentea lo que no es importante. Aquello que nosotros, demasiado mediatizados por nuestras formas de ver y de entender la Iglesia, el Evangelio o a Jesús mismo, convertimos en máximo cuando es mínimo. El Espíritu nos urge a velar por la unidad, a vivir en comunidad o –por lo menos- a trabajar para que la comunidad sea un fiel reflejo del inmenso amor que Dios nos tiene.

Recientemente, en el marco de un programa televisivo, era entrevistada una religiosa. Cuando se le preguntaba sobre el amor de Dios, ella, contestó: “no sirve de nada hablar del amor de Dios, si la gente con la que convivimos no nota que amamos, que les amamos, que nos desvivimos amando”. Sólo, el Espíritu, es capaz de promover en nosotros una cultura que aliente e impulse a sembrar nuestro mundo con ese amor que nace de Dios y a Dios vuelve.

Si el Espíritu Santo es inicio de muchas cosas, entre ellas de la misma Iglesia, ¿cómo no vamos a dar cabida y cobertura en este día de Pentecostés a este “dulce huésped del alma”? ¿No será que estamos demasiado vacíos porque, al Espíritu, lo hemos convertido en un extraño? ¿No será que nuestra fe es cansina y con muchas telarañas, porque al Espíritu, lo hemos alojado en el sótano de nuestra existencia?

3.- Hoy, hermanos, los que fuimos bautizados, los que hemos compartido tantos momentos buenos con Jesús; los que hemos sido formados y alentados por su Palabra…somos confirmados, autorizados y renovados por la efusión del Espíritu Santo.

Siempre es bueno recordar aquella leyenda del árbol engreído en medio del desierto. Pensaba que, lo más importante, era él. Creyó, incluso, que sin su sombra agonizarían beduinos y ovejas que descansaban durante el recio sol por el día o dormían, durante la crueldad del frío, por la noche. Pronto, muy pronto, aprendió una gran lección: valía más, mucho más, el agua que el beduino echaba sobre sus raíces, cada vez que recostaba su cabeza en la madera de su tronco, que toda la sombra que le regalaba.

4.- Así nos puede ocurrir a nosotros. Sin el Espíritu, sin su frescura, sin su agua, sin su fuego, somos ramas secas, árboles sin fruto o con frutos dañados.

Que el Espíritu Santo nos conduzca por los caminos de Cristo. Que nos ayude a dar con esa clave para una nueva evangelización. Que no pensemos tanto “en la sombra que damos” cuanto en el cobijo que nos da esta tercera persona de la Santísima Trinidad.

Que todos los dones y todas las gracias de las que disponemos, sean un motivo para agradecer a ese GRAN AMIGO INVISIBLE que tanto hace por nosotros. ¡Feliz Pascua de Pentecostés!

5.- ¡VEN, ESPIRITU SANTO!

¡Ven, Espíritu Santo!

Anima a todos los cristianos

a recorrer los caminos abiertos por Cristo



¡Ven, Espíritu Santo!

Que nuestra alegría, lejos de apagarse,

se encienda una y otra vez

con el calor de tu fuego divino



¡Ven, Espíritu Santo!

Reúnenos en un solo pueblo

en el que no exista ninguna división

y en el que, con la Palabra de Dios,

nos sintamos peregrinos interpelados

y en busca de la eternidad.



¡Ven, Espíritu Santo!

Que los miedos cesen

Y se amortigüen nuestros llantos

Y desaparezcan nuestros temores

Y brille, de una vez por todas,

el esplendor de la Verdad



¡Ven, Espíritu Santo!

Que sea posible el entendernos

a pesar de nuestras discrepancias

Que sea posible el amarnos

a pesar de nuestros caprichos y egoísmos

Que sea posible el respetarnos

a pesar de nuestras ideas y genios



¡Ven, Espíritu Santo!

Que, Dios, sea bendecido y alabado

Que, Jesús, sea exaltado y amado

Que, tu voz, sea reconocida y acogida

¡Ven, Espíritu Santo!

Derrama, en el cántaro de nuestra vida,

tus siete sagrados dones

para que, lejos de resquebrajarse,

se fortalezca y pueda seguir ofreciéndose

a todos aquellos que nos necesitan



¡Ven, Espíritu Santo!

Sigue edificando, consolidando

y purificando a nuestra Iglesia

para que, hoy y siempre,

pueda ser fuego abrasador

en un mundo frío y desolador

¡Ven, Espíritu Santo!

7.- TODOS LOS DÍAS DEBERÍAN SER PENTECOSTÉS.

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Esta fiesta de Pentecostés tiene vigilia. Nosotros nos encontramos, ya de mañana, en la Misa del Día pero conviene hablar un poco de esa vigilia que no es tan conocida –ni celebrada—como la de Pascua de Resurrección. Aunque la ordenación litúrgica habla de Misa Vespertina de la Vigilia de Pentecostés hay costumbre de celebrarla por la noche como la Vigilia Pascual y el Calendario Litúrgico Pastoral de la Conferencia Episcopal Española dice que pude ser conveniente pastoralmente celebrarla por la noche. Y si digo esto es por si nos comprometemos esta misma mañana, para dentro de un año, más o menos, a celebrar esa Vigilia del Espíritu que es una preciosidad. Mantengamos, pues, la idea y el propósito.

Y hablando de Liturgia os habrá llamado especialmente la atención la Secuencia de esta misa del Día de Pentecostés. Texto que proviene de los primeros siglos de la Iglesia y es una profunda oración dirigida al Espíritu y que además narra –nos narra—lo que el Santo Espíritu puede hacer en nuestras almas. Merece la pena –ya en casa—volver a leer la Secuencia o, incluso, tenerla como oración cotidiana para todo tiempo.

2.- Y hay otra cosa muy llamativa que procede de San Pablo. Todo en Pablo es expresivo, muy expresivo, a la vez misterioso. “Pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables”. ¿Y que quiere decir? ¿Es una representación poética o fantástica? No es fácil el comentario, pero San Pablo fue un místico como narra en algunas de sus cartas. Y el conocimiento profundo de Cristo le ha llevado a ser el más grande experto en cristología. Nadie le ha podido superar en la narración transcendente, humana y divina, de nuestro Señor Jesús. Y todas esas tuvo que aprenderlas en una dimensión diferente al puro ámbito humano.

El Espíritu gime y gime por nosotros. Es nuestro guía y nuestro maestro y, sin embargo, muchos le llaman –y con razón—el gran desconocido. Apenas le conocemos. Y todo lo que desde el punto de vista oracional o eclesial hacemos y formulamos nos llega por la inspiración del Espíritu. Por eso nosotros debemos tenerle en cuenta y, además, hacerle objeto de nuestras devociones específicas y “particulares” como lo hacemos con el Padre y con el Hijo. Y objetivamente, tanto o más que con los santos, nuestros amigos. Y si tenemos una fuerte devoción por Maria, la Virgen, es una razón más para rezar al Espíritu. Bueno, no se trata de hacer un baremo de devociones. Pero si poner ejemplos. Es importante no olvidar al Espíritu Santo que es quien, de verdad, nos lo ha enseñado todo.

3.- La fiesta de Pentecostés era una celebración judía llamada de las “semanas”. Originariamente recordaba una costumbre agrícola: celebrar las “siete semanas” tras la primera ofrenda de la cebada. Después pasó a conmemorar la presencia de Dios y de su ley en el Sinaí. Y la llegada del Espíritu Santo al cenáculo fue la consecuencia que los apóstoles con valentía –y, sobre todo, Pedro cabeza de la Iglesia—comenzaran a predicar el Reino de Dios. Fue, a su vez, el nacimiento de la Iglesia como misionera. Inició ese día su Misión y ahí sigue intentando llevar la Palabra de Dios por todos los confines de la tierra.

4.- El Espíritu lo entregó Jesús –según san Juan—el mismo día de la Resurrección. Y no parece contradictorio con que luego continuara unos días con los apóstoles. También hacia falta esa presencia extraordinariamente inspiradora para entender la Resurrección y no tomarla solo como un prodigio, como algo difícil de creer. Hoy nosotros con nuestra celebración de Pentecostés terminamos el Tiempo de Pascua y, sin duda, tenemos que salir ya a las calles y a las plazas a proclamar la fuerza del Resucitado. Y terminamos también ese tiempo extraordinario que es la Cuaresma, junto al Triduo Pascual. Atravesamos pues una frontera importante. A los apóstoles les pasó igual. Iniciaban ese día de Pentecostés el largo camino para mostrar la Buena Nueva que Jesús con su vida, con su muerte, resurrección, ascensión al cielo, les marcaba camino y conducta, tiempo y espacio, verdad y vida. Pero insisto es idéntico para nosotros. Hemos de salir a la calle a dar testimonio, hemos de hablar de Jesús en nuestro trabajo y en nuestro barrio. No podemos ser unos mudos, que solo hablamos un poquito de Jesús cuando llegamos los domingos a la iglesia. Fuera del templo –como a los apóstoles—es donde más gente nos necesita. Hay muchos hermanos que nunca han oído hablar de Jesús, o lo que han oído está completamente distorsionado. Antes –hace años—muchos recibían una especie de cultura general religiosa que les acercaba –mejor o peor—a los misterios de nuestra fe. Hoy ni eso. Hay mucha gente en España, hoy, que apenas ha escuchado hablar de Jesús y no saben bien quien es.

No dejemos que Pentecostés se termine hoy, poco después de la Eucaristía o al final de la jornada. Pentecostés es el principio de la acción corredentora de todos los seguidores de Cristo. El Espíritu Santo nos acompaña, y nos guía. Todos los días deberían ser Pentecostés.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

PENTECOSTÉS

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Es una fiesta muy antigua y repleta de contenidos. El nombre en hebreo significa semana de semanas. 49 o 50 días, separaban las labores de siega de la cebada, de las del trigo. Agradecían los dones de la cosecha de esta cereal, ofreciendo en el Templo espigas de buen candeal. Es la fiesta de la donación de la Ley del Sinaí al pueblo escogido de Dios. La de los frutos de la Tierra Prometida. Era un día, pues, rebosante de alegría judía, el que escogió Dios para inundar a los discípulos de su Divino y Personal Espíritu. Mi pretensión al explicaros estas cosas, mis queridos jóvenes lectores, no es daros una lección de arqueología religiosa. Si os lo he contado es para que os deis cuenta de la situación en que se realizó el prodigio.

2.- Los apóstoles vivían aquella etapa que transcurría después de la resurrección del Señor con cierta perplejidad. Ya sabemos la desconfianza que tenía Tomás, que quiso tocar. María la de Mágdala, que se llevó un gran chasco al confundirlo con un hortelano. Los de Emaús estuvieron más de una hora hablando con Él, sin reconocerlo. A todos, les visitaba a veces en Jerusalén, otras en Galilea. Hablaba con ellos y hasta una vez comió, para que se convencieran de que era él. Aprendían sí, pero no mejoraban demasiado, como nos ocurre también a nosotros. Jesús, poco a poco les iba ayudando a progresar, pero seguían encerrados en sus temores. Prisioneros de angustias, seguían utilizando aquella sala donde con el Maestro habían celebrado la prodigiosa Cena. Salían de allí, sin duda, y hasta se habían incorporado en algunas ocasiones a sus faenas profesionales: la pesca en el Lago.

Fue una etapa interesante, pero no brillante. El noviciado de la Iglesia. Una etapa de consolidación de la amistad, que preparaba la gran dispersión que vendría después. Jesús les trasmitía el Espíritu Santo pero ellos estaban tan aturdidos que no se daban cuenta. Pensaban todavía en el pecado de su huida y abandono, el día de Getsemaní, mientras que el Maestro lo había olvidado y les trasmitía el poder de perdonar. La paradoja cristiana, tan peculiar, de siempre. Era preciso que en algún momento se efectuara un prodigio que les sacara de la modorra. Ruido, fuego, valentía, puertas abiertas, entendimiento de lenguas extranjeras (traducción simultanea a expensas de Dios, le llamaríamos ahora).

3.- Recalco que el relato que hace el libro de los Hechos, dice explícitamente, que se reunían allí los apóstoles, los discípulos, las santas mujeres (llámeselas: María de Mágdala, de Salomé, de Cleofás…) con la Madre del Señor. No os sintáis, mis queridas jóvenes lectoras, sin falta de representación vuestra aquel día. Y no deis la culpa de ello a la Iglesia. Como en tantas ocasiones, la ignorancia se deriva del proceder de la mayoría de los artistas, que han plasmado la escena, sin presencia femenina, excepto la de Santa María.

4.- Si el hipotético big-ban fue el origen del Universo, Pentecostés fue el origen de la Iglesia. Si la noche de Pascua es la jornada de los bautizados, este día lo es de los cristianos decididos, apóstoles, militantes, comprometidos. El lugar del prodigio de Pentecostés que visitamos, goza casi de certeza de autenticidad. Hay muchas razones para situarlo en el mismo sitio que el de la Santa Cena. Está en un espacio situado hoy en día fuera de las murallas, cercano a la puerta de Sión, en aquella época se situaba dentro, pues su trazado era diferente. El estudio arqueológico delimita muy bien el espacio. El área correspondería a un fragmento de lo que visitamos, sumado a otro espacio, situado a su lado, en otro recinto. Hablo de área, no de paredes ni columnas, que las que vemos, o veáis en fotografía, corresponden a etapas posteriores. Para los que lo desconozcáis, mis queridos jóvenes lectores, os diré que el ámbito fue primero iglesia, más tarde mezquita y lamentablemente ahora, se quiere atribuir su propiedad la autoridad de Israel. Perplejos entramos y tratamos de recordar lo que allí ocurrió, para que se renueve en nuestro interior el prodigio. Que lo que ya sabemos, lo que hemos aprendido de las enseñanzas de Jesús, lo que hemos pensado y nos da miedo tomar en serio, lo que no queremos meditar demasiado, para poder así justificar nuestra mediocridad y permanezca subterráneo sin inquietarnos, todo ese cúmulo de verdades, tomen vida. Es preciso que afloren de una vez, germinen, crezcan y den fruto para el mundo.

5.- El Espíritu Santo es la ilusión de Jesús, su regalo preferido. Aceptarlo es una muestra de gratitud. Pobres de nosotros si lo despreciamos. Por otra parte, si nos hemos sentido avergonzados porque no somos consecuentes con nuestra Fe, ha llegado el momento de que nos demos cuenta de que el ser cristianos, el ser santos, es una cosa demasiado grande para nuestra talla, pero que hoy, Pentecostés eterno, se nos da la posibilidad real de alcanzarlo.

Si el Padre Eterno es el poder creador, el Hijo Unigénito la salvación, el Espíritu Santo es la eterna Juventud divina que se nos infunde. Es hoy la gran oportunidad de dejar que nos empape. Os sugiero que repitáis hoy muchas, muchas veces, la petición: Ven Espíritu Santo. Tal vez os ayude hacerlo, cantándolo en latín con la melodía de Taizé: Veni, Sancte Spiritus. Cuando lo hayáis repetido 57 veces (es un decir) notaréis que algo en todo vuestro ser ha cambiado. No lo ahoguéis, continuad avivándolo siempre. Vuestra vida será maravillosa.

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